9-10-2020 El proceso de elección de la dirigencia de Morena que concluirá en las próximas horas dejará a ese partido en la mayor de las incertidumbres respecto a su futuro. Gane la presidencia Mario Delgado o Porfirio Muñoz Ledo, la tormentosa campaña interna lo que ha logrado es que si es Mario, éste llegue deslegitimado ante una buena parte del partido, y si es Porfirio nadie tendrá la menor certidumbre de lo que finalmente hará al frente de Morena. Si alguien cree que Muñoz Ledo es previsible y puede ser controlado está muy equivocado. De todas formas, uno u otro se hará cargo de un partido profundamente dividido.
Existen razones para esa competencia. Por una parte, la enorme cantidad de posiciones que estarán en juego en la elección del año próximo, incluyendo 15 gubernaturas y la renovación de la cámara de diputados. No es menor el peso que tiene los recursos que manejará Morena para el 2021, nada menos que mil 600 millones de pesos sólo en el ámbito federal, nada mal para un año de austeridad y crisis económica. Existen diferencias políticas e ideológicas reales. Y por supuesto detrás de todo esto se encuentra un posicionamiento mucho más estratégico: el de la sucesión presidencial del 2024, y una supuesta lucha por el mismo entre Marcelo Ebrard, que estaría representado por Delgado, y Claudia Sheinbaum, por Porfirio Muñoz Ledo, con Ricardo Monreal jugando en muchos frentes.
Ya hemos abordado en este espacio ese tema, pero se debe insistir al respecto: falta demasiado tiempo para la sucesión, y el presidente López Obrador (que no olvidemos que tiene un adn político priista y tradicional), sabe que al final, esa decisión la tomará él en los tiempos que considere adecuados. Será un destape en toda la línea, al mejor estilo de los que relataba Luis Spota. Salvo que algunos crean que el Presidente llegará disminuido personal o políticamente para esas fechas, y que por ende su margen de maniobra se agotará o disminuirá sensiblemente.
Pero lo cierto es que hoy eso no ocurre: el Presidente centraliza el poder, incluso en las decisiones más técnicas como la economía, y no se percibe que por voluntad propia vaya a soltar algo tan decisivo como su sucesión.
Si algo lo pone de manifiesto es su actitud hacia las elecciones del año próximo. Aparentemente, López Obrador no se ha involucrado en el conflicto interno de Morena. Pero no creo que haya estado ajeno, lo que sucede que, con esa política bonapartista, pendular, que le gusta ejercer a López Obrador, no ganaba nada participando públicamente en un proceso tan desaliñado y errático. En última instancia, su única propuesta fue que se hiciera una encuesta para dirimir la dirigencia y eso fue lo que se hizo.
Creo que, más allá de las disputas internas, López Obrador confía más en sus propias fuerzas que en su partido. Por eso que hubiera una consulta, fuera cual fuera la pregunta, era para él tan importante, y por eso el esfuerzo político de saltarse las normas para tratar de emparejarla con las elecciones de junio. Sabe que para el resultado que él participe en la campaña es más importante que definir la dirigencia del partido.
Por eso al año siguiente, el 2022, habrá otra consulta, la de revocación de mandato, porque la lógica presidencial es la campaña permanente con él al frente, y en esa lógica, y con un poder centralizado como nunca, incluso que sus partidarios se peleen, que unos se ubiquen más al centro, la derecha o la izquierda, no le afecta, al contrario, le conviene y le permite operar en un espectro más amplio, apoyando a unos u otros de acuerdo a la coyuntura o el tema.
Todo el secreto es que exista el espacio para que él mismo esté siempre en el centro de la operación. Morena me recuerda en estos días y por la forma de ejercer el poder presidencial, al peronismo argentino un movimiento que pudo de una u otra forma mantenerse en el poder (incluso estando fuera de él) durante más de 70 años: un presidente, Juan Domingo Perón, centralizador al máximo, cuyo partido era una extensión suya y donde convivían (es un decir, porque en ocasiones literalmente se mataban entre sí) desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, todo envuelto en una bandera popular y nacionalista.
Incluso medio siglo después de la muerte de Perón la fórmula sigue teniendo éxito y se refleja en la propia composición del gobierno argentino actual, con un presidente, Alberto Fernández, y una vicepresidenta, Cristina Fernández, que reflejan posiciones distintas y muchas veces encontradas. El oficialismo y la oposición están en el mismo partido y el líder se inclina hacia unos u otros de acuerdo con las circunstancias.
En síntesis, para el presidente López Obrador, Morena es simplemente un instrumento, para Morena el presidente López Obrador es el principio y fin de su existencia.
INDEP
La Auditoria Superior de la Federación, que encabeza David Colmenares, también está investigando al ex director del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, Ricardo Rodríguez Vargas.