Hace tres años, el país estaba marcado por la esperanza. Incluso aquellos que no habían votado por Vicente Fox se sentían permeados por la expectativa que implicaba ser participe de una nueva era en la política nacional. Hoy, el desaliento, la decepción con un sistema que no se ha trasformado, pero sobre todo con un gobierno que no ha sabido responder a los niveles de eficiencia que la sociedad reclamaba. La gente en el 2000 quería un cambio pero no pretendía una ruptura: se quería cambiar conservando. Por eso Fox alcanzó la presidencia pero el PRI conservó la primera minorías en ambas cámaras.
Hace tres años, el país estaba marcado por la esperanza. Incluso aquellos que no habían votado por Vicente Fox se sentían permeados por la expectativa que implicaba ser participe de una nueva era en la política nacional. Hoy, quizás con la misma exageración de ayer, lo determinante es el desaliento, la decepción con un sistema que no se ha transformado pero, sobre todo, con un gobierno que, a tres años de aquel triunfo histórico, no ha sabido responder a los niveles de eficiencia que la sociedad reclamaba.
No nos engañemos: la gente en el 2000 quería un cambio pero no pretendía (o no estaba preparada) para una ruptura: se quería cambiar conservando. Por eso Fox alcanzó la presidencia pero el PRI conservó la primera minoría en ambas cámaras. No se le otorgó a la administración Fox nada parecido a un cheque en blanco para que ejerciera el poder: tenía que demostrar su capacidad en términos de eficiencia. Y allí es donde ha fallado, en una corresponsabilidad, es verdad, compartida por los partidos y el congreso, pero endosada, particularmente al presidente de la república y su equipo.
La administración Fox no ha tenido en estos tres años (incluyendo el periodo de transición) claridad en sus objetivos, no ha tenido un proyecto claro de poder. Ha navegado entre la ruptura con el PRI y con el pasado y la necesidad de aliarse con éste; entre la creación de nuevas formas de ejercer el poder y el aprovechamiento de las antiguas en su propio beneficio; en reclamar insistentemente los cambios estructurales que el país necesita pero sin operar lo suficiente para lograrlos, y renunciando a las políticas públicas que son las que determinan el carácter real de una administración.
Eso se demuestra empíricamente sobre todo en un punto. Se ha dicho, con razón, que se gobierna como se gasta. Y la administración Fox ha mantenido el orden en las finanzas públicas, la disciplina macroeconómica, ha cumplido con sus responsabilidades nacionales e internacionales, pero ha administrado, no ha gobernado, no ha utilizado la fuerza y potencialidad el Estado y de sus propias expectativas políticas para generar un proceso de crecimiento y de desarrollo. El mejor ejemplo es el análisis de la cuenta pública 2002 que mostrábamos hace apenas unos días, el viernes pasado: mientras en ese ambiente de estabilidad financiera ha crecido el gasto corriente y todo los referente a publicidad, presencia, propaganda del gobierno, en el mismo porcentaje se ha reducido el gasto social. Nos dicen que, en realidad no es que las dependencias hayan subejercido el gasto, como lo muestra la cuenta pública, sino que esas reducciones fueron marcadas por los recortes que sufrieron las mismas. No sé que es más preocupante, que las propias dependencias para ejercer ahorros no gasten lo que tienen presupuestado en programas eminentemente sociales, o que el gobierno, como tal, tome la decisión de aplicar el recorte presupuestal precisamente en esos programas, mientras permite que siga creciendo el gasto corriente y el de "ornato" de la administración.
Apenas ayer, la presidencia de la república desmentía en El Universal que en el programa Fox Contigo se gastaran 47 millones de pesos como aparece en la cuenta pública 2002 y atribuía esa información a un malentendido de la Secretaría de Hacienda. En realidad, cuando se observa el documento original enviado al congreso se puede comprobar que no es así y que la norma se repite no sólo con el programa radiofónico del presidente sino en casi todos los ramos de administración de la propia presidencia de la república relacionada con gastos de publicidad y difusión del propio gobierno. Es verdad que la presidencia gastó, en términos generales, prácticamente lo mismo que tenía presupuestado, poco menos de mil 600 millones de pesos.
