El otoño de la transición

21-09-2018 Nada es más fugaz que la forma exterior, que se marchita y se altera como las flores del campo en la aparición de otoño. Umberto Eco

 

Comienza el otoño y con él la oscuridad luego de la luminiscencia del verano político. Al mismo tiempo, la transición de terciopelo comienza a mostrar arrugas en la tela y el choque con la realidad provoca reacciones cuyos costos demuestran que es muy diferente estar en campaña que gobernar.

Comienzan también, en la misma medida en que se acerca la toma de posesión de López Obrador, a sentirse de forma diferente las tensiones políticas. Un ejemplo lo tendremos este lunes. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación decidió que en la elección de Puebla se aplique, por primera vez a ese nivel, el voto por voto: todos los paquetes electorales serán abiertos y se contarán nuevamente todos los votos para establecer el ganador de los comicios entre la frentista Martha Erika Alonso, esposa de Rafael Moreno valle, y el morenista Miguel Barbosa. Será un conteo durísimo, donde se escrutará cada boleta y en la cual se tratará de impugnar cada voto que sea favorable al adversario. 

Eso ya lo sabemos, lo que no sabemos es hasta dónde se llegará en esa lógica. Me sorprendió que Barbosa dijera que ahora el peligro es que se hayan manipulado los paquetes electorales que están resguardados por la autoridad electoral. En 2006, aunque no se contaron todos los votos, sí se cotejaron los de todas las casillas impugnadas, cerca de un tercio de la elección y sin embargo, Andrés Manuel nunca aceptó aquel resultado. Barbosa está trasmitiendo algo similar: si en el recuento no gana es que hubo fraude, no sólo en la votación sino incluso con la manipulación de los paquetes, lo que suena inverosímil con los actuales controles electorales. Más allá de eso, lo importante será la actitud del presidente electo y de Morena respecto al resultado electoral y saber si lo respetarán en caso de que no les sea favorable.

Otro tema que tendrán que atender desde la administración entrante es la situación en Pemex. La empresa petrolera tiene calificación positiva en las calificadoras, pero en su nivel más bajo, y no parece existir claridad alguna sobre lo que se hará en el sector. Un día se respetarán los contratos petroleros y se abrirán nuevas licitaciones, otro se califica como un fraude a la reforma energética, un día se quiere aumentar en 600 mil barriles la producción petrolera en apenas un año y al otro se quieren invertir 175 mil millones de pesos en ella, pero luego se quiere hacer en tres años una refinería que no está ni siquiera contemplada en el papel a un costo de miles de millones de dólares, recursos  que Pemex no tiene porque sus utilidades van en su mayoría al presupuesto nacional.

Pero, además, en una empresa donde comienza a ver mucha inestabilidad laboral porque sus principales especialistas están temerosos del rumbo que tome y también de las restricciones salariales que pueden sufrir. Uno de los temas de controversia es que su próximo directo, Octavio Romero Oropeza, un hombre de toda la confianza de López Obrador no tiene la más mínima experiencia en el sector, en la industria y en la empresa. A eso se suma que dice que concluyó su carrera de ingeniero pero desde 2001 cuando era oficial mayor del DF (su única experiencia en el servicio público) se publicó que en realidad no contaba con célula profesional. Se dijo entonces que la misma estaba en trámite. Pues han pasado 17 años y todavía no cuenta con esa célula profesional, un requisito indispensable para ser director de Pemex. Como indirectamente lo tendría que ser saber inglés en una empresa tan globalizada, un idioma que el próximo director de la empresa no domina. Ya tuvieron que cancelarse algunas reuniones informales con futuros inversionistas hasta ver cómo se soluciona ese detalle.

Pero la realidad también se hace presente en otros frentes. El miércoles el presidente electo y sus acompañantes estuvieron varados casi seis horas en Huatulco, porque su vuelo comercial se demoró. Se podrá argumentar que fue porque el aeropuerto capitalino estuvo cerrado por las lluvias, pero en realidad la demora se dio, además del cierre que fue menor a una hora, a la saturación aeroportuaria (lo que por cierto no resolvería el anhelado aeropuerto de Santa Lucía, que tanto entusiasma al próximo secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú) pero más allá de eso, lo que hay que considerar es cuánto costaría esa demora del presidente y su equipo, en una pista de un aeropuerto cuando Andrés Manuel esté en funciones si sigue empeñado en transportarse en vuelos comerciales. En un avión oficial podría mantener la comunicación con sus oficinas y funcionarios, podría seguir trabajando, tendría prioridad área para salidas y aterrizajes, gozaría de mayor seguridad. Es bueno que un presidente no se exceda y actúe con austeridad, pero lo que la gente quiere es que, además, sea eficiente en una labor que no permite que durante una cuarta parte del día el mandatario esté atrapado en un avión estacionado en una pista de un lejano aeropuerto.

Esperemos que este otoño, para algunos la estación más bella del año, no termine siendo el preámbulo del invierno de nuestro descontento.

 

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