10-02-2021 La lógica implacable de la polarización rige el discurso presidencial y se trasmina a toda la sociedad. Un presidente en campaña puede rendir frutos para su partido e incluso romper con una lógica que se ha impuesto en todos los comicios intermedios desde 1997: el partido en el poder, desde entonces, ha perdido ha perdido en todas las elecciones de medio término. En esta ocasión todo indica que puede ser diferente, entre otras razones, porque a la dinámica polarizadora no se le ha enfrentado una oposición partidaria articulada que vaya más allá de buscar alianzas para distribuirse posiciones en la futura legislatura.
Parece difícil de entender que los partidos de oposición (e insisto en eso: los partidos, porque son ellos los que pueden articular o no el descontento ciudadano) no haya podido siquiera establecer un buen discurso opositor en una coyuntura en la cual el manejo de la pandemia ha sido tan malo como el plan de vacunación; donde se tiene el índice de mortandad por Covid más alto del mundo: un 8.6 de cada cien contagiados (el segundo lugar lo tiene Perú, con 3.6 por cada cien); con el tercer lugar en número total de fallecidos por la enfermedad; con un gobierno que se ha cansado de contradecirse y que en un año ha declarado en 29 ocasiones que ha domado la pandemia, invertido la curva, que está saliendo de la crisis sanitaria, cuando nada de eso se ha cumplido.
No se entiende que no se pueda articular un verdadero discurso opositor cuando la economía cayó casi un 9 por ciento el año pasado, cuando hay 12 millones de personas sin empleo, cuando la inversión fija bruta del país cayó en dos años nada menos que un 22.5 por ciento, donde hemos perdido más de dos puntos del PIB por la caída de la inversión privada.
Cuando se suman 80 mil muertos por ajustes de cuentas o enfrentamientos relacionados con el crimen organizado desde el inicio de esta administración. Cuando no hay medicinas indispensables o cuando se hace de la lucha anticorrupción una bandera, pero se mantiene a corruptos notables en la administración o más del 80 por ciento de los contratos se dan por adjudicación directa.
La lista podría continuar, pero no parece hacer mella, o por lo menos no la que la situación exigiría, porque las oposiciones no actúan seriamente como tales. Es verdad que hay esfuerzos a nivel de algunos gobernadores o de un puñado de legisladores, pero el papel opositor que deben jugar los partidos es por lo menos tenue, en una coyuntura donde la dirigencia de los mismos está prácticamente desaparecida.
La alianza PAN-PRI-PRD como estaba planteada parecía una buena opción para aglutinar fuerzas opositoras pero lo cierto es que las dirigencias de los tres partidos han vuelto a hacer lo mismo que en 2018: distribuirse entre ellos las posiciones más importantes y no apostar por ningún liderazgo social significativo. La hora indicaba que esa alianza tenía que servir para incorporar liderazgos ciudadanos en cada distrito y estado, fueran miembros o no de esos partidos y desde allí construir una oposición que naciera de lo local para tener trascendencia nacional.
Claro que hay unas pocas candidaturas interesantes, pero en general no ha sido así, las posiciones son para Alito y sus amigos, para Marko y los suyos, para lo que queda de Nueva Izquierda. Movimiento Ciudadano apuesta por Samuel García en Nuevo León y por Paquita la del Barrio en Veracruz. Se acumulan las candidaturas de artistas de segunda, luchadores, deportistas retirados en el oficialismo, los partidos opositores y los de nueva creación. No hay liderazgos, se trata simplemente de cazar votos para que los líderes aseguren posiciones.
Algunos dirán que donde se puede, como en el senado, ha habido oposición, que se ha impedido avanzar a la 4T en algunas propuestas. En términos muy puntuales puede ser verdad, pero preguntémonos realmente en qué no ha podido avanzar la agenda presidencial: todas las reformas que se propuso al inicio del sexenio las ha terminado obteniendo, las constitucionales y las puntuales. Las oposiciones no han podido articular siquiera un discurso común ante una violación a la constitución y a los tratados internacionales como lo es la contra reforma energética. Olvidan que la reforma energética la aprobaron casi por unanimidad y que no es verdad que se logró por la corrupción legislativa: estaba en sus agendas desde mucho tiempo atrás. No se les pide que defiendan a personajes como Lozoya u otros, pero sí sus propias reformas de gran calado.
La oposición parece tener miedo porque no ha renovado ni discurso ni dirigentes, y deja el terreno abierto a un gobierno que comete errores todos los días, pero cuyas oposiciones no pasan en ocasiones siquiera del ámbito declarativo. A veces parece más intensa y más delicada para el oficialismo la lucha interna de Morena que la que brindan sus opositores.
El presidente López Obrador en ese sentido va a lo suyo: no se aparta ni un centímetro de su agenda, tenga o no consenso, se sumen o no los errores, desatinos o excesos. Demasiada banalidad opositora ante tantos desafíos.