¿Qué es más costoso para el PRI?: si la derrota en Chiapas o el enfrentamiento tan irracional como violento de dos de sus peores lastres: los grupos de Antorcha Campesina y las organizaciones al mando de la loba en Chimalhuacán. La derrota en Chiapas se dio en un marco de competencia electoral donde el PRI aceptó el resultado e incluso Roberto Albores Guillén lo reconoció.
La pregunta parecería ociosa vista la magnitud de ambos males pero no está de más cuestionarse sobre qué es más costoso para el PRI: si la derrota en Chiapas o el enfrentamiento tan irracional como violento de dos de sus peores lastres: los grupos de Antorcha Campesina y las organizaciones que responden, con nombres diferentes pero intenciones similares, al mando unívoco de Guadalupe Buendía, La Loba, vivido el viernes de la semana pasada en Chimalhuacán en el estado de México, con un saldo de diez muertos, decenas de heridos y detenidos.
Quizás en términos de poder, Chiapas es una pérdida más dolorosa, pero si se quiere pensar en que el PRI puede tener un futuro, no cabe duda que el enfrentamiento de Chimalhuacán es mucho más grave. Chiapas era un resultado esperado: el mismo 2 de julio se comprobó que, si bien allí había ganado Francisco Labastida la elección presidencial, sumados, los votos de la oposición eran más y que al priísmo le faltarían unos 70 mil votos para ganar. Esos mismos 70 mil votos fueron la diferencia a favor de Pablo Salazar Mendiguchía. Evidentemente, después de la derrota de Labastida, Sami David no tenía posibilidad alguna de ganar contra la coalición opositora.
Más aún porque desde la precampaña todo se había organizado en torno a la posibilidad de que Labastida ganara, no se contempló ningún escenario alterno al triunfo en la elección presidencial. Es más, en ese mismo sentido se decidió la propia candidatura de Sami David: el senador era la pieza de Labastida para la entidad y así, de una u otra forma fueron desplazados del proceso interno desde el propio Pablo Salazar Mendiguchía hasta César Augusto Santiago. Inevitablemente la derrota de uno llevó de la mano a la del otro.
Pero, con todo, fue una derrota que se dio en un marco de competencia electoral, donde el PRI aceptó el resultado, donde no se comprobaron movimientos fraudulentos en los comicios que pudieran haber afectado el resultado y donde, incluso, el siempre impulsivo Roberto Albores Guillén, jugó la noche del domingo 20 un papel digno al salir a reconocer los resultados. ¿Que la campaña de Sami David no tuvo el apoyo del centro que esperaba su equipo? ¿qué Chiapas ya estaba resignada desde antes de la elección? ¿qué para Fox era mucho más sencillo tratar de encontrar una salida al conflicto con Salazar en palacio de gobierno de Tuxtla?. Puede ser, pero esos son puntos que el priísmo deberá analizar internamente y comprender, por otra parte, que ya no puede realizar en los estados campañas electorales atadas a decisiones del centro. Ya nadie ganará en un estado haciendo “proselitismo” en el DF. Pero insistimos, con lo costosa que es esa derrota para el tricolor en términos de imagen pública el costo no es muy alto.
Es más, si el priísmo realiza un análisis desapasionado del proceso electoral se encontrará con el dato de que sus votos en Chiapas, a pesar del efecto Fox y de la natural inclinación de la gente, sobre todo en estados con alto índice de pobreza, de votar por el gobierno para que “le resuelvan los problemas”, no se redujeron respecto al pasado dos de julio: el PRI tuvo el domingo prácticamente los mismos votos que el 2 de julio. Analistas como María de las Heras, opinan que quizás el PRI pudiera comenzar a encontrar su piso electoral y allí tiene una base desde la cual operar su futuro. Y por lo pronto, el 15 de octubre próximo tiene el desafío de Tabasco.
En cambio lo de Chimalhuacán es dolorisísimo para el PRI. No nos engañemos, ni los grupos de La Loba ni los de Antorcha campesina tienen en forma alguna un expediente limpio ni mucho menos. Son organizaciones caciquiles que han vivido y se han desarrollado mediante un círculo vicioso de apoyos, complicidades y corrupciones mutuas entre gobiernos locales y caciques que imponen su ley gestionando obras para sus comunidades (siempre a un costo altísimo) pero también imponiéndose a sangre y fuego. No en vano, el compadre de La Loba, el ex gobernador del estado de México y ahora embajador en La Haya, Ignacio Pichardo Pagaza, cuando La Loba llegaba al Palacio de Gobierno de Toluca corregía a sus ayudantes que la presentaban como Guadalupe Buendía de Chimalhuacán y les decía que el título correcto era Chimalhuacán de Guadalupe Buendía. Y así actuaba La Loba y lo hacen una multitud más de caciques en todo el país: como dueños de sus territorios.
El tema es delicado en muchas vertientes. Primero por el enfrentamiento en sí: evidentemente una emboscada en un palacio municipal cuando el nuevo presidente municipal está por tomar posesión, que deja una decena de muertos con un centenar de heridos no puede, ni mucho menos ser considerado un tema menor. Segundo, porque vuelve a poner en el aire la tesis que mayor daño le ha hecho al priísmo desde el 23 de marzo de 1994 hasta el día de hoy, sea verídica o no: que los priístas, por el poder, son capaces de todo hasta de matarse entre sí. Tercero, porque pone en duda su propia estructura y su futuro, ya que en buena medida éste es el que se considera voto duro del priísmo, un voto duro que, además, hemos podido comprobar que no lo es en absoluto cuando el partido o el poder no se allana a sus designios.
Y en este sentido se puede ir más allá: preguntarnos por ejemplo qué representatividad tienen hoy los dirigentes sindicales del priísmo, cuáles son las bases reales del sector campesino, qué sentido tienen las llamadas organizaciones populares que pueblan las oficinas de membretes pero que carecen de sustancia. En el PRI, como se ha dicho una y otra vez en los últimos días, hay muchos dirigentes pero no hay bases.
Por supuesto que el PRI, si quiere tener un futuro, deberá apostar a mantener su relación con todas las organizaciones sociales reales afines a ese partido, pero debe partir de la decisión de depurar sus estructuras y de ser consciente de que si no presenta una oferta viable y atractiva para la sociedad, para la gente, olvidándose de los votos de los posibles y nunca comprobables votos corporativos, las cosas no funcionarán bien para el futuro del priísmo.
Me imagino que de esto deben haber hablado los gobernadores priístas que se reunieron el sábado pasado en Boca del Río en Veracruz y que dijeron que revisarían las estructura partidaria para depurarla de caciques. Todo ello en un marco de dudas profundas sobre su futuro inmediato luego de Chimalhuacán y Chiapas y con versiones de que Dulce María Sauri sería reemplazada por Sergio García Ramírez. No habrá un movimiento de ese tipo, pero los gobernadores dieron un paso importante al decidir que la realización del próximo Consejo Político Nacional de ese partido se realizará hasta el 6 de diciembre, una semana después del cambio de poderes y cuando ya hayan podido ser digeridas las elecciones de octubre en Tabasco y de noviembre en Jalisco. Allí el PRI tendrá que demostrar que todo esto que estamos viendo en estos días es parte de su pasado, sin ello no tendrá perspectivas serias para regenerarse como partido.