27-02-2020 El gobierno federal está pasando sus días más difíciles desde el inicio de la administración López Obrador: los temas de seguridad, el feminicidio y la violencia de género, la crisis del sector salud, un panorama económico que sigue estando sombrío a pesar de la aprobación del nuevo tratado comercial de América del Norte, siguen siendo amenazas que el gobierno no termina de resolver.
Todo eso aderezado con una polarización impuesta desde el propio gobierno y que inevitablemente ha tenido una respuesta similar desde distintos sectores sociales y políticos. En un país como el nuestro se puede ganar desde la polarización, pero no se puede gobernar a partir de ella.
Porque con la polarización ocurre otra cosa: también se filtra entre los de adentro. Y si existe una división que se ahonda entre los partidarios del presidente López Obrador y sus adversarios (que cada vez deja menos espacios para los grises), también esa lógica ha contagiado a los integrantes del propio equipo gubernamental.
El presidente López Obrador no es un hombre de partidos, sino de movimientos, y ese movimiento, lo ha dicho de una u otra forma mil veces, gira en torno a las lealtades hacia el propio líder. Lo que sucede es que en ese marco de lealtades cabe todo y conviven en Morena y en el gobierno, personajes y corrientes con puntos de vista absolutamente divergentes que, además, reciben en ocasiones el apoyo presidencial y en otros la crítica y la distancia. Pero en esos tránsitos no existe una lógica, una coherencia: los regañados de hoy pueden ser los respaldados de mañana y viceversa.
Lo que ocurre día con día con Morena, es una demostración de ello, pero en el equipo de gobierno el conflicto no es menor. Y ninguna divergencia es más delicada que la que existe en el tema energético.
La economía el año pasado decreció un 0.1 por ciento y en este 2020 es casi imposible que alcance la tasa que se propone desde Hacienda, de dos por ciento. Muchos creen que en agosto podríamos estar ya en recesión, sobre todo si la pandemia del coronavirus sigue extendiéndose y llega a nuestra región. Todos los miembros serios del gabinete saben que para retomar la vía del crecimiento se requiere de inversión privada, y ella demanda confianza y tiene un ámbito que para la iniciativa privada (y para la propia lógica del TMEC y la integración regional) es clave: la energía.
Desde noviembre se viene postergando semana a semana, mes a mes, la presentación del programa de infraestructura energética, que ahora se asegura que se dará a conocer en las próximas horas. No se trata sólo de identificar proyectos de inversión y ofrecerlos a la iniciativa privada sino de hacer transparentes las reglas y las posibilidades de inversión, dentro y fuera de esos paquetes.
Ese programa ha sido objeto de interminable negociaciones internas en el gobierno: el presidente ha anunciado la creación de un gabinete de inversiones que encabeza Alfonso Romo, pero sus esfuerzos chocan con personajes como la secretaria de Energía, Rocío Nahle y el director de la CFE, Manuel Bartlett, que tienen una visión completamente diferente del futuro del sector energético, basado en las inversiones públicas y el desarrollo de las empresas estatales, con el capital privado como un simple subordinado, contratado para proyectos específicos: lo mismo que tuvimos antes de la reforma energética, que para esos personajes y sectores (y por lo menos en el discurso para el propio presidente) es el pecado capital del neoliberalismo.
Pero si se impone esa visión, el sector energético no sólo no será el motor de la inversión y la economía, sino que se terminará convirtiendo en el lastre del sistema económico. Si Pemex sigue devorando recursos, si se sigue invirtiendo en refinerías que no pueden ni siquiera resarcir sus costos, si no se abre, si la CFE no reconoce que necesita dejar trabajar al sector privado, apostar al gas, si no acepta que las energía renovables son el futuro del sector (y ellas se deben desarrollar con capital privado), será el sector energético el que terminará hundiendo la economía.
No es algo nuevo, ya lo vimos a fines de los 70 y principios de los 80 con el gobierno de López Portillo, de cuya política energética parecen estar abrevando esos sectores del gobierno federal. Una “gran Pemex, una gran CFE” que fosilizaron, endeudaron y llevaron al derrumbe la economía nacional.
Hay muchos otros ámbitos de profundas e insalvables divisiones dentro del gobierno federal, pero de acuerdo a cómo se vaya a definir esta profunda contradicción en el ámbito energético, se sentará el precedente sobre cómo se saldarán las demás.