Columna

CSP, el mundo es ancho y ajeno

No entiendo porqué la presidenta Sheinbaum no irá a los funerales del papa Francisco. Será la mayor concentración de líderes mundiales en muchos meses, especialmente oportuna en un momento en el cual la polarización, detonada por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, está más presente que nunca. No tiene nada que ver con que éste sea un estado laico: es la despedida de un líder espiritual (y político) de miles de millones de personas en el mundo y la ocasión para que la presidenta Sheinbaum sea vista y conocida por los otros líderes mundiales.

Durante la administración López Obrador se despreció la diplomacia y la presencia presidencial en el mundo con la coartada de que la mejor política exterior era la política interior. No es verdad, una es parte integral de la otra y México durante décadas mantuvo un protagonismo y una presencia internacional muy destacada que le dio réditos también en lo interior. Saliendo al mundo se conoce en forma personal y directa a otros líderes, otras experiencias, otras formas de ver las cosas, con muchos más grises que desde un despacho. López Obrador no lo hizo por esa extraña mezcla de narcisismo y miedo de enfrentarse al otro, de ver confrontada su visión estrecha de comprender el mundo. La venta, en realidad la dilapidación, del avión presidencial no fue una muestra de austeridad, fue una declaración de principios sobre su desprecio al exterior .

No fue a casi ninguna cita internacional, no hizo giras en el exterior, más que un par de visitas puntuales a Estados Unidos y otra a Cuba y Centroamérica. Dicen que el no hablar inglés lo limitaba para esas actividades y puede ser verdad, pero lo cierto es que Lula, el mandatario de Brasil tampoco habla inglés y es una figura notable en el ámbito internacional, que se reúne con todos en todos lados y utiliza la diplomacia para lograr inversiones y fortalecer la posición geopolítica de su país. La presidente Sheinbaum tiene una buena imagen internacional, habla perfectamente bien inglés pero el mundo, los líderes mundiales, no la conocen. Está muy bien hablar por teléfono con Trump o Macron pero es mejor hablar con ellos personalmente.

López Obrador le heredó también a Sheinbaum conflictos absurdos con otras naciones, con Perú, con Bolivia, con Ecuador (una responsabilidad compartida con la administración de Daniel Noboa), con Argentina, pero sobre todo con España, uno de nuestros principales socios comerciales y probablemente la nación y la cultura más cercana a los mexicanos. Vamos, hasta con Austria y el Vaticano nos distanciamos gracias a aquellas desafortunadas cartas enviadas por el ex presidente y su esposa Beatriz. Es hora de ir trascendiendo esos conflictos, casi todos basados en capítulos ideológicos o francamente anacrónicos.

No ir a Roma a los funerales de Francisco es una oportunidad perdida, una actitud provinciana ante la realidad internacional, es dejar pasar la posibilidad de que México regrese, con la presencia personal de la mandataria, a los grandes espacios de los liderazgos globales.

La enfant terrible

Durante el velatorio del martes en Santa Marta, antes de que los restos de Francisco fueran trasladados para su despedida a la basílica de San Pedro, fue notable la presencia de sor Geneviève Jeanningros, de 81 años, la enfant terrible como la llamaba el Papa Francisco, que se saltó el protocolo (sólo podían ingresar obispos y alto personal de la Iglesia) y permaneció durante varios minutos frente al féretro de su amigo para rezar y llorar, mientras decía que ese no era el lugar donde debía estar, que su lugar era con la gente.

La relación entre sor Genevieve y Francisco se estableció a partir del secuestro y asesinato de su tía, la monja francesa Leonie Duquet, en diciembre de 1977, desaparecida por la dictadura militar argentina junto con un grupo de familiares y madres de Plaza de Mayo, y de otra monja francesa que buscaban a sus hijos y hermanos desaparecidos. Entre ellos estaba Esther Ballestrino de Careaga, la amiga del Papa Francisco a quien él llamaba su mentora.

A partir de la búsqueda de esas madres y monjas se estableció la relación de Francisco con Genevieve. Esta religiosa, de la orden de las Hermanitas de Jesús, se dedicó durante 50 años a asistir a las mujeres transexuales, a gays y lesbianas, entre los feriantes de Ostia, una pequeña ciudad cerca de Roma, donde con ellos tenía también un circo. Sor Genevieve cada miércoles a llevaba a los suyos a las audiencias generales del Papa y en los primeros días de agosto del año pasado, poco antes de la entrevista que mantuvimos con Francisco, el Papa había ido a Ostia a comer con ella y con sus protegidos, gays, lesbianas y trans. Nos decía que disfrutaba mucho esas visitas y el trabajo de la enfant terrible.

La imagen de Sor Genevieve llorando frente al féretro de Francisco, rodeada de la parafernalia de obispos, cardenales, funcionarios, fue la más emotiva de ese día pero también la exhibición de dos iglesias, de dos formas de ver el mundo y la fe. Fue una confirmación, además, del compromiso que siempre tuvo Francisco con los desaparecidos, los derechos humanos y contra las discriminaciones basadas en el género.

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