31.01.2022
Defenderse atacando el pasado ya es una fórmula que no le funciona a la administración López Obrador, cuando ha traspasado ya el Ecuador de su gobierno, cuando los días ya no se suman, sino se restan. Nadie sabe bien a bien qué sucedió con la salud del presidente el pasado fin de semana (porque como siempre no se informó con transparencia) pero lo cierto es que su regreso, después del corto internamiento en el Hospital Central Militar, ha estado marcado por una serie de decisiones y declaraciones cada vez más duras, intransigentes, defendiendo lo simplemente indefendible, mientras se acumulan los escándalos.
La lista es muy larga pero comencemos por lo más evidente: la propuesta de Pedro Salmerón como embajador en Panamá, lo que la propia cancillería panameña ha sutilmente rechazado, luego del alud de acusaciones de acoso y abuso sexual contra Salmerón.
En la defensa de Salmerón, el presidente López Obrador llegó a límites inconcebibles: calificó a las jóvenes que lo acusan de conservadoras y fascistas. No son conservadoras, la mayoría son feministas, ni mucho menos fascistas, las jóvenes del ITAM, de Morena y de la UNAM que denuncian a Salmerón son estudiantes y militantes de su partido, que fueron acosadas por un sujeto que, además, bebe mezcal en demasía y que cuando lo hace suelta sus demonios. Aunque fuera solo por eso no debería ser embajador.
En todo caso lo conservador y fascistoide, es negar las acusaciones y denuncias porque no se han presentado judicialmente, sin asumir que, como reconocen las propias autoridades, cuando las mujeres denuncian ese tipo de delitos en la mayoría de las ocasiones son victimizadas nuevamente por los ministerios públicos. Con todas las particularidades del caso ¿cuál es la diferencia entre Cuauhtémoc Gutiérrez De la Torre y Pedro Salmeron, salvo la amistad de éste con la familia presidencial?.
Luego el presidente hizo otra defensa férrea, intransigente, de Hugo López Gatell, al que calificó de uno de los epidemiólogos más importantes del mundo. Olvidemos por un momento que nadie considera así a López Gatell, al contrario, sus compañeros de la academia en México y el mundo lo ponen como ejemplo de lo que no había que hacer ante la pandemia. López Gatell mintió, ocultó información, calificó al presidente de una fuerza moral, no de contagio (una fuerza moral que se contagió dos veces), no descalificó las ocurrencias de frenar la pandemia con un detente, un ungüento o con caricias; respaldo al presidente cuando éste declaró que el COVID era menos grave que una influenza; calculó que habría unas 8 mil muertes y en una escenario que calificó como “catastrófico” serían 60 mil: vamos oficialmente muy por encima de las 300 mil y según el INEGI podrían superar el medio millón. López Gatell no compró insumos a tiempo, se opuso a las mascarillas, a las pruebas masivas y a las vacunas, pero si López Gatell es culpable también lo es el primer mandatario.
Días antes había defendido a la secretaria de Educación, Delfina Gómez, condenada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación de extorsionar a los trabajadores del municipio de Texcoco, cuando era presidenta municipal, para descontarles, a todos y obligatoriamente, un diez por ciento de su salario para financiar a Morena. Es un delito que ya fue sancionado, y que ahora también está en manos de la FEPADE y de la fiscalía del Estado de México y que puede llevarla a la cárcel. En lugar de exigirle su renuncia, el presidente defendió a la condenada por extorsión, y dijo que “es una mujer honesta, digna, un ejemplo”. Delfina, como López Gatell o Salmerón no tienen hoy legitimidad alguna para conservar sus responsabilidades.
En medio de la descalificación contra los investigadores, científicos y casas de estudio de alto nivel, el presidente descalificó al CIDE, dijo que eran como un ITAM de segunda (el CIDE es una institución de excelencia, reconocida a nivel mundial), mientras el Conacyt sigue destruyéndolo.
Ante el asesinato de periodistas, ha defendido al gobernador Cuitláhuac García, de Veracruz (uno de los estados donde más periodistas han sido asesinados, el último hace dos semanas) y al ex gobernador Javier Bonilla de BC, que es uno de los principales sospechosos del asesinato de la periodista Lourdes Maldonado. La misma Lourdes, una periodista reconocida, denunció en la mañanera y frente al presidente que temía por su vida por las amenazas que recibía de Bonilla, el propietario del canal de televisión local del que había sido despedida injustamente. Dos días después de ganar la demanda laboral a Bonilla fue asesinada. El presidente pidió no sacar conclusiones apresuradas.
En lo que va del sexenio se ha asesinado a 50 periodistas, casi todos los casos han quedado impunes. Los periodistas que hemos sufrido amenazas nos contamos posiblemente por decenas. Somos el país donde más periodistas se asesinan en el mundo, sólo por detrás de la India, una nación con diez veces más población que nosotros.
Denigra a Lorenzo Córdova porque fue a una plenaria del PAN, pero olvida que también se reunió con Adán Augusto López, Rosa Icela Rodríguez y con Martí Batres.
Eso sí, ni una palabra de su hijo José Ramón, y la mansión que le prestó para vivir en un exclusivo condominio de Houston, un contratista de Pemex con contratos de cientos de millones de dólares otorgados en esta administración. No es muy diferente a la historia de La Casa Blanca, salvo que Angélica Rivera, por lo menos, tenía algunos ingresos propios. Pero, claro, no son iguales.