La trifecta no es una apuesta de caballos
Columna JFM

La trifecta no es una apuesta de caballos

El procurador Rafael Macedo de la Concha inauguro la nueva estructura de la PGR con un golpe importante, de esos que sí dejan huella, contra una de las principales organizaciones del narcotráfico: contra una de las principales oganizaciones del narcotráfico: la de Ismael El Mayo Zambada.

El procurador Rafael Macedo de la Concha inauguró la nueva estructura de la PGR con un golpe importante, de esos que sí dejan huella, contra una de las principales organizaciones del narcotráfico: la de Ismael El Mayo Zambada, cabeza de uno de los grupos que componen lo que podríamos llamar el holding de narcotraficantes en el que se ha transformado el cártel de Juárez después de la muerte de Amado Carrillo Fuentes.

La operación Trifecta, divulgada ayer en forma simultánea en México y Estados Unidos, es importante porque logró combinar operaciones de destrucción de plantíos de coca y laboratorios para procesar la droga en Colombia, con fuertes golpes en México a los operadores encargados del tránsito e introducción en Estados Unidos, junto con el desmantelamiento de la red de distribución al menudeo de este grupo en la Unión Americana. Hay decenas de detenidos, incluyendo, en México, una par de importantes operadores del Mayo Zambada: Manuel Campas Medina y Javier Maza Fernández.

Esta es la primera operación de estas características que tiene esta magnitud. En la conferencia de prensa en la que se anunció esta operación se la intentó comparar con aquella operación Casablanca, realizada por la dirección de Aduanas de los Estados Unidos en 1998. No existe comparación posible: Casablanca fue una operación en solitario de una agencia estadounidense, la de Aduanas, incluso sin conocimiento de la propia procuradora de justicia de ese país, entonces la señora Janet Reno: con un engaño se detuvo a un grupo de supuestos lavadores de dinero, todos de bajo nivel y varios de ellos con lazos muy endebles con esas actividades. Casablanca, una operación propagandística sin efecto en la lucha contra el narcotráfico, afectó la cooperación de Estados Unidos con México y estuvo marcada en la lógica de la mutua desconfianza entre los dos países e incluso entre las propias agencias antinarcóticos estadounidenses. Ahora fue diferente: se trató de una operación basada en el trabajo conjunto de agencias mexicanas, estadounidenses y colombianas, por los resultados se pudo comprobar que no hubo filtraciones importantes (salvo la filtración de prensa, originada en Estados Unidos, adelantando un día el anuncio de la operación lo que provocó que algunas detenciones finales se dificultaran), y los resultados fueron muy exitosos. En los hechos, salvo en la llamada operación Milenio, realizada a fines del 99 y principios del 2000, cuando se detuvo a un grupo de narcotraficantes colombianos, a las redes encargadas de introducir la droga en México y luego en Estados Unidos ( pertenecientes al cártel de los Hermanos Valencia, que por cierto lograron eludir ese operativo) y algunas de sus redes en Estados Unidos, nunca antes se había logrado conjuntar de esta forma la inteligencia y la operación antinarcóticos de los tres países. Y que esto haya ocurrido ahora es, sin duda, una buena noticia.

