Sin destino y sin piloto​​​

3.02.2023 

Decía Séneca que cuando uno no sabe cuál es su destino cualquier viento le es desfavorable. Y así pasa con la aviación comercial en nuestro país. Es un viaje sin un destino, sin una estrategia de largo plazo que la rija. Incluso sin piloto.

El pecado original fue la cancelación del aeropuerto internacional en Texcoco. Desde que el presidente López Obrador decidió, aún como mandatario electo, cancelar esa terminal aérea que ya estaba al 30 por ciento de su construcción, la industria aérea del país y la infraestructura que gira en torno a ella, han quedado a la deriva, sin rumbo y con la llegada de la pandemia la crisis no hizo más que profundizarse.

No sabemos realmente cuanto costó cancelar el aeropuerto de Texcoco, porque entre otras razones seguimos pagando todavía por esa decisión, basada sólo en consideraciones políticas (demostrar el poder del nuevo gobierno). La Auditoria Superior de la Federación documentó que la cancelación del NAICM tuvo un costo 232 por ciento mayor a lo previsto por la adminsitraciónLópez Obrador, al ascender a 331 mil 996 millones de pesos, monto que aún podría incrementarse porque se sigue pagando. El gobierno federal, a través de la SCT, estimaba que el coste de la cancelación sería de alrededor de 100 mil millones de pesos, o sea 230 mil millones de pesos menos de lo que finalmente costó, sin sumar lo invertido a su vez en el aeropuerto Felipe Angeles (más de cien mil millones) ni tampoco las inversiones para remodelar al actual aeropuerto internacional, tanto en las terminales como en pistas.

Para estas fechas el aeropuerto de Texcoco estaría trabajando plenamente, sería un hub aéreo regional, un verdadero centro económico; el actual aeropuerto internacional estaría cerrado y tendríamos en ese emplazamiento la posibilidad de desarrollar un proyecto urbano que generaría fuertes inversiones en la ciudad; el tráfico aéreo se habría incrementado sustancialmente porque ese aeropuerto estaba destinado a ser muy competitivo y las líneas aéreas tendrían mayor competencia, en mejores condiciones para hacerlo. Y por supuesto nuestra aviación civil no estaría en categoría II, que ha sido la ratificación internacional de lo mal que está todo el sector.

Lo cierto es que tenemos el AIFA, un buen aeropuerto (eso no está en discusión, aunque sí su conectividad), con una gran base aérea militar, con menos operaciones diarias de las que hace cada hora el AICM, lo que obligó al rediseño del espacio aéreo, y que debe ser financiado con subsidios que se mantendrán por años, porque el Felipe Angeles ni remotamente alcanzará en el futuro próximo a financiarse en forma autosuficiente.

Y al estar en categoría II, nuestras líneas aéreas no están en condiciones, al no poder abrir nuevos destinos a Estados Unidos, de competir con las internacionales, sobre todo las de la Unión Americana,  ni el Felipe Angeles tampoco puede por ello ser un destino internacional, salvo que pensemos que los vuelos a La Habana y Caracas lo transforman en eso.

Interjet ya desapareció, Aeromar está en ese camino.Luego de entrar en capítulo 11, Aeroméxico tuvo que reestructurar la empresa y su deuda, las demás aerolíneasestán con problemas porque tienen límites de operación y crecimiento. Y el gobierno federal decide entonces crear otra aerolínea, subvencionada, que manejará la Defensa Nacional, para hacerles competencia a las privadas, al tiempo que el Ejecutivo impulsa una política de cielos abiertos que le permitirá a las aerolíneas internacionales brindar servicio de cabotaje en nuestro país. Algunos analistas dicen que es una precondición política para regresar a la categoría I.

Puede ser que sea así e incluso se podría analizar con detenimiento la conveniencia o no de la política de cielos abiertos, pero lo que es un dato duro es que durante la pandemia la industria aérea nacional no recib ningún apoyo público (como sí lo tuvieron en muchos otros países) al tiempo que se tomaron y siguen tomando medidas que laafectan. Es verdad que en muchas ocasiones, sobre todo por la poca competencia, las líneas aéreas cometen abusos en precios, en servicios, en el trato con sus pasajeros. Eso debe regularse, controlarse y evitarse. También es verdad que una mayor competencia es en beneficio de los consumidores. Pero debe haber una marco adecuado para ello y no debería el Estado interferir distorsionando el sector y restándole competitividad en lugar de impulsarla.

Lo cierto es que hoy estamos sin el aeropuerto de Texcoco; el actual AICM necesita (se le está proporcionado) cuidados intensivos para hacerlo funcional; el Felipe Angeles no llega a despegar porque tiene aún muchas insuficiencias en conectividad y ni los pasajeros ni las aerolíneas están optando por él a pesar de todos los esfuerzos oficiales (los que hace exitoso a un aeropuerto no son los constructores, son, al final y al cabo, los consumidores); seguimos luego de casi dos años en categoría II; proporcionalmente han crecido después de la pandemia mucho más las aerolíneas internacional operando en México que las nacionales y eso se agudizara con la política de cielos abiertos.

Insistimos, no hay un rumbo y una lógica para el futuro de la aeronáutica civil. Hoy lo que parece que tenemos es un parche que se suma a otro, y se repite una y otra vez, tratando de tapar el hoyo que dejó una mala decisión original que no ha sido reemplazada por ninguna estrategia de largo plazo. Volamos sin destino en un avión sin piloto.

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