Lo que está ocurriendo en Los Angeles es una pésima noticia. No porque haya movilizaciones en contra de la política antiinmigrante de la administración Trump, lo que es en sí mismo positivo, sino porque a la violencia con que han actuado las fuerzas policiales primero y las de la Guardia Nacional después, se han sumado acciones también muy violentas de un grupo de manifestantes que, con sus acciones e imágenes, le han dado al gobierno estadounidense la mejor excusa para intensificar sus políticas más radicales.
Me tocó reportar, casi por casualidad, estaba cubriendo una gira presidencial en Los Angeles, el inicio de las protestas por la violencia policial en contra de Rodney King en 1991, que generaron una ola de violencia en buena parte de Estados Unidos. Fueron movimientos espontáneos que fueron asumidos luego por fuerzas sociales organizadas y que generaron cambios en el gobierno de George Bush.
Pero Trump no es Bush, el presidente estadounidense en esos años, y lo que ha hecho y hará es redoblar su apuesta. Más aún, esos episodios de violencia le han servido para reforzar su narrativa, tomar medidas contra los migrantes, poner distancia (en realidad generar un rompimiento) con el gobernador de California, Gavin Newson, y hacer olvidar su pelea con Elon Musk que había dominado la agenda durante toda la semana pasada. Ha movilizado elementos de la Guardia Nacional, violando las leyes federales respecto a no contar con el respaldo estatal, y más importante, ha ordenado al Comando Norte de la Defensa estadounidense hacerse responsable de recuperar el control de Los Angeles, actuando una vez más por encima de las autoridades locales. Setecientos marines fueron desplegados en Los Angeles, además de los elementos de la Guardia Nacional.
Más allá de la política antiinmigrante de Trump, lo cierto es que las imágenes de quema de vehículos, la de personajes ataviados al estilo MadMax con una bandera mexicana, encapuchados y parados sobre una patrulla destrozada, alimenta como pocas cosas la lógica represiva.
Se ha manejado que estos podrían ser provocadores. No lo sé, lo dudo, no es muy diferente de lo que hacen en cada manifestación en México grupos como los anarquistas del bloque negro o simplemente los de la Coordinadora o Ayotzinapa. Algunos deben pensar que, si aquí no sucede nada, allá con el argumento de no caer en provocaciones les permitirán actuar con impunidad. No es ni será así. Toda violencia debe ser condenada en cualquiera de las dos partes, pero, con esas imágenes, la narrativa trumpista para el americano medio, resultará más que convincente.
Ayer veía imágenes de delincuentes que habían sido detenidos, distribuidas por el Homeland Security, en las manifestaciones de Los Angeles el fin de semana, y hay algunos personajes efectivamente terribles. Por supuesto, son un puñado respecto a las decenas de detenidos, y ni siquiera hay constancia de que fueran detenidos en las manifestaciones, pero eso no importa, la narrativa está garantizada y el único beneficiario es la Casa Blanca.
Desde México es poco lo que realmente se puede hacer, pero se debería insistir en que las manifestaciones de este tipo deben ser pacíficas, masivas y no deben estar concentradas en una sola ciudad. Hay de donde aprender: el movimiento chicano de los 60 y 70 que encabezó entre otros César Chávez, fue masivo, pacífico, sostenido y logró cambios trascendentales, sobre todo para los trabajadores agrícolas en California y otros estados. Ese es el mejor y más valioso ejemplo para nuestros paisanos movilizados en Estados Unidos. Los Angeles es la segunda ciudad con más mexicanos en el mundo, sólo por debajo de la ciudad de México, pero precisamente por eso se debe insistir en los principios de no violencia y masividad.
Mientras tanto, finalmente la presidenta Sheinbaum viajará a la cumbre del G7 en Alberta, Canadá, donde se verá, por primera vez, con el presidente Trump cara a cara. Era imprescindible que la Presidenta fuera a ese cónclave, más aún en esta coyuntura.
Lo que sigo sin entender es porqué se insiste en el discurso pobrista de viajar a Calgary, la reunión es a 60 kilómetros de la capital de Alberta, en vuelo comercial. La Presidenta ya no viaja en vuelo comercial en ninguna de sus giras por la república mexicana. Lo hace en aeronaves de la fuerza aérea mexicana y hace bien. Varias de ellas tienen capacidad para llevarla a Canadá con mucha mayor seguridad que un vuelo comercial: el único directo a Calgary, uno de Aeroméxico que es operado por West Jet, sale a la una de la noche para llegar en la madrugada a Canadá, llegará cansada y desvelada. No es lo mejor para encontrarse con la mayoría de los principales líderes mundiales.
Es un tema de seguridad y preservación presidencial, usar vuelos comerciales es una incongruencia con esa investidura que tanto se dice que se quiere proteger.