08-07-2019 La crisis de la Policía Federal, pese a que fue más anunciada que la muerte de Santiago Nasar en la novela de Gabriel García Márquez, tomó desprevenido a un gobierno federal que demostró que no tiene experiencia en manejo de crisis.
Funcionarios que salen a medios pero que no están donde deben estar o sea dando la cara a los inconformes en lugar de seguir denigrándolos; que se enojan en lugar de buscar soluciones; otros que simplemente desaparecen; organismos de inteligencia que no tienen idea de un malestar que, desde semanas atrás crecía en redes sociales; el desatino político de responsabilizar o involucrar en la crisis a un expresidente (fortaleciéndole y dándole de paso, una ventana de oportunidad) y una semana que se pasó sin soluciones ni salidas para algo que debería haber sido atendido desde un doble punto de vista: la conveniencia coyuntural y la estrategia de seguridad.
Una pésima semana que tuvo como corolario, la aceptación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de los amparos por inconstitucionalidad de ciertos artículos de la ley de Guardia Nacional presentados por una Comisión Nacional de Derechos Humanos también inútilmente maltratada semanas atrás.
Cuando el presidente López Obrador no tiene buenos momentos suele refugiarse en los ámbitos que lo llenan y eso hizo este fin de semana: se fue a Chiapas de gira, la tierra, junto con Tabasco, que mejor conoce y donde se siente más a gusto. No se refirió al tema policial, revisó hospitales e hizo un llamado a la Paz y el diálogo al EZLN que quien sabe si éstos están dispuestos a atender.
Se generó en la semana un vacío que puso de manifestó lo que desde semanas atrás se estaba planteando: las deficiencias de un gabinete que no está, salvo honrosas excepciones atento a la operación política y que, por el contrario navega en una zona de confort. Los gabinetes demuestran su valía en las crisis y en esta ocasión todos estuvieron desaparecidos y cuando salieron a escena mandaron a segundos o lo hicieron francamente mal. El propio presidente pareció mal informado sobre lo que pasaba y sobre cuáles eran las causas profundas. No era un problema de mano negra, fue una crisis por falta de previsión y operación. Si alguna mano negra se aprovechó de ello fue porque se dejó un vacío y todo sabemos que en política los vacíos siempre se llenan.
¿Qué viene? Esperemos que en Chiapas el presidente haya tenido tiempo de reflexionar y sus funcionarios de operar para buscar una solución con mayor certidumbre que la intentada la semana pasada. El primer punto es insistir en que la Policía Federal no debe desaparecer, aunque tenga, según Alfonso Durazo un periodo de 18 meses para hacerlo, se debe mantener operando a la institución con objetivos muy definidos y mandos confiables, mientras se procesa la situación de sus integrantes caso por caso. En la corporación pudo haber habido corrupción (aunque no hay un solo proceso abierto por ello) pero hay miles de elementos que no son corruptos, que son personal especializado y que ha arriesgado la vida por el país y su seguridad, que han perdido amigos, compañeros, familiares, colegas en esta larga lucha contra el crimen organizado. Si la Policía Federal al final va a desaparecer debe ser gradualmente, con respeto a sus integrantes y su historia, con respeto también a sus condiciones de trabajo y retiro.
Se debe atender el desafío que implica colocar a 36 mil hombres y mujeres con preparación en seguridad, algunos altamente calificados, en distintas áreas federales o estatales, muchas más que las ofrecidas hasta ahora. La forma en las que les fue propuesta su incorporación a la Guardia Nacional, al Instituto Nacional de Migración o a otras áreas fue ilógica, improcedente. No se le puede pedir a alguien que firme un papel, sin saber si se preservan sus derechos laborales, subirlo a un camión y enviarlo casi con sus propios recursos a Nogales, por ejemplo, y peor si su jefe, cuando se le presentan quejas, les dice que son unos fifis que están acostumbrados a dormir en hoteles de lujo.
La crisis es solucionable si se recurre al sentido común, si se tiene menos soberbia y más humildad y si se trata a los policías como lo que son, hombres y mujeres preocupados por su futuro y el de sus familias y que hoy se sienten abandonados y sobre todo descalificados después de años de trabajo. Dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos, pero es hora de utilizarlo con convicción y un buen grado de humildad. Sólo así esta crisis podrá ser solucionada sin pagar costos altos e irreversibles.