Cuando en febrero del 2000 las fuerzas de la PFP tomaron las instalaciones de Ciudad Universitaria, castigada con un paro ilegítimo e irracional, hubo dos personajes que prácticamente no fueron enterados: uno era el entonces secretario de seguridad pública del DF, Alejandro Gertz Manero. El otro fue el propio rector Juan Ramón de la Fuente, que recibió el aviso del gobierno federal cuando ya había comenzado el operativo que desalojó el campus universitario de unas decenas de militantes del CGH que estaban llevando a la Universidad Nacional literalmente a su desaparición.
De la Fuente fue el elegido y resultó un médico que fue un muy buen político. No se equivocó, o cuando lo hizo fue sin consecuencias graves.
Cuando en febrero del 2000 las fuerzas de la PFP tomaron las instalaciones de Ciudad Universitaria, castigada con un paro ilegítimo e irracional, hubo dos personajes que prácticamente no fueron enterados: uno era el entonces secretario de seguridad pública del DF, Alejandro Gertz Manero. El otro fue el propio rector Juan Ramón de la Fuente, que recibió el aviso del gobierno federal cuando ya había comenzado el operativo que desalojó el campus universitario de unas decenas de militantes del CGH que estaban llevando a la Universidad Nacional literalmente a su desaparición. Por distintas razones, ambos fueron dejados fuera del centro de las decisiones en aquel momento crítico. Para De la Fuente fue, paradójicamente, la posibilidad de construir algo nuevo sin costos del pasado.
Francisco Barnés había tenido que dejar la rectoría pocos semanas atrás, luego de un notorio fracaso al frente de la Universidad, aquejado de su falta de sentido político y, paradójicamente, por haber realizado propuestas que eran viables y necesarias, como que los alumnos que tuvieran recursos para ello pagaran una cuota mínima, como en todas las demás universidades públicas del país, para financiarse sus estudios. El nuevo rector De la Fuente era un universitario destacado que venía del gabinete de Ernesto Zedillo, de la secretaría de Salud. Muchos pensamos que, en aquella ocasión, quien llegaría finalmente a la rectoría sería uno de los hombres más cercanos a De la Fuente en la SSA y en la UNAM, el ahora director de la facultad de Medicina, José Narro Robles, con una magnífica hoja de servicios tanto en la universidad como en el sector público.
De la Fuente fue el elegido y resultó un médico que fue un muy buen político. No se equivocó, o cuando lo hizo fue sin consecuencias graves. Es verdad, el factor suerte siempre es importante en estos casos y el llegar a la universidad cuando la única opción parecía ser su desaparición (incluso López Obrador apostó en un momento a ello cuando lanzó la fracasada universidad de la ciudad de México), le permitió al rector trabajar desde una base que iniciaba de tan abajo que la mayoría de los universitarios decidieron que juntar fuerzas. Pero se requería de un trabajo político intenso, de conjuntar opiniones, de negociaciones, de optar por lo posible más que por lo deseable, de apostar a un mejoramiento de la universidad por sectores, por ámbitos, de aceptar que una institución de cientos de miles de alumnos, maestros, investigadores, trabajadores, no podía gobernarse con una línea única, sino con políticas específicas para cada sector, para cada grupo, al tiempo que se delimitaban con claridad los verdaderos enemigos de la universidad, alejándolos de ella.
Muchos criticamos en su momento a De la Fuente por ese gradualismo, por haber apostado a lo posible, por desarrollar una labor eminentemente política. Creo que en buena medida nos equivocamos, que estábamos pidiendo una Universidad que hubiera sido inviable sin un costosa ruptura social dentro y fuera de la institución.
Lo cierto es que a lo largo de estos ocho años, el rector De la Fuente ha logrado un avance constante de la Universidad, ha logrado revitalizar el trabajo científico, ha mejorado la calidad de la mayoría de las carreras, ha logrado recuperar el orgullo de ser universitario y de ser parte de la UNAM, incluso en aquellos que nunca lo fueron. Ese punto, el orgullo de ser universitario creo que es capital en toda esta historia: la política, el futuro de una institución, de un país, se basa en la percepciones y la UNAM logró reposicionarse en las expectativas de la gente, de la sociedad. ¿Que ha perdido posiciones respecto a otras instituciones de excelencia como el Tec, el ITAM, el CIDE, la Ibero, la UdeM? Es verdad, pero ha logrado, sin embargo, reposicionarse como la universidad nacional y mantener la calidad en renglones donde esas otras instituciones no han podido incursionar plenamente, sobre todo en el terreno científico.
Creo que, viendo retrospectivamente, la mejor demostración de la labor del rector De la Fuente está en ese orgullo de ser universitario y, en un terreno mucho más político, en la absoluta calma que vivió la universidad durante el proceso electoral del año pasado. Con la virulencia que caracterizaba a López Obrador, con el enfrentamiento que marcó su campaña con el calderonismo, cualquiera hubiera pensado que la UNAM se saldría, como había sucedido en otras elecciones claves, la del 88 o la del 2000, de cauce. No pasó nada. Algunos argumentarán que el perredismo había aprendido de la lección del 2000 y que movilizar a la UNAM iría en su contra. En realidad, no la movilizó López Obrador porque no tuvo posibilidades de hacerlo, ni antes ni después de las elecciones. Se ha criticado a De la Fuente porque en esos días, esas semanas, esos meses, se dice que apostó por López Obrador, y luego porque se vio (o lo vieron) como una suerte de interino que pudiera sortear la crisis electoral. Creo que De la Fuente sí se acercó a la coalición por el bien de todos y a López Obrador. Algunos de sus hombres más cercanos aseguran que lo hizo, sobre todo, para tratar de moderar sus opiniones, para darle una perspectiva más amplia del país y de la política. Es probable. También se acercó a Felipe Calderón, en más de una oportunidad. En aquellos días desaforados de agosto, estuvo en CU y operó políticamente. Creo que, en aquellas condiciones, e independientemente de sus expectativas personales o las que otros ponían en él, actuó correctamente. Y durante el año siguiente logró un fortalecimiento de la universidad que le permite salir con el mayor reconocimiento de su gestión. Una gestión de luces y sombras, como todas, pero que será recordada, probablemente, como una de las mejores en décadas. Y que lo deja posicionado para mirar, con argumentos propios, hacia el futuro. Pero esa es otra historia.