2-07-2020 El mensaje de ayer del presidente López Obrador fue uno de los mejor presentados que ha tenido. El contenido fue una suma de sus objetivos políticos, sociales y económicos, al mismo tiempo que fue un acierto la elección del bellísimo recinto parlamentario de Palacio Nacional, donde se protestó la constitución de 1857, una presentación, en la forma y en el fondo, que fue la antítesis de aquel desastroso de un mandatario solo, perdido en la inmensidad del patio central de Palacio Nacional.
Son muchos los puntos del mensaje que podrían ser controvertidos: la seguridad no ha mejorado. Ayer mismo, mientras el Presidente decía que empezaba a tener resultados, que ya no había masacres ni ejecuciones, en Irapuato eran asesinadas 24 personas en forma brutal, y en el país mueren ejecutadas en promedio 90 personas al día. Es verdad que en estos meses han bajado los asaltos en transporte público, el robo de vehículos o los secuestros, pero la sociedad lleva tres meses confinadas: no había vehículos o transportes para asaltar, personas para secuestrar. No se dijo una palabra del mayor ataque que ha recibido el Estado mexicano por parte del narcotráfico, como lo fue el atentado contra Omar García Harfuch. No hay prueba alguna de que hubiera órdenes de ejecutar “masacres, de mátalos en caliente o de remátalos” en las pasadas administraciones ni tampoco en ésta. Por supuesto que la inseguridad que sufrimos no es responsabilidad única y exclusiva del gobierno de López Obrador, pero tampoco es verdad que exista algún cambio notable al respecto, más allá de la buena voluntad presidencial de reducir la letalidad en los enfrentamientos y de que se respeten los derechos humanos, aunque eso se interprete en ocasiones como una política de no confrontación con los grupos criminales.
La economía no ha comenzado su recuperación. Por lo pronto, la estimación del Banco de México y del FMI coincide con la de los analistas: este año el PIB del país caerá entre el 9 y el 11 por ciento. Eso implica millones de personas sin trabajo, cierre de empresas, caída en el nivel de vida. Se perdieron un millón de empleos formales durante el periodo de confinamiento, pero son muchos más los que no tienen empleos o ingresos, según datos oficiales 12 millones en abril pasado. El incremento en las remesas de mayo no implica recuperación económica, sino que después de la pronunciada caída de abril, los paisanos siguen haciendo esfuerzos por mantener a sus familias, aunado a que siempre crecen las remesas en mayo, por la celebración del día de la madre.
El presidente López Obrador no es el mandatario más atacado e insultado de los últimos cien años. No es una víctima de los medios o de las redes, es simplemente un presidente que, como todos los anteriores, tiene respaldos y críticos, y en los dos bandos hay polarización y mucha intolerancia. Y eso tampoco es nuevo.
Por supuesto que es un logro que 40 por ciento de los hogares de los mexicanos más pobres tengan algún tipo de apoyo y que las cifras destinadas a ese fin hayan crecido en forma notable. Pero también, en aras de la transparencia, debería haber un registro claro y público que garantice que todos esos recursos lleguen al destino señalado. Esos apoyos ayudan a paliar la pobreza y la desigualdad, no hay duda, pero no son un instrumento para reactivar la economía. Para eso se necesitan planes y programas que ayer no se anunciaron. Los inversionistas sienten que no hay la suficiente certidumbre y seguridad jurídica para sus inversiones, lo señala desde el Consejo Coordinador Empresarial hasta el FMI, desde el embajador de Estados Unidos hasta las calificadoras.
El presidente López Obrador fue electo por 53 por ciento de los electores. Hoy, según las encuestas, tiene un respaldo similar a ese porcentaje de votantes. Su partido y sus aliados parlamentarios, hay que recordarlo porque así se divide políticamente el país, tuvieron un diez por ciento de votos menos que el Presidente en los comicios de hace dos años. El Presidente tiene un proyecto de nación que está sacando adelante y ha logrado en estos dos años poner en las leyes y la Constitución casi todos los objetivos que se había propuesto. Un logro notable. Pero los resultados no están a la altura de las propuestas. Ponerlos en papel y hacerlos leyes no los convierte en hechos consumados, en políticas pública eficientes.
Para eso se necesita gobernar para todos, buscar espacios de consensos, articular, incluso en el discurso cotidiano, la búsqueda de los mismos, implementar y proponer un esfuerzo nacional, donde participen todos los posibles, para avanzar en la seguridad, la economía, la salud, los derechos humanos y sociales. Lo decíamos ayer aquí mismo, para eso se necesita recuperar el espíritu del discurso del uno de julio… de 2018.