2.12.2021
La celebración del día de ayer, así debería ser tomado, no debió haber sido para conmemorar un nuevo aniversario de la asunción del poder del presidente López Obrador, sino para tomar conciencia del inicio del cuarto año de su gobierno. La administración federal ha iniciado ya el camino, tan difícil para todo gobierno, de la cuenta atrás, cuando el tiempo se acaba y los logros todavía no llegan.
Hay muchos, porque en ninguno de los capítulos estratégicos el gobierno federal puede presumir de haber alcanzado sus objetivos, pero creo que ninguno tan dramático, como el de la seguridad. El martes, la secretaria de seguridad ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, hacía la defensa en el congreso de la estrategia de seguridad, defendía el lema de “abrazos y no balazos”, diciendo que de esa forma no morían inocentes y argumentando que los homicidios se habían reducido un 3.9 por ciento respecto a octubre del año pasado.
Rosa Icela es una funcionaria eficiente y respetable en un gabinete donde pocos se arriesgan públicamente, pero lo dicho es simplemente una consigna publicitaria: abrazos y no balazos es una estrategia que fracasó hace ya mucho tiempo. La danza de cifras no sirve para ocultar la realidad: en esta administración llevamos más de cien mil muertos, muchos más que en todo el sexenio de Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto. Echarle la culpa al pasado ya no tiene sentido en el cuarto año de una administración.
De poco sirve la tendencia descendente de unos puntos porcentuales cuando los niveles de homicidios están en el decil más alto de nuestra historia y se mantienen así durante tres años. No sólo no se han reducido respecto a sexenios anteriores, han aumentado dramáticamente. Como han aumentado las desapariciones: según el propio subsecretario Alejandro Encinas hay más de cien mil desaparecidos en el país, 24 mil sólo en lo que va de este sexenio. No tengo las cifras de este 2021, pero de enero a diciembre del año pasado se localizaron 600 fosas clandestinas, con miles de restos, muchos de ellos no identificados.
Hay avances en la seguridad en algunos puntos del país, como en la ciudad de México, pero en buena parte del territorio nacional la seguridad es una quimera. Dicen las autoridades que la violencia se concentra en seis, siete estados. Puede ser verdad, pero desde allí se contamina el resto del país. La violencia derivada del crimen organizado, de eso estamos hablando, no admite fronteras y se instala allí donde se le permite expandirse.
La estrategia de contención no ha servido, ha ocasionado más víctimas inocentes, ha castigado a la población en lugar de protegerla, no se perciben avances sustanciales y ha empoderado a los criminales. En los hechos los grupos criminales se siguen expandiendo y recurriendo a acciones de violencia inéditas. Un ejemplo es Zacatecas,donde más allá del operativo anunciado el fin de semana, no sólo siguen combatiendo entre ellos, siguen atacando a las fuerzas de seguridad y a la población. O Cancún, el principal centro turístico del país, donde se dan el lujo no sólo de generar violencia, sino de advertirle a los empresarios y comerciantes que no paguen las extorsiones que estos grupos reclaman, que se tendrán que atener a las consecuencias (y cumplen sus amenazas). Hechos de violencia como los ocurridos en Sonora, con el atentado en Guaymas, o la ingobernabilidad que se sufre en amplias zonas de Guerrero, donde los operativos sólo funcionan, como en Huitzuco de los Figueroa, cuando la gobernadora va de visita.
Nada lastima más a la población que la inseguridad que va de la mano con la impunidad. Se suceden los actos violentos ¿y cuántos detenidos hay?. Decía en su comparecencia Rosa Icela, que iban más de 2 mil 500 detenidos relacionados con el crimen organizado en lo que va del sexenio: pero el número de asesinados supera los cien mil, el de los desaparecidos en esta administración los 24 mil. No hay proporción entre los detenidos y sus víctimas: matar, desaparecer, extorsionar, sale muy barato.
Es verdad que se han hecho algunas cosas bien y que hay también algunos éxitos muy específicos. Pero cuando existen es porque se ha ido a contracorriente de la propia estrategia oficial, como en la ciudad de México, en Coahuila, en Baja California Sur o en Yucatán, parcialmente en Nuevo León. Por supuesto que tener finalmente una policía nacional (porque eso es la Guardia Nacional), aquel objetivo que acariciaban Calderón y el secretario Genaro García Luna, es un logro: crear un cuerpo policial de esa magnitud, con esa capacidad de despliegue ha requerido enormes esfuerzos y ello debe ser reconocido. Pero ese instrumento está siendo mal utilizado. Se puede tener instrumental de primera calidad y cirujanos expertos, pero si el diagnóstico está errado ninguna cirugía tendrá éxito.
La inseguridad y la impunidad que se le suma, afectan todo, desde la convivencia social hasta las inversiones, desde las relaciones internacionales hasta la gobernabilidad. En la seguridad pública del país hay muy poco para celebrar. El presidente López Obrador, tan dado a poner música en sus mañaneras, quizás podría recordar, pasada la celebración de ayer, la Fiesta de Joan Manuel Serrat: “vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta”.