10-06-2020 Mal día, muy mal día eligieron el presidente López Obrador y su director de comunicación Jesús Ramírez para dar a conocer la existencia de un grupo conspirativo que trabaja, según el gobierno, para derrocarlo. La similitud ideológica de la administración López Obrador con la de Luis Echeverría es evidente, pero también lo es la paranoia de un régimen que no entiende que el país cambió dramáticamente en los últimos 50 años. Y ayer, en vísperas del aniversario de la masacre de Corpus, el gobierno resucita la conspiración de Chipinque.
La teoría de la conspiración provocó un día como hoy, pero de hace 49 años, la matanza del jueves de Corpus, donde Luis Echeverría y su equipo terminaron desplegando a los Halcones, matando, golpeando, reprimiendo estudiantes para paralizar, una supuesta conspiración en su contra. Si les parece algo muy lejano, vean en la película Roma una muy buena recreación de aquel momento.
Y casi exactamente en el aniversario del Jueves de Corpus a los genios que trabajan en la comunicación del presidente de la república se les ocurre difundir un supuesto documento que demostraría la conspiración de intereses, instituciones, empresas, políticos, periodistas, intelectuales, que jamás se han encontrado juntos, para derrotarlo en los comicios del 2021 y poder destituirlo en el 2022 durante la consulta de revocación de mandato… propuesta por el propio López Obrador.
El documento es una copia casi textual, cambian sólo algunos de los personajes, más por una cuestión biológica (muchos ya murieron) que política, de aquella conspiración de Chipinque, que denunció Echeverría cuando su gobierno se derrumbaba y quería asustar con el fantasma de un golpe de Estado. Es tan falsa esta conspiración como la de hace medio siglo. Pero la lógica de presentar algo así es la misma: dividir a la población, polarizarla, usar el miedo como instrumento político y alimentar, de la mano con él, la violencia contra los opositores.
Estoy convencido de que la presidencia no organizó las manifestaciones y el vandalismo de Guadalajara o la ciudad de México, pero lo alimenta con este tipo de discurso y con estas “conspiraciones” indignas de ser presentadas formalmente por un presidente de la república. El único que denuncia una conspiración más o menos cada quince días es Nicolás Maduro, el último que lo hizo en México fue Echeverría, antes lo había hecho y creído Díaz Ordaz para ordenar la matanza de Tlatelolco.
Pero además, ¿de qué tipo de conspiración están hablando?. Que un grupo de políticos y empresarios supuestamente se pongan de acuerdo para tratar de ganar una elección no es una conspiración, en todo caso sería un acuerdo elelctoral, exactamente el mismo que hizo López Obrador con muchos, dentro y fuera de Morena, entre ellos muchos empresarios, para ganar los comicios del 2018. ¿O disputar una elección y criticar al gobierno ahora va a ser sinónimo de conspiración?¿ahora los críticos serán, seremos conspiradores?.
El presidente López Obrador le dijo al gobernador Enrique Alfaro que quien acusa debe presentar pruebas, que el que acusa está obligado a probar. Y que con la acusación le había faltado el respeto a la institución presidencial. Ahora el que acusa sin presentar pruebas y le falta el respeto a la institución presidencial es el propio mandatario, presentando este Chipinque 2.0, un documento falso y pleno de mentiras indigno de presentar desde el foro presidencial. El presidente dice e insiste en que él no se inmiscuye en tema partidistas, que no es jefe de ningún grupo, pero al otro día dice que hay que definirse, que sólo hay dos vías: la suya y la de sus adversarios. Y a renglón seguido le inventan una conspiración a modo de sus adversarios, de todos, los de chile, dulce y manteca, para victimizarlo. Es una suma de tonterías.
La conspiración de Chipinque fue un inventó de Adolfo Martínez Domínguez, que era entonces gobernador de Nuevo León, luego de que había sido defenestrado y culpado de la represión del jueves de Corpus, cuando era jefe de gobierno. Echeverría (que había sido responsable en forma indirecta del asesinato de Eugenio Garza Sada, como lo relatamos en el libro Nadie Supo Nada, Grijalbo, 2019) la hizo suya y comenzó a hablar de “los encapuchados de Chipinque” y a alejarse cada vez más de la iniciativa privada, e incluso abandonó lo intentos de apertura que había exhibido al principio de su gestión. La consecuencia fue una brutal crisis económica y una elección presidencial, la de 1976, donde no se presentó ningún candidato opositor. Echeverría terminó su gobierno desprestigiado, acusado, envuelto en rumores de golpe de Estado. Nunca pudo superar su fracaso. Esa es la lección que debe aprender López Obrador y deshacerse de esos teóricos de la conspiración que le quieren empujar hacia el despeñadero.