Pactos, rupturas y separatismo

14-04-2020 A nuestro país le urge un pacto, acuerdo o como se le quiera llamar, que involucre a grupos políticos, económicos, empresariales, sociales. No sólo para atender la emergencia sanitaria, sino también, y sobre todo, para lo que vendrá después: una caída dramática del desempeño económico, un alza notable del desempleo, el cierre de numerosas empresas en un entorno nacional e internacional de fuerte polarización.

No se puede llamar a un pacto o acuerdo aumentando la división, en medio de denuncias y recriminaciones realizadas desde el poder o de sus espacios aledaños. Tampoco es hora de impulsar una ruptura institucional, o una revocación de mandato. Un ambiente de creciente polarización sólo agudizará más la crisis y la sociedad completa será víctima.

Hay problemas de fondo que deben ser analizados. El centralismo exacerbado del gobierno federal está engendrando un peligro mucho mayor: ha resucitado las tendencias que exigen mayor autonomía (e incluso alientan el separatismo) en muchos estados del país. No es nuevo, lo hemos vivido a lo largo de la historia, pero desde la crisis provocada por los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo, no lo habíamos vivido con tanta intensidad.

Al centralizar y redirigir unilateralmente los recursos fiscales, el gobierno federal ha resucitado la exigencia de un nuevo pacto fiscal, y para muchos federal. Los estados del norte, en forma destacada Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila rechazan la política fiscal del gobierno federal y crecen las demandas para dejar de pagar impuestos o servicios federales. Chihuahua está en la misma tesitura. Sonora y Sinaloa están actuando con amplios márgenes de autonomía ante la crisis. En Jalisco, el descontento es explícito y el gobernador Enrique Alfaro lo ha planteado con toda claridad, incluso en un contexto donde las cámaras empresariales locales están descontentas hasta con el Consejo Coordinador Empresarial por la forma en que ha manejado su relación con el gobierno federal.

En el sureste, en Yucatán, Quintana Roo y Campeche, esas tendencias no son tan explícitas, pero son profundas, añejas y el virtual quiebre sin rescate de la industria turística alimenta todo tipo de rupturas, lo que se replica en el otro extremo del país en Baja California Sur y en puntos muy específicos de Baja California, como Tijuana o Mexicali.

La respuesta del gobierno federal ha sido, hasta ahora, endurecerse: insistir en sus políticas, llegando incluso a jugadas tan peligrosas como la realizada este fin de semana, al llegar a acuerdos no divulgados con Trump para lograr su apoyo a la propuesta de reducción petrolera de México en la OPEP. El mandatario estadounidense ha dejado en claro que México “pagará” por esos acuerdos, pero no ha dicho cómo ni de qué forma. Intentar vender esos compromisos como un gran éxito gubernamental no tiene sentido.

Pero lo cierto es que se llegó a ese extremo para no modificar los planes energéticos del gobierno, y continuar con esa distopia que es la construcción de la refinería de Dos Bocas. La refinería y el Tren Maya siguen siendo los principales proyectos del gobierno federal sin comprender que, más allá de las consideraciones ideológicas que están detrás de esas obras, ninguna de ellas es prioritaria para el país.

Tuve oportunidad de tratar esporádicamente, pero desde muchos años atrás, a Luis Inácio Lula Da Silva, el ex presidente de Brasil. Más allá de sus posteriores problemas legales, siempre he creído que Lula ha sido el presidente más exitoso, proveniente de la izquierda, que ha tenido la región en décadas. Alguna vez, cuando ya había dejado el poder, le pregunté cuál había sido la receta para sacar a millones de brasileños de la pobreza. Su respuesta fue sencilla: abrir todos los sectores y sobre todo la energía, a la inversión privada. Quería inversionistas, decía, porque quería que con sus recursos generaran riqueza y puestos de trabajo, pagaran impuestos y esos impuestos le servían para canalizarlos en forma prioritaria a los sectores más pobres. Y lo logró: Lula sacó de la pobreza a 30 millones de brasileños.

Es verdad que se cometieron errores y hubo actos de corrupción, que, por otra parte, llevaron el péndulo político al otro extremo: dejaron como presidente a un personaje como Jair Bolsonaro. Pero no invalidan la estrategia.

Aquí vamos en rumbo contrario. El presidente López Obrador no puede seguir aferrado a sus programas e ignorar las tensiones de todo tipo que se están generando en buena parte del país. Es hora de pactos, de acuerdos, de abrirse, de impulsar la inversión y aceptar que no es posible establecer el pensamiento único como norma para todo y para todos.

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