1-09-2020 Las opiniones en la Suprema Corte sobre la legalidad de la consulta para enjuiciar a los ex presidentes estaban ayer divididas y muy probablemente lo estará también la votación de hoy respecto a la ponencia del ministro Luis María Aguilar. Más allá de eso, los argumentos presentados por el ex presidente de la SCJN para declarar inconstitucional la pregunta presentada por el Ejecutivo federal parecen contundentes, inapelables.
Ante ello, el presidente López Obrador adelantó que si se rechaza la consulta presentará una iniciativa de reforma constitucional que permita enjuiciar a los ex presidentes. No sé qué destino podrá tener una reforma constitucional en ese sentido, lo que sí me queda claro es que todo esto se trata de un simple distractor: hoy, con o sin consulta no existe impedimento legal alguno, al contrario, para que un ex presidente de la república, como cualquier ciudadano, pueda ser juzgado por delitos, como dice la pregunta de la consulta, cometidos antes, durante o después de su mandato. No sólo no existe impedimento alguno, sino que las autoridades tienen la obligación de iniciar una investigación y hacer la denuncia correspondiente si tienen conocimiento de algún delito. Tampoco para eso se requiere una consulta: no se puede consultar si se aplican o no las leyes. No sé qué decidirá la SCJN, pero si se atienen a la letra y el espíritu de las leyes, la consulta como está formulada debe ser considerada inconstitucional.
Pero en una semana en la que la mañanera pareció una suerte de desfogue presidencial contra todo y contra todos (y lleva así ya varias semanas), el Presidente anunció el programa conmemorativo de la consumación de la Independencia, donde dio una clase, no siempre compartible, de la historia nacional.
Más allá de muchos maniqueísmos, sigue llamando profundamente la atención que el Presidente siga hablando de la “invasión” española de hace 700 años y que insista en reclamar una disculpa “del gobierno español, de la monarquía, un cambio de actitud, de humildad, un perdón” por esos hechos. Y que lo diga el mismo día en que presentaba sus cartas credenciales en Madrid la nueva embajadora María del Carmen Oñate, afortunadamente una diplomática de carrera, que no creo que incurra en disparates diplomáticos en una relación ya de por sí muy lastimada por los gestos y dichos intransitables del primer mandatario en relación con España. No puedo entender que el ejecutivo federal se lleve tan bien con Trump y tan mal con el Estado español.
Vamos a los hechos, no hubo ninguna invasión española a México por la sencilla razón de que México, hace 700 años, no existía. Es como si la Italia actual le exigiera una disculpa a Alemania porque las tribus germánicas invadieron el imperio romano o si el perdón lo demandara Francia por la ocupación romana de la Galia.
Cuando Hernán Cortés llegó al continente americano, México ni remotamente existía. Los aztecas habían dominado a otros pueblos, como los tlaxcaltecas y los totonacas, y mantenían un vasallaje imperial que llegaba hasta lo que ahora es buena parte de Centroamérica. Los aztecas fueron derrotados no por las pocas decenas de hombres que acompañaban a Cortés, que tuvo militar y políticamente también su mérito, sino porque se sumaron a la lucha contra los aztecas los pueblos que habían sido avasallados por ellos. Los historiadores serios incluso califican ese proceso, del que se terminó aprovechando el propio Cortés, de una suerte de guerra de liberación de los pueblos dominados frente al imperio azteca
No se puede analizar ni entender la historia a través de ojos actuales. Es como si analizáramos a los aztecas u otros pueblos originarios por sus rituales antropofágicos. Claro que hubo una destrucción de las culturas originarias, pero seguir insistiendo en ello o inventar una invasión cuando el Estado mexicano ni siquiera existía (pasaron 500 años, cinco siglos, para que se consumara la independencia) es ridículo y le ha costado mucho a la diplomacia mexicana en la relación con España y con la Unión Europea. Y nos cuesta más aún en términos de identidad nacional. Nada impide, al contrario, homenajear y honrar a los pueblos originarios, y al mismo tiempo reconocer que nuestra sociedad tiene en el mestizaje su principal componente, sino que lo diga un tal Salvador Obrador Revueltas que llegó de Cantabria, al norte de España, a México, en 1917, se estableció en Tabasco, y fue el abuelo materno del actual presidente.
Adiós Quino
Hay grandes caricaturistas en toda América latina. Pero ninguno tuvo la originalidad y la capacidad globalizadora de Quino y su inigualable Mafalda, que durante más de medio siglo nos ha mantenido asombrados, divertidos, preocupados y esperanzados. Quino murió ayer, pero Mafalda lo mantendrá con nosotros por siempre. Sobre todo en estas épocas donde, como ella decía, “el problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”.