En Chimalhuacán, a las puertas del palacio municipal había un violento enfrentamiento con palos y armas de fuego en donde se estaban literalmente matando priístas y perredistas. Los integrantes de Antorcha popular se enfrentaron con los grupos comandados por Guadalupe Buendía, alias la loba. Las disputas caciquiles de poder entre Antorcha, los de la loba y los de su antigua aliada Margarita Preiser fueron la causa del enfrentamiento. Este es el otro México, el bárbaro, que esta muy alejado de la transición de terciopelo.
Para Roberto Hernández, con un abrazo solidario por la pérdida de Don Pedro Las versiones de las primeras horas del viernes eran confusas: en Chimalhuacán, en el estado de México, en los suburbios de la ciudad de México, en las puertas del palacio municipal había un violento enfrentamiento, con palos y armas de fuego y allí se estaban literalmente matando priístas y perredistas, otros decían que priístas luchaban contra priístas, algunos argumentaban que se trataba de un enfrentamiento entre grupos locales sin identificar partido y finalmente se supo que todo eso era verdad y al mismo tiempo era inexacto: se enfrentaron, con un saldo que hasta ayer rondaba los 14 muertos y el centenar de heridos y un número igual de desaparecidos, los integrantes de Antorcha Popular (un anexo de Antorcha Campesina) con los grupos comandados por Guadalupe Buendía, la conocida Loba de Chimalhuacán.
¿La causa?. Disputas caciquiles de poder entre los tres grupos que se dividen el espacio clientelar de las invasiones de tierra en el municipio: Antorcha, los de la Loba y los de su antigua aliada, Margarita Preiser. Los primeros y los últimos apoyaron la candidatura de Jesús Tolentino Román Bojorquez a la presidencia municipal, contra los intereses de Buendía que pretendía la misma para su hijo Hugo. En las elecciones, La Loba y su organización votaron en el ámbito local por el PRD, ya tenían un acuerdo para cogobernar el municipio con Raúl Carpinteiro Buendía, su candidato. Ganó por unos miles de votos Tolentino y La Loba aseguró que, si no había negociación para repartir las posiciones de la alcaldía no lo dejaría tomar posesión: no hubo negociación y Tolentino no tomó posesión, aunque ello haya costado más de una decena de muertos, y cientos de heridos y desaparecidos.
El grado de violencia desatado en Chimalhuacán habla de odios profundos que van de la mano con un desprecio por la vida y la verdadera política, inauditos. Y es lógico, en toda esta historia de traiciones, de búsqueda clientelar del poder, de organizaciones que en uno y otro caso han basado su acumulación de poder actuando en la ilegalidad, invadiendo terrenos, extorsionando, utilizando la violencia y la corrupción como armas, no podía haber ningún otro tipo de salida. Se esperaba que entre ellos se dividieran el municipio y ajustaran sus cuentas, nadie pensó que se llegaría a ese grado de violencia porque simplemente se lo percibió desde el principio, desde la distribución de las candidaturas, como un pleito en el que el estado y el poder público no tenían porqué intervenir. ¿Dónde estaba el viernes la fuerza pública ante un enfrentamiento anunciado? ¿dónde estuvo la tarea de buscar consensos, bajar presiones, colocar a cada uno de los protagonistas en su espacio de parte de las autoridades estatales?, nadie sabe, nadie supo.
Este es el otro México, el bárbaro (o el bronco, diría Jesús Reyes Heroles) que está muy alejado de la transición de terciopelo de la que tanto se ha presumido desde el 2 de julio. Es un México que existe, que está ahí y que puede estallar a la menor provocación, en este proceso en el que se han roto o se están disolviendo los lazos, los controles hegemónicos que los mantenían relativamente controlados.
