12-06-2020 En medio de la complejísima situación que vive el país, sin salir de la crisis sanitaria, con una crisis económica galopante que no sabemos como se podrá remontar en los próximos meses sin un programa de apoyo a empresas y trabajadores, con una crisis de seguridad que ni la pandemia ha logrado relajar, es incomprensible que se esté apostando a la polarización y la ruptura social. No sólo porque es políticamente suicida en el mediano y largo plazo, sino porque la polarización, la ruptura como forma de hacer política, aunque de moda en el populismo actual, es una visión decimonónica, digna del siglo XIX y no de las sociedades democráticas de un muy bien avanzado siglo XXI.
Una de las frases más sugerentes que he leído en años, por todo lo que implica, la pronunció el extraordinario físico británico Stephen Hawkings cuando presentó en Oviedo, España, su libro Brevísima historia del tiempo: dijo el ganador del Príncipe de Asturias que “el universo tiene muchas historias alternativas y hay un número muy elevado de universos posibles”. Una definición de las ciencias duras que puede ser un azote intelectual para cualquier intolerante o convencido de poseer la verdad absoluta. Una definición que puede ser un calvario para una mente estrecha y esquemática, que sólo comprende la realidad dividida en blancos y negros, en buenos y malos.
De la historia del tiempo y del universo, de esa suma de universos e historias paralelas, podemos llevar, también, la reflexión de Hawkings a nuestra realidad política: ¿cuántas historias alternas tenemos?¿cuántos universos posibles pueden existir simultáneamente?
La verdad es que las cosas son mucho más complejas que lo que se quiere presentar, que la sociedad, la gente, es mucho más madura y escéptica respecto a las declaraciones de los políticos y la toma de posición inflexible de algunos de ellos. Quizás porque la gente sabe que casi nada se puede mostrar en simples blancos y negros y que, además, como decía Aldous Huxley, “cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje”. Claro, ello se aplica sin demasiados distingos partidarios o ideológicos, aunque allí también coexisten los muchos universos posibles de los que habla Hawkings.
Insistir en la polarización, en elegir entre vías irreconciliables, en conspiraciones sin sentido ni lógica, nos aleja de la realidad de un país cuya principal preocupación al día de hoy es tener trabajo, hacer producir a sus empresas y tener seguridad jurídica y laboral para reemprender ese camino.
El lunes se supone que se deberá dar un nuevo paso en la reapertura de la economía y en el camino de esa extraña nueva normalidad. Comienza sin que la pandemia esté ni mucho menos dominada o siquiera la famosa curva de contagios aplanada.
Se entiende, decíamos hace dos semanas, antes de la primera reapertura, que el Presidente, aunque las condiciones sanitarias aún están lejos de ser las idóneas, haya decidido apostar por comenzar a reactivar la economía. Los datos son aterradores: según el Banco de México la caída de la economía en este año puede ser de hasta el 8.8 por ciento y un millón 400 trabajadores perderán su empleo (la semana siguiente se supo que 12.5 millones de personas económicamente activas no tuvieron ingresos en abril pasado). En el primer trimestre del año, la caída económica fue del 2.2 por ciento y es el quinto trimestre consecutivo con la economía a la baja, una caída que comenzó exactamente el mismo día que el entonces presidente electo anunció la cancelación del aeropuerto de Texcoco. Desde entonces, la economía no ha vuelto a crecer y tampoco lo han hecho las inversiones.
Recuperar la actividad económica es una exigencia ineludible. La disyuntiva del gobierno federal (y también los estatales, no nos engañemos) es compleja: se juegan popularidad política cuando está a punto de comenzar un proceso electoral que será clave para el futuro del país y tienen que equilibrar los riesgos de abrir la economía cuando aún se presentarán más contagios, con el desafío (que tampoco es menor) de asumir esa apertura y sus costos ante la posibilidad de un colapso económico y social. Es un escenario que no se establece en blancos y negros sino en medio de una inabarcable gama de grises. Hawkins nos miraría con profunda preocupación desde uno de sus universos paralelos.