3-09-2021 La salida de Julio Scherer Ibarra de la consejería jurídica del gobierno federal no es una buena noticia. Deja a la administración López Obrador sin el principal interlocutor con diversos actores y sectores sociales, desde empresarios hasta comunicadores, desde legisladores hasta gobernadores, ministros y magistrados, del propio oficialismo y de la oposición. Dejará satisfechos a los sectores duros de la 4T, que consideran que imaginan la política con una lógica de imposición.
Scherer era, es, una de las personas más cercanas y leales al presidente López Obrador. Una frase de su carta lo define: “hay compromisos finitos, los de la lealtad y la amistad son irrenunciables”. Eso es lo que hizo a Scherer diferente en esta primera mitad de la administración a buena parte del resto del equipo presidencial. No es sólo que tuviera acceso al poder, que varios lo tienen, sino que lo utilizara para allanar problema, no para provocarlos, para establecer líneas de diálogo incluso con adversarios, para establecer líneas rojas que no se pudieran cruzar, ni por los de adentro ni los de afuera. Y al mismo tiempo para escuchar y ser escuchado sin intermediarios por el Presidente, un hombre, a su vez, que no tiene personalmente interlocución con muchos de esos actores.
No sé quién podrá jugar ese papel, más allá de la buena voluntad política. Porque para eso se necesita conocer y ser conocido, saber que la palabra empeñada se va a cumplir y que en política los acuerdos, las negociaciones e incluso hasta los distanciamientos o rupturas se dialogan. Cuando se ven las reacciones de actores y factores de poder ante la renuncia de Scherer, incluso de los más lejanos a la 4T, se puede aquilatar el tamaño de la pérdida que su salida implica para la administración federal.
En esta primera mitad, los capítulos de transformación real de los que habló el presidente López Obrador en su tercer informe son los cambios constitucionales que logró y que será muy difícil que puedan ser refrendados o profundizados en esta nueva legislatura.
Por las manos de Scherer pasaron las normas legales (y la operación política, que a veces es incluso más importante) para hacer constitucional los apoyos sociales; los mecanismos para medicinas gratuitas (que después el sector salud convirtiera esas normas en un caos operacional es otro tema); la conculcación de las condonaciones fiscales que significaron enormes recursos para el erario; las leyes que permitieron crear la Guardia Nacional; las leyes de revocación de mandato, que desde 2019 se quedó sin ley reglamentaria. Toda la agenda de cambios constitucionales y legales que se planteó en la primera mitad de su mandato López Obrador se pudo sacar adelante desde esa oficina. Por supuesto que hubo otros actores, políticos, legislativos, empresariales, sociales que participaron en ese proceso, pero la operación central se llevó desde la consejería jurídica.
Ese peso y protagonismo generaron también enconos, sobre todo dentro de la propia administración federal. El episodio de la renuncia, la filtración adelantada de la misma, sin duda desde instancias oficiales, es una demostración de ello. Los golpes que provenían de áreas que se sentían desplazadas de sus funciones por la enorme cantidad de responsabilidades que acumulaba Scherer, también. Pero el hecho es que son muy pocos, realmente muy pocos, los funcionarios que en la administración López Obrador operan y que además lo hacen hacia afuera, no sólo hacia el coto cerrado de sus dependencias, muchas veces para tapar sus propias incapacidades.
Hay un capítulo que muestra esa forma de operar de Scherer. Es sabido que él y su familia controlan el paquete accionario de la revista Proceso. Con Proceso se puede estar o no de acuerdo, pero lo cierto es que Julio le dio, desde su poderosísima posición en el gobierno, absoluta libertad editorial a la revista que fundó su padre, don Julio Scherer. Eso implica una forma de ser, de entender la política, la comunicación, las relaciones con los demás. Y esa lógica se aplicó en otros ámbitos, en otras relaciones, en otras negociaciones y, como decíamos, en enfrentamientos y rupturas, porque hasta para eso hay que tener una lógica y una forma de hacer y entender las cosas.
Scherer y el presidente López Obrador recorrieron un muy largo camino juntos. No creo que estén distanciados ni que la renuncia sea parte de diferencias políticas personales, que como siempre las había, en temas, en forma y a veces en el fondo. Tampoco termino de imaginarme a Julio lejos de la política y de sus diferentes espacios, dentro de una administración o no. Lo que sé es que el Presidente pierde a uno de sus grandes colaboradores, con una calidad personal, humana, que será difícil, mucha más difícil aún de reemplazar.
Distancia
Si la distancia entre el presidente López Obrador, Morena y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación era ya amplia, la designación como presidente de Reyes Rodríguez Mondragón la profundizará, más allá de la capacidad personal y profesional del nuevo presidente del Tribunal. Y esa distancia se ampliará a muchos otros actores del sistema de justicia. Ahí también terminará el Presidente extrañando a su ex consejero jurídico.