La encuesta que el lunes realizó María de las Heras en Milenio Diario ha generado controversia y sorpresa, el político con mayor aceptación, es Andrés Manuel López Obrador, seguido de lejos por Marta Sahagún, casi empatada con Santiago Creel, detrás Rosario Robles, Roberto Madrazo y Beatriz Paredes, y un poco más lejos Diego Fernández de Cevallos y Cuauhtémoc Cárdenas.
La encuesta que el lunes publicó María de las Heras en Milenio Diario ha generado controversia y sorpresa, entre otras razones porque saben que los estudios de opinión que realiza María rara vez resultan errados. Según el mismo, el político con mayor aceptación, en una encuesta nacional telefónica, es Andrés Manuel López Obrador, seguido de lejos por Marta Sahagún, casi empatada con Santiago Creel, y detrás, Rosario Robles, Roberto Madrazo y Beatriz Paredes. Un poco más lejos aún quedan Diego Fernández de Cevallos y Cuauhtémoc Cárdenas.
Pero mientras el 59 por ciento votaría por Andrés Manuel, sólo el 42 por ciento votaría por él como candidato del PRD, y apenas el 26 por ciento votaría por el partido del sol azteca, independientemente del candidato. Como dice María, al ser ésta una encuesta telefónica, está sobrerepresentado el Distrito Federal y eso se refleja en una mayor popularidad de López Obrador, pero de todas formas, tomando en cuenta ese ajuste, el porcentaje perredista se quedaría muy cerca de dónde está hoy electoralmente: alrededor del 20 por ciento de las expectativas de voto. La popularidad de Andrés Manuel es indiscutible, pero también lo es que con el actual PRD no le alcanzará para ganar en el 2006.
Por supuesto que a López Obrador le falta aún mucho camino por recorrer hasta la próxima elección presidencial. No sólo por la debilidad estructural del perredismo que lo dejan fuera de competencia en prácticamente la mitad de los estados del país, sino también en la construcción del propio discurso, en la oferta de López Obrador hacia la sociedad.
¿Cuáles son las verdaderas propuestas de Andrés Manuel?. No lo sabemos aún y, quizás, mientras mantenga estos índices de popularidad, tampoco lo sabremos en detalle. La popularidad es tramposa para los políticos: es una plataforma magnífica para operar pero también puede obnubilar los sentidos, puede provocar fallas graves, más aún cuando lo que se está midiendo no es la actualidad sino las expectativas futuras. Y Andrés Manuel tiene que tener cuidado en ese sentido, independientemente de las posibilidades del propio PRD, de no caer en algunas de las mayores contradicciones que ha mostrado en los últimos tiempos, sobre todo después de su rotunda victoria en las elecciones locales del seis de julio.
En términos políticos, el mayor adversario de López Obrador es él mismo. El tabasqueño suele ser políticamente bastante intolerante y le gusta presentar sus opiniones en blancos y negros, atendiendo poco a los grises. Sobre todo cuando recurre a su discurso más populista: cuando habla de ricos y pobres; cuando divide a los periodistas de acuerdo con sus ingresos económicos; cuando rechaza, de todas formas, tener que regirse por una ley de información y transparencia y por un consejo que no le gusta y que por lo tanto no acepta. Le sale lo intolerante cuando simplemente no publica y por lo tanto no promulga, leyes aprobadas por la asamblea legislativa porque él no está de acuerdo con ellas; cuando no acepta resoluciones de la Suprema Corte o de los jueces y argumenta que se han dado sólo por corrupción o por apoyar a los ricos.
Es un discurso que sin duda puede llegar a sectores del electorado pero que en lugar de legitimarlo ante el conjunto de la sociedad lo deslegitiman con muchos sectores, lo hacen ver como un hombre dispuesto a torcer las cosas en el sentido en el que le convengan, no en el que dictan las leyes. Esa intolerancia se reviste en muchas ocasiones de determinación (otros dirán determinismo) y eso hace ver a López Obrador, en un momento en el que se percibe al gobierno federal con muchos hilos sueltos del país, como un gobernante dispuesto a ir hacia delante aunque tope con críticos y oposiciones. Y ese puede ser un ingrediente electoral importante (lo fue para Fox en el 2000) aunque luego, cuando esa lógica se topa con la realidad, es cuando pueden suceder dos cosas: que se rompa contra ella y genere desaliento o que se mantenga, aunque ello sea "peor para la realidad".
