Lecciones argentinas para la política mexicana

Fernández y AMLO

16.11.2021 

BUENOS AIRES, 15 de noviembre.– Las previsiones se cumplieron y en Argentina, en estas elecciones intermedias, el oficialismo representado por el Frente de Todos perdió por amplio margen contra la coalición opositora de Juntos por el Cambio: más de 8 puntos de diferencia y derrotadas del oficialismo en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires, en Córdoba, Mendoza, Santa Fe, en prácticamente todo el país, incluso en la austral provincia de Santa Cruz, la candidata de la vicepresidenta Cristina Fernández terminó en tercer lugar. Perdieron el control del Senado y el de la Cámara de Diputados quedó prendido con alfileres.
Decíamos ayer que hay muchos puntos en común, hoy, entre las políticas de Argentina y México, entre el gobierno de Alberto Fernández y el de Andrés Manuel López Obrador, incluyendo su matriz ideológica.

Primero, estos gobiernos deben aprender que la polarización a la larga no sirve, no sólo porque divide y debilita a las sociedades, sino porque incluso electoralmente sólo fortalece a los sectores duros y eso los aísla. Hoy, López Obrador, como el gobierno peronista kirchnerista (porque hay muchos peronismos distintos) de Argentina, reprueban y critican a las clases medias, pero olvidan que llegaron al poder por ellas.


Al polarizarse, las han perdido y han fortalecido a sus sectores duros, representados en Argentina por Cristina Fernández, su hijo Máximo y el grupo La Cámpora, con sus respectivos aliados. Pero los grupos duros difícilmente superan 30 por ciento de los electores, como ocurriría con Morena. En la medida en que se refuerza la polarización, el efecto contrario es el que persiste: se refuerza la oposición porque ésta se puede mover hacia el centro… y se llevan los votos. Lo vimos en Argentina y lo acabamos de ver en nuestro país, sobre todo en la Ciudad de México.
Segundo, el oficialismo en esa lógica de polarización trató en las últimas semanas, sobre todo después de unas elecciones internas que aquí se denominan PASO, que son obligatorias, dividir a la oposición porque era evidente que iba encaminada a ganar las elecciones. No sólo no lo logró, sino que en esa dualidad que existe en la cima del gobierno de los dos Fernández, Alberto y Cristina, los que se dividieron entre duros y moderados fueron los propios integrantes del gobierno y del oficialismo, al tiempo que terminaron fortaleciendo al frente opositor.


La mejor demostración de ello se tuvo la noche electoral cuando el presidente Alberto Fernández dio un discurso casi esquizofrénico: llamó a festejar la victoria, cuando lo que hubo fue una derrota en toda la línea; criticó duramente a la oposición y la responsabilizó de todos los males de su administración, que lleva ya dos años; se felicitó por la forma en que manejó la pandemia (que en buena medida es lo que provocó el voto favorable para la oposición ante el larguísimo confinamiento), pero finalmente llamó a un acuerdo con el Frente para sacar en forma conjunta con la oposición un plan económico de emergencia. No se puede polarizar y al mismo tiempo llamar a trabajar juntos sin sufrir consecuencias políticas. No se puede pedir acuerdos y al mismo tiempo votar un presupuesto sin cambiarle ni una coma, pese a que la oposición hace mil 500 reservas. Se pierde, por ejemplo, la posibilidad de realizar reformas constitucionales.


Un tercer punto. Cuando en septiembre perdió las elecciones internas, que son una suerte de termómetro para las constitucionales, el oficialismo lanzó lo que un ministro llamó aquí el plan platita, distribuir dinero para ganar votos, algo que conocemos muy bien en México. El objetivo era sobre todo recuperar la provincia de Buenos Aires, el principal centro económico y electoral del país. El lugar donde apostó casi todo Cristina, Máximo, La Cámpora y el gobernador del estado, muy conocido en México porque fue asesor de Morena, Axel Kicillof. Perdieron la elección aunque por mucho menos de lo esperado. La distribución de dinero no alcanza en política. Sirve, pero no define elecciones.


Finalmente algo que llama la atención: en Argentina, las elecciones, que son obligatorias, o sea, todos, salvo excepciones muy concretas, deben votar, son organizadas por un sistema coordinado desde una instancia judicial, algo que sería una suerte de híbrido entre el Trife y el INE, con fiscales en toda la República, etc. El sistema es mucho más sencillo en ese sentido que el nuestro, pero también es mucho menos cuestionado.


Un ejemplo, claro que las elecciones de este domingo fueron muy competidas y había mucho en juego, por supuesto que hubo aparatos partidarios que se movieron para apoyar a sus electores, pero todos aceptaron los resultados. No escuché en la noche del domingo o este lunes, reclamos de robos electorales ni tampoco se presentaron innumerables impugnaciones. Los actores, prácticamente todos, del oficialismo y de la oposición, respetaron los resultados y los confirmaron apenas tres o cuatro horas, luego de que cerraran las urnas.
El ministro del Interior, oficialista, cuyos padres fueron desaparecidos por la dictadura militar, Eduardo de Pedro, dijo cuando cerraron las urnas que respetar los resultados electorales era una forma de honrar a la democracia que habían recuperado hace 38 años de manos de la dictadura. Tenía razón. Si los participantes no respetan las instituciones democráticas que ellos mismos se dieron, le abren paso a las dictaduras. Eso seguimos sin aprenderlo.

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