11.04.2023
Entre los saldos de Semana Santa está la venta de 13 plantas generadoras de energía de la empresa Iberdrola por seis mil millones de dólares, que el presidente López Obrador presumió como una nueva nacionalización de la energía. En realidad se trata de un pésimo negocio para el Estado, uno muy bueno para ese empresa tan castigada este sexenio por causas políticas, y una mala noticia para los consumidores mexicanos.
En principio hay que aclarar que Iberdrola no le vendió al gobierno mexicano, sino a una empresa privada, Mexico Infraestructura Partners (MPI) una administradora de fondos de inversión que compró las plantas, apalancada con deuda del sector público a través del Fondo Nacional de Infraestructura (Fonadin). MIP le renta las plantas a la CFE, evidentemente cobrándole por ello, para que la compañía estatal pueda presumir de que ahora sí produce más del 55 por ciento de la energía del país.
No tiene sentido haber gastado seis mil millones de dólares en trece plantas aún operativas pero ya amortizadas por la empresa española que se queda además con las más productivas y que proveen a grandes empresas nacionales. La CFE hubiera podido seguir comprando energía a Iberdrola a un precio más barato (los costos de producción de la empresa privada son mucho más bajos que los de la CFE) y el Estado se hubiera ahorrado seis mil millones de dólares, y los consumidores podríamos tener acceso a energía más barata.
La CFE está lejos de poder garantizar el abasto de energía a todo el país y mucho menos está en condiciones de asumir las inversiones que se requieren para ello. El gran error de la reforma energética es que por recuperar el monopolio estatal en un sector que de ninguna forma lo justifica (no es necesario, recordemos que la distribución, que es lo importante, es atribución exclusiva del Estado) se ahuyentó al sector privado, tenemos delicadas controversias internacionales en curso y no se está en condiciones de garantizar la generación y la distribución de energía en todo el país y luego tampoco se está en situación de avanzar decididamente hacia las energías menos contaminantes. Hemos tomado el camino inverso: para imponer el control estatal sobre el sector sacrificamos la generación y ampliación de las redes energéticas y retrocedimos a los combustibles fósiles.
Pero además terminamos financiando a otros países. Al mismo tiempo que Iberdrola vendía en seis mil millones de dólares sus plantas en México, se anunciaba en la prensa española que “el presidente de Iberdrola, Ignacio Galán, se comprometió con el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, a invertir 30.000 millones de reales –unos seis mil millones de dólares– en los próximos tres años en el país, para continuar desarrollando nuevos proyectos renovables y de redes, así como aprovechar al máximo las oportunidades que ofrecen tecnologías como la eólica marina o el hidrógeno verde. Iberdrola será una aliada fiel en la transición energética del país, le transmitió Galán a Lula durante una visita conjunta al Complejo de Energías Renovables Neoenergia”. Las notas muestran a Lula, que siempre ha sido un ferviente impulsor de las inversiones, sobre todo energéticas, del sector privado en su país, abrazando a Galán y se anunciaban grandes proyectos de energías renovables impulsados por Iberdrola en todo el país sudamericano.
Las fechas y los montos no admiten demasiadas dudas: los seis mil millones que pagará MIP para comprar las plantas de Iberdrola, con financiamiento del Fonadin, y con el objetivo de rentársela a la CFE, la empresa con sede en España los utilizará para montar nuevas y más modernas plantas en Brasil. Simplificando las cosas al extremo allí, en Brasil, es donde terminará el dinero de los contribuyentes mexicanos luego de esta operación desastrosa en término de negocios que beneficia a la empresa española, indirectamente al gobierno de Brasil y que aquí quiso ser vendida como una nueva nacionalización energética similar a la de López Mateos. Nada más lejos de ello, tan lejos como la realidad y el mercado energético actual están del de los años 50 del siglo pasado cuando López Mateos nacionalizó la CFE.
Mientras Lula, apuesta por el futuro y se abre a las inversiones sobre todo de energías verdes (las fósiles ya las potenció con inversiones privadas en su primer paso por la presidencia de Brasil), en México seguimos mirando hacia el pasado, queriendo emular a Lázaro Cárdenas o a López Mateos, con recetas anacrónicas y, como vimos, también la semana pasada, con añoranzas presidenciales incluso para irse a vivir a Cuba, el país del que mayor porcentaje de su población está emigrando, vía México, hacia Estados Unidos, para huir de las condiciones de vida que impone el cada día más empobrecido y autoritario régimen cubano.
Raúl Padilla
La semana pasada falleció un formidable promotor cultural de México, el ex rector de la Universidad de Guadalajara, Raúl Padilla, el hombre que descentralizó esa casa de estudios, creó la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el Festival Internacional de Cine de Guadalajara y el Centro Cultural Universitario de esa ciudad. Un hombre con una amplia y también controvertida vida política, pero que tuvo logros enormes en el mundo cultural del país. Ojalá sea recordado por su legado en esos ámbitos y no se impongan las mezquindades políticas. Por lo pronto no ha tenido ni unos minutos en la mañanera, mucho menos el reconocimiento público que hubiera merecido.