Al contrario de lo que ha estado haciendo en estos días, López Obrador tendría que no estar tan convencido de sus índices de popularidad y mostrar una cara más conciliadora, no sólo porque el mensaje del discurso duro ya llegó a sus fieles, sino también porque necesita tender puentes con otros sectores, personajes y partidos, que pueden simpatizar por López Obrador pero que hoy no están dispuestos a votar por el PRD, sea quien sea su candidato. Y no están dispuestos a votar precisamente por la dureza de sus planteamientos y lo que perciben como rasgos de intolerancia. López Obrador, en lugar de magnificar esos rasgos, debería aligerarlos y no lo está haciendo. Por el contrario, después del seis de julio su discurso se ha vuelto más duro y más beligerante contra lo que no le gusta: regañó a los columnistas y editores de periódicos; rechazó el consejo para la transparencia sin ningún argumento legal sólido demostrando que por alguna extraña razón no quiere un escrutinio independiente de las cuentas públicas; regañó a la fuente de la presidencia y la comparó con la suya en el DF "más disciplinada" (¿será eso un halago para los compañeros de la fuente del DF o todo lo contrario?); regañó al presidente Fox diciéndole que tiene que cambiar a su equipo económico; propuso un programa de empleo emergente que no es más que la reiteración del ambicioso programa de obras públicas (centrado sobre todo en la construcción de los segundos pisos en Viaducto y Periférico) que ya había anunciado y que al incorporarlo al programa de empleo emergente vacuna contra cualquier crítica.
Hay que reconocer que López Obrador ha realizado todo eso con sentido político y sin pagar excesivos costos, aunque sí ha generado desaliento en algunos sectores, sobre todo de la intelectualidad y la academia. Pero Andrés Manuel no está demasiado preocupado por ello, lo suyo es amarrar grandes sectores sociales y seducirlos con sus propuestas sencillas, de blancos y negros, de buenos y malos, de ricos y pobres. Por supuesto que el país real se mueve en una extensa gama de grises alejada de esos extremos y que la ciudad de México se ve, y eso obviamente lo sabe un tabasqueño como Andrés Manuel, diferente desde los estados. Pero a eso le está apostando: hasta ahora con suerte.
Porque se debe tomar en cuenta otra cosa: su buena suerte o como se le quiera llamar al hecho de que en la ciudad no haya gozado, en estos casi tres años de gobierno, de una oposición sólida de parte del PRI o del PAN. Declaraciones aparte de algunos pocos políticos de ambos partidos, a Andrés Manuel se lo ha dejado gobernar sin molestias en la capital. Habrá quien diga que no es verdad, pero, simplemente, preguntémonos cuántos panistas y priístas del DF (salvo Federico Döring, o el supendido panista Francisco Solís, más conocido como Pancho Cachondo o el priista Manuel González Compean) se han expresado en contra de lo actuado por Andrés Manuel contra el consejo de información y transparencia; cuántos de sus críticas al presdiente Fox o a su equipo económico, o a Diego Fernández de Cevallos le han sido contestadas por los panistas; cuándo los priistas, como María de los Angeles Moreno, verdadera jefa del PRI capitalino le ha respondido algo a Andrés Manuel; cuántos han criticado el creciente déficit público del gobierno capitalino o problemas de seguridad tan graves como los que se viven cotidianamente en el transporte público. Han sido los medios, sólo algunos, los que han puesto el dedo en esos renglones torcidos de la administración capitalina, pero ¿el PRI o el PAN?, jamás, salvo algunas declaraciones aisladas y siempre a la defensiva.
El punto estará en saber si Andrés Manuel, cuando comience a transitar en el terreno nacional, como ya lo está haciendo, se enfrentará a un camino tan sin obstáculos como el actual. Y si en ese camino lo acompañará, como hasta ahora, la suerte.