El Marro y el CSRL: rémoras del pasado

04-08-2020 Muchos lectores se han preguntado porqué decimos que la caída de El Marro, José Antonio Yepes, el líder del llamado Cártel de Santa Rosa de Lima, implicará en los hechos la desaparición de se grupo criminal y sostienen que ante la caída de un capo siempre existe otro que lo sustituye.


No es verdad. Comencemos por la última aseveración. Hace unos años existían hasta siete cárteles poderosos en el país. Hoy existen solamente dos: el de Sinaloa o el Pacífico y el Jalisco Nueva Generación. Hay muchos otros grupos criminales que participan de una u otra forma en el crimen organizado, y que pueden ser incluso mucho más violentos (como el cártel del Noreste y su Tropa del Infierno) pero sólo esos dos pueden ser denominados cárteles, porque son los únicos que realmente operan todas las fases del crimen organizado relacionados con el narcotráfico y muchos otros rubros, desde la importación o producción de drogas hasta el lavado de dinero, en México y en otros países.


Cárteles que el pasado fueron muy poderosos han desaparecidos o se han convertido en organizaciones regionales, de una u otra forma aliadas o enemigas de los dos grandes. Cárteles que fueron tan poderosos en el pasado como los Zetas, los Beltrán Leyva, el cártel de Juárez y el del Golfo, la propia Familia Michoacana (con su derivado, los Templarios), el cártel de Milenio, hoy prácticamente ya no existen o se han convertido en otra cosa, sus sobrevivientes se han ido entreverando en otros grupos.


Eso no implica que no desaparezca la violencia y el crimen. Esos grupos pequeños en ocasiones son más violentos contra la población que los grandes, precisamente porque se ensañan y expolian a la gente para obtener recursos. Pero ese sólo dato, la dramática reducción de grandes cárteles, justificaría por sí mismo algo que se quiere negar desde el propio gobierno y por distintos analistas: de que la caída de los grandes capos no tiene sentido porque los mismos son reemplazados por otros. En parte es verdad, pero cuando se trabaja consistentemente para acabar con una organización criminal no sólo para descabezarla, sino para desarticularla, las mismas pueden ser derrotadas.


El problema es que en ocasiones se cree, o se quiere hacer creer, que la caída de un capo destruye una organización: el ejemplo más evidente lo tenemos con el cártel de Sinaloa, en poco y nada afectado por la caída del Chapo Guzmán. El ejemplo contrario, quizás el más importante y menos valorado, es la destrucción de los Zetas, con la caída de prácticamente todos sus líderes y el desmembramiento de esa organización en muchas bandas locales que están, hoy, muy lejos de tener el poder que tuvo ese grupo criminal.


Existen unos 90 grupos criminales organizados en todo el país, de los cuales, además de los dos grandes cárteles, sólo unos pocos adquieren un perfil de organización criminal más sofisticada y poderosa, entre ellos estuvo durante los tres últimos años el llamado Cártel de Santa Rosa de Lima.


Pero eso nos lleva a la otra afirmación: la caída del Marro sí provocará un desmembramiento y prácticamente la desaparición de esa organización criminal. La primera razón de ello ya la explicábamos: el CSRL no es un cártel, es una organización criminal en buena medida atípica, porque ni nació ni se desarrolló en el ámbito nacional e incluso ni siquiera regional, sino local, pero además lo hizo ajena al narcotráfico. Esa organización, como hemos insistido, nació en el ámbito local, aliada con intereses locales, sobre todo en torno a fuerzas municipales y a la refinería de Salamanca para operar el robo de combustible. Su expansión y su poderío económico se explican paradójicamente por ello: pudo abrirse paso muy rápido porque tenía recursos y no participaba del narcotráfico. Para muchas fuerzas locales era más aceptable corromperse con el robo de combustibles que con el tráfico de drogas.


Fue la guerra con el CJNG, desde que hace unos tres años el Marro no aceptó asociarse con ese grupo, lo que le obligó a invertir en sicarios, a involucrarse de lleno en la violencia, a operar en ámbitos que hasta entonces había dejado de lado, desde el secuestro y la extorsión hasta el robo de trailers y cajeros automáticos, pasando por el narcomenudeo.


Pero la organización continuó quedando en manos de El Marro, sus padres, sus parejas, sus hermanas, junto con un puñado de operadores que lo acompañaban desde que dejó su participación como un operador menor de otros grupos criminales para volver a asentarse en Juventino Rosas. Esa organización está desmantelada y muy debilitada, lo mismo que su estructura financiera, que no dejaba de ser, también, local y construida en torno a un círculo familiar y de amigos.


¿Significa eso que nadie más disputará quedarse con esos espacios y negocios? Por supuesto que no, el CJNG ya se ha quedado con buena parte de él (el Marro y su gente ya operaban en sólo 9 municipios del estado). Tampoco implica la desaparición en automático de la violencia, pero a El Marro y al CSRL deberíamos irlos colocando ya como en rémoras del pasado, no son, quizás nunca lo fueron, parte del futuro del crimen organizado en el país.

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