19-12-2019 En esa suerte de esquizofrenia permanente que se vive en Morena, producto de la conjunción de fuerzas que se dio en torno a la candidatura de López Obrador, no deja de ser notable el doble o triple discurso que existe ante las iglesias, no sólo la católica.
Más allá de la fe del presidente de la república, tan respetable y tan del ámbito privado como la de cualquier ciudadano, los militantes del partido no saben qué hacer con las iglesias. Uno de los partidos que conforman la alianza que llevó a Morena al poder es el Partido Encuentro Social de indudable origen evangélico, lo que provocó, inevitablemente compromisos con esa congregación. La comisión de honor y justicia de Morena (que no parece tener ni una cosa ni la otra) y que encabeza Héctor Díaz Polanco, el más ferviente admirador (con perdón de Gerardo Fernández Noroña) de Nicolás Maduro, quiere expulsar de la bancada de Morena a Lily Téllez porque no está de acuerdo con la legalización del aborto (algo que Lily nunca ha ocultado, antes y después de que fuera candidata externa de Morena) pero olvida que el propio presidente López Obrador jamás se ha pronunciado al respecto. Afortunadamente Ricardo Monreal, el coordinador de la bancada puso en su lugar a Díaz Polanco y habló hasta de recurrir a la justicia para evitar tal despropósito.
Pero al mismo tiempo que se acusa a Lily, la diputada María Soledad Luévano, apoyada por otros legisladores de Morena, presenta una iniciativa de ley para lisa y llanamente acabar con la separación de la Iglesia y el Estado, algo insospechable en un gobierno y un partido juarista, vamos, incluso de un gobierno y un partido del siglo XXI. El presidente paró ese despropósito, pero la comisión de honor y justicia no dijo nada, como tampoco la mayoría de los dirigentes y legisladores del partido.
La relación entre Morena y la Iglesia es difícil, compleja y cercana desde años atrás. Se dirá que son contrarios y hasta extremos de la baraja política y social, pero resulta que los extremos se unen, sobre todo cuando se los ve en el horizonte.
La arquidiócesis de la ciudad de México en muchas ocasiones apoyó a Morena y al entonces candidato López Obrador “El voto de castigo, se leía antes de la elecciones en un editorial del semanario Desde la Fe y luego de los comicios locales del 2017, fue una muestra del hartazgo de una sociedad que se cansó de ser pasiva y espectadora, ante un gobierno federal, y gestiones estatales, caracterizados por su ineficiencia, indolencia, desvergüenza y una indecente corrupción”. Agrega que “no cabe duda que el hartazgo ante la corrupción, la ineficiencia y la impunidad, así como la imparable violencia y la inseguridad en la que vive secuestrada la ciudadanía, han sido los factores que llevaron a la derrota del partido en el poder”.
Y se preguntaba con absoluto tono futurista “ante el descalabro electoral del partido en el poder, cabría preguntarnos, ¿quién aconsejó al Presidente para tener contento a un grupo minoritario y a oscuros grupos internacionales que vienen destruyendo los valores sociales y a las familias?... Ante dicha agresión de la Presidencia a la sociedad, ésta se ha movilizado de forma sorprendente en las redes sociales y en las calles, manifestando un rechazo total a una iniciativa —que se pretende autoritaria— (está hablando del matrimonio igualitario) y detrás de la cual está el intervencionismo extranjero de poderosos lobbys auspiciados por la Organización de las Naciones Unidas, que financian esta perversión de los valores”. La población, concluye, “votó en contra de los peores, de los corruptos, de los cínicos, de los vividores, de quienes chupan los recursos de los pobres sin el menor asomo de culpa”.
Todos los elementos necesarios del discurso de campaña morenista: la conspiración nacional e internacional, la perversión de los valores, el “pueblo bueno” acosado por gobiernos “cínicos, corruptos e inmorales” que no atienden los verdaderos problemas de la sociedad por darle derechos injustos a minorías que califica como inmorales.
Es la reedición de una confluencia que ya se dio durante la gestión de Andrés Manuel López Obrador en la Ciudad de México con el cardenal Norberto Rivera sobre estos mismos temas y que fue de la mano con tener un apoyo implícito de la Iglesia hacia aquella gestión a cambio de que no se incluyeran estos temas en la agenda de gobierno (aunque eran parte destacada del programa del PRD que había llevado a López Obrador al gobierno de la ciudad) y que no se indagara judicialmente (correspondía hacerlo a la procuraduría local) en las demandas existentes entonces contra Marcial Maciel y el propio Norberto Rivera, asumiendo que sus casos son diferentes. Por eso, ahora, las confusiones.