Otro limbo: el perredista
Columna JFM

Otro limbo: el perredista

El PRD y Cuauhtémoc Cárdenas apostaron bien en la recta del proceso electoral y finalmente lograron no sucumbir a las presiones del foxismo. Luego del fracaso de la alianza opositora el PRD les propuso a los partidos pequeños la alianza ideal. Cárdenas hizo ajustes serios en su equipo en las áreas más desprotegidas de la campaña. El 2 de julio Andrés Manuel López Obrador superaba a Santiago Creel por sólo unos 5 puntos. Tampoco fueron buenas las cuentas en los estados gobernados por perredistas.


El PRD y Cuauhtémoc Cárdenas apostaron bien en la recta final del proceso electoral: mantuvieron su identidad, se mostraron como una opción diferenciada y, finalmente, lograron no sucumbir a las presiones del foxismo para sumarse a la candidatura del candidato presidencial panista. Era una apuesta de cara al futuro, para evitar ser devorados por la ola azul. Sin duda, con ello el PRD pagó costos, pero con todo ha sido un costo menor que haberse sumado a una alianza que le hubiera implicado, de concretarla en los días finales del proceso electoral, prácticamente su desaparición como partido.Pero esa apuesta incrementó en muchos sus costos por dos razones: primero, porque el acuerdo que llevó el PRD a conformar la alianza por México fue absurdo, basado en una sobrevaloración de sus propias capacidades electorales; segundo, porque el resultado final estuvo por debajo de las expectativas del partido del sol azteca.La alianza por México es mucho más costosa, en términos reales, que cualquier otra decisión adoptada por el PRD en esta campaña. Sus aliados no resultaron, en su enorme mayoría, confiables ni le aportaron nada significativo, pero sí le quitaron demasiados votos. Los aliados de la Alianza por México fueron el Partido del Trabajo, que durante años fue un feroz adversario del cardenismo y cuya estrella había ido decayendo en forma constante desde 1994. Con todo, el PT podía tener alguna significación si se tomaban en cuenta sus votos en ciertas entidades, como Chihuahua, Nuevo León o Durango. Pero lo cierto es que el dos de julio el PT pasó desapercibido. Peor le fue al PRD con sus otros dos aliados: el PAS de los ex sinarquistas y ex panistas con Pablo Emilio Madero, que no demostró presencia alguna y, más desapercibido aún pasó el Partido de la Sociedad Nacionalista, que logró el registro con mecanismos de cooptación por lo menos extraños y no tiene influencia alguna entre el electorado. Sí fue más importante la presencia de Convergencia Democrática, de Dante Delgado, a pesar de estar localizada en Veracruz. Lo grave es que el PRD no partió, para la alianza, de una base de votos propios sobre el cual distribuir sus porcentajes hacia sus aliados. Este tipo de alianza parte, tradicionalmente, del voto histórico del partido ancla, y todos los votos que estén por encima de ese porcentaje histórico comienzan a distribuirse entre esos aliados menores. Ello obliga a realizar un esfuerzo adicional y comprueba si esos aliados otorgan votos o no. Luego del fracaso de la alianza opositora de septiembre, el PRD -con la presión entonces de la inminente ruptura de Porfirio Muñoz Ledo- y tratando de que la oferta de Fox hacia los partidos pequeños no aislara al cardenismo, les propuso a éstos la alianza ideal: les garantizó a costa de sus propios votos un dos por ciento a cada uno, que les garantizaría el registro y una pequeña presencia parlamentaria. Eso implicaba que, automáticamente, el PRD resignaba el 8 por ciento de sus votos. Muchos lo advirtieron en ese momento, pero en el PRD se sobrestimaba su votación que esperaban, por lo menos, superior al 25 por ciento. Todas las encuestas mostraban que no sería así: es verdad que muchas encuestas tenían diferencias entre Labastida y Fox pero todas coincidían colocando muy abajo a Cárdenas: incluso en abril, el ex jefe de gobierno del DF llegó a estar cerca de los nueve puntos lo que hubiera sido catastrófico porque el PRD tenía comprometidos 8 de esos 9 puntos.A partir de allí, Cárdenas hizo