15.11.2021
Buenos Aires, 14 de noviembre. Al momento de escribir estas líneas aún no se cierran las casillas electorales de los comicios intermedios en Argentina y todos auguran un dura derrota de la coalición gobernante que encabezan, pareciera que cada uno por su lado, Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández.
Lo que vendrá, si se confirma la derrota y con elecciones presidenciales dentro de dos años, será una batalla interna en un oficialismo muy parecido a lo que sería en México Morena, entre el endurecimiento político que significaría Cristina y, quizás, un posición más moderada de Alberto, aunque todo indica que las bases más duras que responden a la ex presidenta hegemonizarán el gobierno, pese a que eso las alejará aún más del elector medio, al tiempo que la oposición de centro derecha se quedará con el control de la ciudad de Buenos Aires, la provincia de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza, los principales centros sociales y políticos del país.
Más allá de la tradicional ineficiencia de los gobiernos argentinos, de derecha, centro o izquierda, lo que está detrás de todo esto y que vivimos cotidianamente en México, es la brutal polarización que divide al país. En Argentina esa polarización es de más largo arraigo que México, la división entre peronistas y anti peronistas que se inicio a mediados de los años 40 del siglo pasado, se ha catalizado y entreverado dentro del propio peronismo en la de conservadores y la izquierda (aquí el términos liberales también está estigmatizado pero con otras connotaciones) y a todo eso se ha sumado ahora otro factor polarizante: los Kichner.
Como se sabe después de una crisis económica brutal, que generó aquel movimiento que se popularizó con el que se vayan todos, un político de centro izquierda, con algunos toques conservadores, bastante parecido en las formas a López Obrador (pero en su momento menos conocido) llegó al poder. Néstor Kichner se convirtió, sobre todo en sus primeros años en un buen gobernante, que dio un poco de aire fresco a una política agonizante.
Pero entre los suyos había de todo, como en Morena, y un grupo fue adquiriendo cada vez más peso: el de su esposa Cristina y su hijo mayor, Máximo, que creó, con el respaldo familiar, una corriente muy radical dentro del peronismo, llamada La Cámpora. El de Kichner comenzó recreando los vicios de muchos de los gobiernos latinoamericanos, pero pudo reelegirse con amplia mayoría y luego al no poder aspirar a un tercer mandato directo, la candidata fue Cristina, con la idea de que cuatro años después regresaría al poder Néstor, que concitaba mayor aprobación popular que se esposa. Pero Néstor murió de un infarto fulminante y Cristina se quedó con el poder, La Cámpora adquirió amplios espacios proporcionado por la madre de Máximo y la polarización política, dentro y fuera del peronismo, llegó a niveles extremos.
Cristina rodeada de acusaciones de corrupción de todo tipo, perdió hace seis años las elecciones y llegó al poder un candidato de centro derecha, un empresario que fue presidente del club de fútbol Boca Juniors, y que terminó siendo otro mandatario desastroso más en la larga lista que sufre Argentina.
Cuando hace seis años hubo nuevos comicios presidenciales, el peronismo podía regresar. Cristina hubiera podido ser candidata presidencial pero sabía que si lo hacía pondría en riesgo ese triunfo. Ella eligió a Alberto Fernández, un político más moderado, con menos negativos y que incluso siendo jefe de gabinete le había renunciado a Cristina cuando era presidenta por profundas diferencias en la operación política.
Ganó Alberto Fernández pero desde el primer día el gobierno lo ha tenido que compartir con Cristina Fernández. Y la suma de errores, inconsecuencias, el pésimo manejo de la pandemia (Argentina fue el país que guardó el periodo de confinamiento más largo en el mundo, apenas se ha abierto éste primero de noviembre), una economía en estado casi vegetativo, una deuda externa que está siendo negociada casi desde siempre y en forma continua, porque nunca se puede pagar, han llevado a agudizar aún más la polarización.
Las encuestas previas al día de la elección confirman lo que adelantaron las PASO (una suerte de internas pero que con participación obligatoria, aquí es obligatorio votar, para elegir candidatos de distintos partidos y frentes): una dura derrota del oficialismo, pero también se mostraba una encuesta sobre Cristina Fernández cuyos números son contundentes: en prácticamente ninguna provincia (nuestro equivalente a estados) tiene la vicepresidenta, una valoración positiva. En una provincia del norte del país alcanza poco más del 50 por ciento, pero en el resto del país sus negativos alcanzan niveles alarmantes y son superiores al 80 por ciento en la capital, y altísimos, por encima de 70 por ciento en la provincia de Buenos Aires, en Córdoba, Mendoza, Santa Fe, los estados donde se concentra la población y el poder económico.
La lucha futura que comenzará apenas estén confirmados los resultados electorales, será cruenta no sólo entre el oficialismo y la oposición, sino y sobre todo entre los dos Fernández y toda su cohorte de aliados que con demasiada frecuencia pasan de un lado al otro.
Mientras tanto el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, un peronista que se pasó a la oposición moderada, simplemente espera para ganar las elecciones presidenciales de dentro de dos años. Y que todo vuelva a empezar.