Pero tampoco se debería exagerar. El cártel de Ismael El Mayo Zambada es mucho más que esta organización, una de sus principales ramas pero no la única. En los hechos, el propio Mayo Zambada es un hombre con una larga historia dentro del narcotráfico que ha resistido no sólo los embates de las fuerzas de seguridad (sobre todo porque durante años ha tenido innumerables informantes dentro de ellas) sino también de sus principales enemigos: los Arellano Félix. Uno de los hermanos, Ramón, murió en un enfrentamiento en Mazatlán precisamente cuando estaba buscando a Zambada para liquidarlo. No es la primera vez, tampoco, que operativos especiales fracasan al tratar de detenerlo: el 20 de junio del 2000, se montó una operación casi hollywodesca para sorprender a Zambada. Se tenía localizada la casa de El Mayo en el pueblo de El Salado a 60 kilómetros de Culiacán. Allí existe un rancho de 650 hectáreas, con instalaciones muy modernas, dedicado a la producción lechera y que compra, para su comercialización, la de prácticamente todos los vecinos de la localidad, dedicada casi por completo a esa industria. El rancho se llama Puerto Rico, contaba entonces con unas 5 mil 700 cabezas de ganado, un centenar de trabajadores de planta, caballos, unos 37 vehículos y una zona de descanso llamada Palma de Mallorca, una suerte de isla, rodeada por un lago en tiempos de lluvia. Junto al rancho había otras dos casas imponentes (y en junio del 2000 se estaba construyendo una tercera) ambas con su respectiva capilla, casa de muñecas, jardines, automóviles de lujo y camionetas último modelo. El dueño de esas propiedades, que no estaban precisamente disimuladas en la geografía sinaloense, era El Mayo Zambada y allí vivía con su familia. Paradójicamente llegar a El Salado no era sencillo, porque en la larga recta que lo une a Culiacán, eran innumerables las personas dispuestas a darle el pitazo al señor Zambada antes de que llegara fuerza policial o militar alguna.

Se estableció entonces un operativo especial. A 250 kilómetros de Culiacán se comenzaron a concentrar helicópteros y tropas con distintas excusas. En la madrugada del 20 de junio, esos helicópteros con sus tropas emprendieron vuelo hacia El Salado, tardaron tres horas en llegar y cuando lo hicieron aseguraron todas las propiedades de El Mayo Zambada, incluidas las guacamayas que allí se criaban. Pero del famoso narcotraficante encontraron sólo rastros de que acababa de partir apresuradamente.

Desde entonces no se ha estado cerca de detener a Zambada. Por el contrario, su organización se fortaleció por la fuga, poco después, de su socio Joaquín El Chapo Guzmán del penal de máxima seguridad de Puente Grande, en enero del 2001, que consolidó al cártel de Sinaloa y su asociación con las otras organizaciones de Juárez. Ambos, junto al detenido Héctor Luis El Güero Palma, han formado una de las agrupaciones de narcotraficantes más violentas y eficientes del país. En ese contexto debe medirse la dimensión del golpe que recibieron con la operación Trifecta, para no minimizar ni exagerar el mismo.

Con todo, la exitosa operación antinarcóticos de ayer permite varias lecturas. Primero, demuestra en forma bastante palpable que la colaboración entre México y Estados Unidos, por lo menos en este ámbito, pasa por una momento prácticamente inédito, no sólo de trabajo común (por lo menos para este tipo de operativos especiales) sino también de creciente confianza entre las autoridades responsables. No es un mensaje menor cuando sabemos que la relación bilateral en varios otros ámbitos, como consecuencia de las divergencias que se presentaron en torno a la intervención estadounidense en Irak, se encuentra afectada.

Segundo, es una buena señal que envía la PGR para inaugurar de alguna forma su nueva estructura orgánica. Tercero, es el mejor desmentido a las versiones que se propalaron respecto a una posible salida de Macedo de la Concha de la PGR. Ese sería un grave error en estos momentos: se podrá estar o no de acuerdo con algunas determinaciones del procurador, pero sigue siendo de los funcionarios que mayores réditos le ha dado al gobierno federal en este sexenio, sobre todo en este ámbito, de la lucha contra el crimen organizado: claro que no se ha vencido al narcotráfico ni probablemente tampoco se lo terminará nunca de vencer, pero operativos como los señalados deben ser un justo motivo de celebración. Cuarto, es, también, un buen inicio, también, para José Luis Santiago Vasconcelos al frente de la nueva subprocuraduría contra la delincuencia organizada. ¿Cuántos días al año tienen algo que celebrar las autoridades federales?

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