ajustes serios en su equipo, colocó a operadores que resultaron eficientes, como Jesús Ortega e Imanol Ordorika, en las áreas más desprotegidas de la campaña y endureció su posición respecto al PRI pero sobre todo en relación con Vicente Fox, hasta llegar a una confrontación declarada. Apostó, al igual que el PRI, a su voto duro, pero en este caso más que para ganar la elección que sabían ya que era un objetivo inalcanzable, para tratar de acumular la mayor votación posible y articularse como una suerte de partido bisagra en un escenario legislativo que, ganara quien ganara la elección, se vería muy competido y sin mayorías absolutas.Pero la ola azul arrastró, también, al PRD. Su votación quedó bastante por debajo de lo que esperaban Cárdenas y sus principales operadores: su votación presidencial quedó por debajo de los seis millones de votos, subió por encima de los seis y medio millones para diputados y senadores, pero así y todo quedó muy por debajo de su votación de 1997. Evidentemente, casi un millón de perredistas desoyeron el llamado de Cárdenas y decidieron votar por la alianza por México para el Congreso pero ejercieron el voto útil y sufragaron por Fox para la presidencia. En términos legislativos el contar con poco más del 18 por ciento de los votos no estaría tan mal, pero ello no se refleja en la integración de sus grupos parlamentarios: la alianza por México tendrá el 13 por ciento de los senadores y el 13 por ciento de los diputados. Pero es más difícil la situación porque de ese porcentaje hay que descontar los 8 puntos distribuidos entre sus aliados, que dejan al PRD con una representación legal de aproximadamente el 9 por ciento: y ello tendrá repercusiones a la hora de tiempos oficiales, de prerrogativas financieras y electorales. Para colmo, la alianza por México tampoco parece ser sólida: ya ha trascendido que el PT podría incluso realizar una demanda penal contra el PRD por la utilización de los que considera eran sus prerrogativas financieras para la elección, unos 25 millones de pesos, y, sin duda, establecerá su propio grupo legislativo, y nada asegura tampoco el compromiso de los otros aliados, quizás con la excepción de Convergencia Democrática.Es verdad que el PRD ganó el DF. Pero allí también hubo un exceso de confianza y Andrés Manuel López Obrador que esperaba una ventaja mucho mayor respecto a sus adversarios se encontró el 2 de julio con que sólo superaba a Santiago Creel por unos cinco puntos y, lejos del carro completo de 1997, el PRD que en esa elección tuvo alrededor del 50 por ciento, ahora quedó en 39, de las 16 delegaciones ganó 11 por márgenes relativamente estrechos y perdió la mitad de los distritos de la asamblea legislativa, que quedó empatada con el PAN. En otras palabras, la ciudadanía le ratificó la confianza al PRD (algo en lo cual la gestión de Rosario Robles fue importantísima) pero no le volvió a otorgar todo el poder, consecuencia de excesos, sobre todo en áreas de seguridad, que resultaron demasiado costosos para la causa perredista. Tampoco fueron buenas las cuentas en los estados gobernados por perredistas: en Nayarit fue evidente que Antonio Echevarría apostó por su amigo Vicente Fox, en Tlaxcala terminó ganando el PRI, se presentaron problemas en Baja California Sur y perdió Zacatecas de forma notable. También cayó su preeminencia opositora en estados del sureste como Oaxaca, Tabasco y Campeche.Con este escenario, es lógico que Amalia García, presidenta nacional del PRD, pida ahora que no exista una caza de brujas en el partido. Pero la hora de hacer sumas y restas ha comenzado, lo mismo que la lucha por la sucesión política de un Cárdenas que sin duda seguirá en la política activa pero que deberá resignar parte de su liderazgo a los hombres y mujeres que ejercen poder real, como López Obrador, Rosario Robles y Jesús Ortega. Dentro de diez días, el consejo nacional perredista tendrá, quizás con menos espectacularidad que los priístas pero no con menos urgencia, tomar decisiones.

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