Pero el gasto se disparó en el ornato: sobre todo en publicidad y comunicación y en conferencias como la de la APEC en Los Cabos y la cumbre de Monterrey. Una revisión de la cuenta pública de la presidencia en el 2002 es reflejo claro de ello: por ejemplo, en el gasto de capital, en el capítulo de bienes muebles e inmuebles, se gastaron 16 millones 800 mil pesos cuando se tenían presupuestados 8 millones 800 mil, un 89 por ciento más de lo autorizado, mientras que de los 36 millones de pesos presupuestados para construcción de carreteras en el sureste del país, sólo se gastaron 32 millones y se alcanzó una meta de sólo 30 por ciento respecto a los objetivos originales. La diferencia es notable en el campo de la publicidad presidencial. Fuera de los tiempos fiscales y oficiales que puede utilizar el gobierno en los medios electrónicos, para publicidad de la presidencia se tenía contemplado un presupuesto de 73 millones 900 mil pesos, pero se gastó un 30 por ciento más, casi 95 millones. Buena parte de esos recursos se destinaron a pagar los gastos excesivos en la cumbre de Monterrey. A eso se suma el caso del programa Fox Contigo, una cifra de 47 millones de pesos que resulta injustificable. Como resulta injustificable la cifra erogada, según el documento de la cuenta pública 2002, para la elaboración de discursos del presidente Fox: en esa labor se gastaron 28 millones 200 mil pesos, casi dos millones de pesos por meses sólo para el área de redacción de discursos, un presupuesto que superó en 7 millones 169 mil pesos la cifra autorizada por el congreso (que era de poco más de 21 millones de pesos), casi un 35 por ciento más de lo aprobado.
Existen muchos otros ejemplos, pero lo importante es comprobar que el problema fundamental que ha tenido este gobierno en los últimos tres años es que ha administrado, pero no ha gobernado. Ha mantenido el orden en las finanzas públicas pero no ha generado políticas públicas que permitan crecer. Ha tenido un gabinete de amplio espectro pero de bajo perfil y terriblemente indisciplinado a la hora de ejercer el poder. Se ha apostado todo a los cambios y reformas estructurales pero cuando éstos no se dieron (por falta de operación política, por una operación equivocada o por el desinterés de los partidos y el congreso, o por todo eso al mismo tiempo) se quedó sin alternativas, sin propuestas que fueran más allá de esas reformas frustradas. No se optó por políticas públicas ni tampoco por apostar a los cambios políticos como propusieron en distintos grados y de distinta forma en su momento, con mayor o menor disciplina, Jorge Castañeda o Santiago Creel. Simplemente se administró el poder.
Ahí está el problema: la gente está decepcionada porque lo que espera son resultados, es eficiencia. Por eso el fenómeno López Obrador en el DF o la posibilidad restauradora del priismo tradicional. Nadie debería asombrarse del escepticismo: se va a refrendar el domingo en las urnas. En revertir esa situación está el desafío del foxismo para la segunda mitad de su mandato.
El texto de Liébano
El análisis que realizó ayer Liébano Sáenz de lo sucedido en la noche del 2 de julio del 2000 es impecable. Se podrán tener las opiniones más diversas de los diversos actores que tuvieron un rol fundamental en esos días y esa noche. Pero lo que no se puede negar es que, en esa ocasión, el presidente Zedillo actuó como debía hacerlo: como jefe de Estado. Tenía que salir, como salió, inmediatamente después de que lo hiciera el presidente del IFE, José Woldenberg, no a legitimar los resultados que ya lo estaban por el voto de la ciudadanía, sino para dar certidumbre de que no habría ni convulsiones políticas ni una sorpresiva caída del sistema. Y sí, Francisco Labastida tendría que haber salido antes, cuando ya los medios, las encuestas y los otros participantes coincidían en un resultado que, internamente, el propio PRI también aceptaba como irreversible. Se equivocó en los tiempos, como erró en ellos su equipo durante toda la campaña. Había tantos generales, tantas opiniones que siempre se reaccionó tarde. Y lo mismo ocurrió la noche del 2 de julio.
¿Azteca en el Consejo de Información del DF?
Hoy se debe dar un paso decisivo para la integración del Consejo de Transparencia y Acceso a la Información del DF, un consejo muy diferente en composición y atribuciones al federal, al IFAI, éste plenamente ciudadanizado, el del DF conformado por representantes de gobierno, partidos y ciudadanos. Existe presión de algunos propietarios de medios para que se incorpore al Consejo (y lo presida) el académico Jorge Islas. El problema es que Islas, en realidad, es un funcionario de televisión Azteca (y para el caso sería lo mismo que fuera de Televisa, de CNI, de MVS o de Multimedios), empleado de Jorge Mendoza y por intermedio de éste, director jurídico de la CIRT. La reflexión es obvia: el consejo debe tener distancia de los propietarios de los medios precisamente para garantizar tanto su profesionalismo como su imparcialidad.