26-02-2020 De la mano con las acusaciones de militarización del país, van las de un presunto golpismo en contra del presidente López Obrador. Lo paradójico son dos cosas: el que ha dado responsabilidades como nunca antes a las fuerzas armadas es el propio presidente López Obrador, quien es el que, al mismo tiempo, denuncia conspiraciones golpistas e incluso, en el pasado día del ejército, el 19 de febrero, agradeció a los mandos militares “no escuchar los cantos de sirenas y dar la espalda al golpismo”.
Durante las pasadas semanas, ante cada reclamo por la inseguridad, por la falta de medicinas, por el desastre operativo que ocasionó el INSABI en el sistema de salud y sobre todo por los feminicidios, el Presidente ha denunciado la existencia de “conspiraciones conservadoras”, que no tienen sustento alguno ante una serie de reclamos justos y justificados de sectores de la sociedad.
¿Quién está conspirando, quién intenta dar un golpe de Estado?. No existen conspiraciones: lo que sucede es quecada crítica, cada movimiento social, cada reacción de la gente contra decisiones políticas del gobierno, se convierte en una conspiración conservadora o una herencia neoliberal. La capacidad de autocrítica y reacción es casi nula. Llegar a responsabilizar al movimiento feminista (sobre todo el de última generación) de conservador o de explicar que el brutal asesinato de la niña Fátima es responsabilidad del neoliberalismo, es casi vulgar. Es como si dijéramos que todas las desgracias de México comenzaron el primero de diciembre de 2018 cuando asumió López Obrador.
No hay conspiración: hay una disconformidad creciente por malas decisiones del gobierno. Los datos duros hay están: la encuesta divulgada ayer por el Gabinete de Comunicación Estratégica, muestra tendencias que se repiten (aunque cambien los porcentajes finales) en todas las que se han presentado en las últimas semanas. El 43.4 por ciento ve al país estancado y un 25.6 por ciento lo ve retrocediendo. La buena opinión sobre el presidente López Obrador cayó del 48 por ciento al 41.4 por ciento en un mes. La mala es de23 por ciento, la regular de 35.3 por ciento. La confianza en el Presidente es de 48.3 por ciento, pero la desconfianza ya lo rebasó: es de 49.3 por ciento. El acuerdo con el gobierno ha caído 12 puntos en un mes: cayó del 62 al 50 por ciento. Un 45.5 de los encuestados están en desacuerdo con el gobierno. Para el 58 por ciento la mayor preocupación es la inseguridad, la economía (10 por ciento) y la corrupción (8.4por ciento); el 57.6 por ciento cree que disminuirá mucho la calidad de los servicios de salud (una caída de 9 por ciento en apenas un mes), mientras que el 66 por ciento cree que el tema del feminicidio se le está saliendo de las manos al Presidente.
No hay conspiración: hay descontento por falta de respuestas o por respuestas equivocadas. Cuando el 58 por ciento de la población cree que la seguridad es el mayor problema del país se debe revisar la estrategia. Cuando el 57.6 por ciento cree que los servicios de salud pierden o perderán calidad, hay que revisar la política sectorial. Cuando el 66 por ciento cree que los feminicidios se salen de las manos del control presidencial, no se puede advertir al movimiento feminista de la infiltración conservadora o neoliberal. Cuando cunde el desconcierto y crece la desafección, un gobierno, sobre todo cuando aún mantiene índices de aceptación como el de López Obrador, debe rectificar, no inventarse teorías de la conspiración.
Capítulo aparte merece la insistencia sobre el tema golpista. Seamos claros, un golpe de Estado sólo pueden darlo los militares. No hay el más mínimo asomo de un intento golpista: nuestros militares no fueron, no son, no serán golpistas. Decíamos en este espacio el pasado 19 de febrero que el ejército mexicano (y eso se aplica a todas las fuerzas armadas) es “una fuerza confiable, disciplinada y leal. Con un agregado que no es menor: esa lealtad no es incondicional. Es una lealtad (y esa es una de las grandes diferencias de nuestro ejército respecto al de otros países) a las leyes, a las instituciones, a la Constitución y a las autoridades de ellas emanadas. El ejército mexicano nunca, desde el fin de la revolución, ha apoyado fracciones o ha violado las normas constitucionales. Tampoco ha permitido que se violen”.
Creer en grandes conspiraciones cuando surge algún movimiento popular o una crítica ante una política pública, no sólo es un rasgo autoritario, termina ocasionando graves daños al propio gobierno y distorsiona su visión de la realidad. Así pensaba Díaz Ordaz cuando ante el movimiento estudiantil del 68 creía que se enfrentaba a una conspiración internacional. No entendía ni la movilización juvenil ni el espíritu de la época.