Y ello es tan aplicable para estas organizaciones de caciques que oscilan entre la defensa de ciertos intereses populares-clientelares con una forma de operar más cercana a la mafia que a un partido político, como para los grupos de ultraderecha que se sentían aprisionados y que desde el 2 de julio consideran que ha llegado su hora, pasando por los grupos armados que son, sin duda minoritarios y poco organizados pero que perciben que en ese ambiente de disolución puede haber llegado su hora para “agudizar las contradicciones”, sin olvidar a los sectores del crimen organizado que saben que cuando disminuyen los controles públicos, se amplían, siempre, sus espacios de operación.
Deshacerse de ese México de violencia, de corrupción y de clientelismo-corporativista no será fácil. Por supuesto que la carga mayor de esto la tiene que asumir el priísmo (¿éste de Chimalhuacán es “el priísmo duro” en el que muchos sentaban sus expectativas de victoria electoral el pasado 2 de julio?) que acaba de tener en Chimalhuacán una demostración más de que su renovación debe ser completa y debe basarse en darle un sentido completamente diferente a sus relaciones con los grupos sociales, pero también para un PRD que suele basar muchas de sus estrategias en tratar de aprovechar las contradicciones y rupturas que se producen entre estos grupos caciquiles, aceptando a los disidentes acríticamente en su seno sin cambiar en nada sus prácticas. O de un PAN que debe deshacerse de los fantasmas intolerantes que arrastra de su pasado.
Deshacerse de este México de intolerancia, ignorancia y violencia debe ser tarea de todos y no puede ser un capítulo subestimado, como si fuera parte de un pasado lejano. No nos engañemos: los cambios de régimen no siempre redundan en una mejor democracia sobre todo si no se tiene plena claridad de los espacios institucionales y de poder en que ese nuevo régimen debe sustentarse: la España de la transición que dejó en unos pocos años un país moderno y democrático y la Unión Soviética que no encuentra su camino y que cambió no sólo de nombre sino que perdió buena parte de su territorio, transfiriendo el poder de las manos del PCUS al del crimen organizado, comenzaron con intenciones similares pero sus resultados fueron diametralmente diferentes, y posiblemente Mijail Gorbachov tenía mucho más talento y sentido político que Adolfo Suárez.
Los partidos, todos, debe asumir este desafío, porque chimalhuacanes hay muchos en todo el territorio nacional y la balcanización del poder y del control partidario sobre muchos de esos liderazgos caciquiles puede ocasionar demasiados dolores de cabeza a la nueva administración, que parece partir en sus planes y proyectos del México de primer mundo y se olvida del México bárbaro. Y eso es aplicable a sus estrategias, al perfil de los hombres y mujeres que se deberá elegir a la hora de gobernar, a sus decisiones sobre todo en el área política y de seguridad (¿siguen pensando en el equipo de transición que el secretario de Gobernación debe ser un responsable de cuestiones meramente político-partidarias, una suerte de ministro de concertaciones, en lugar de un ministro del interior con capacidad de gestión política pero también con instrumentos de seguridad e información a su alcance?) y a los acuerdos que logre alcanzar para garantizar la gobernabilidad.
La disputa por el aborto en la forma en que se ha dado, Chimalhuacán, los brotes intolerantes de Jalisco, Chiapas, son sólo llamadas de atención, síntomas de una enfermedad que puede ser mucho mayor si no es atendida a tiempo. Las transiciones nunca, desgraciadamente, son de terciopelo.
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Al escribir esta columna aún no se conocían los resultados de la elección chiapaneca aunque las encuestas de salida seguían mostrando que Pablo Salazar Mendiguchía, el candidato de la Alianza por Chiapas, sería el triunfador. Había una gran participación ciudadana y mucha calma pero, también, un dato inquietante: de las cuatro mil casillas que se iban a instalar, solamente se instaló el 59.76 por ciento, dos mil 391 casillas, con municipios como Ocosingo, con tasas inusualmente bajas: allí, en el espacio geográfico que es el corazón del conflicto chiapaneco, de 264 casillas anunciadas, al medio día del domingo sólo se habían instalado 54, apenas un 20 por ciento.