Se debe reconocer que Juan Ramón de la Fuente se está despidiendo de la UNAM como torero que se ha llevado orejas y rabo. No ha habido un solo sector que no haya respaldado la gestión de De la Fuente, incluso, en ocasiones, por encima de críticas que son inevitables en cualquier gobierno de una institución a lo largo de ocho años. Ayer fue el turno de un encuentro que en el ámbito público aún no se había producido (pero sí en privado) entre De la Fuente y el presidente Calderón, en el cual éste agradeció al rector su labor al frente de la Universidad Nacional, destacó el haber colocado la misma en un digno nivel académico y se comprometió a no intervenir de ninguna forma en el proceso de sucesión en la rectoría. Un proceso que, si nos atenemos a la encuesta que ha publicado Ulises Beltrán en Excélsior este lunes, parece estar definido a favor de José Narro Robles, visto desde fuera de la propia UNAM, la mejor opción para asumir la rectoría y poder cambiarla manteniendo los rumbos establecidos en los últimos años.
Se debe reconocer que Juan Ramón de la Fuente se está despidiendo de la UNAM como torero que se ha llevado orejas y rabo. No ha habido un solo sector que no haya respaldado la gestión de De la Fuente, incluso, en ocasiones, por encima de críticas que son inevitables en cualquier gobierno de una institución a lo largo de ocho años. Ayer fue el turno de un encuentro que en el ámbito público aún no se había producido (pero sí en privado) entre De la Fuente y el presidente Calderón, en el cual éste agradeció al rector su labor al frente de la Universidad Nacional, destacó el haber colocado la misma en un digno nivel académico y se comprometió a no intervenir de ninguna forma en el proceso de sucesión en la rectoría. Un proceso que, si nos atenemos a la encuesta que ha publicado Ulises Beltrán en Excélsior este lunes, parece estar definido a favor de José Narro Robles, visto desde fuera de la propia UNAM, la mejor opción para asumir la rectoría y poder cambiarla manteniendo los rumbos establecidos en los últimos años.
A Juan Ramón, como en su caso a Narro si resulta su sucesor, se les podrá criticar muchas cosas, pero no la capacidad de generar acuerdos. Y el grado de aceptación y reconocimiento a De la Fuente parte de eso: por encima de errores o decisiones que puedan ser controvertidas, el rector logró establecer amplios consensos en la comunidad universitaria y trasladarlos a la sociedad. Y la gente está ávida de acuerdos, de diálogo civilizado y fructífero, harta de provocadores vestidos de políticos. Es verdad que De la Fuente pudo lograr esos acuerdos luego de un episodio tan traumático como la huelga que paralizó, contra la voluntad de la enorme mayoría de la comunidad, la Universidad hasta ponerla literalmente en peligro de desaparecer. Es como en las naciones que han sufrido largas y represivas dictaduras: las posibilidades de abrir espacios donde puedan, desde la derecha y la izquierda, moderarse los puntos de vista para no perder lo principal (la democracia y el país en un caso, la universidad y la autonomía en el otro) crecen y el diálogo puede potenciarse. Como país, pese a todo lo sucedido, no hemos llegado a tener un momento traumático de esa dimensión que por definición permita desplazar a los extremos y privilegiar el diálogo. Y esa lucha, ese conflicto, es el que estamos viviendo hoy en el ámbito nacional: la lucha entre establecer mecanismos de diálogo y acuerdo que hagan eficiente el sistema democrático, o los intentos de reventar esos mecanismos para regresar a un sistema autoritario y populista. Con De la Fuente se pueden tener o no diferencias políticas, pero no cabe duda que el rector fue y es un partidario y uno de los máximos exponentes de la búsqueda de esos mecanismos. Y demuestra que ello genera beneficios: Juan Ramón está dejando la UNAM con un 70 por ciento de trabajadores y académicos de la institución que consideran que su labor ha sido muy buena. Y con un futuro político que, bien manejado, puede ser exitoso para él y benéfico para el país.
En las antípodas de De la Fuente se han ubicado varios personajes políticos, entre ellos el ex presidente Fox y el todavía presidente nacional del PAN, Manuel Espino, que consideran que la ruptura y el enfrentamiento deben ser las normas de construcción de un sistema político. El fracaso de ambos ha sido notable. El ex presidente se ha enfrentado una y otra vez con el rechazo a sus intentos de seguir convertido en una figura pública: lo que le ha costado a él en lo personal, le ha costado a su partido y al presidente Calderón. Incluso pareciera que esa corriente partidaria está preparándose para dejar el PAN, en un movimiento muy similar, al que realizó a fines de los 80 el llamado Foro Democrático.
Días atrás, la secretaria de Educación Pública, Josefina Vázquez Mota, desayunó en Madrid con el ex presidente del gobierno español, Felipe González, sin duda uno de los políticos más exitosos y talentosos de su generación, a todo nivel. Hablaban de los ex presidentes y Felipe González le platicaba a Josefina su teoría de los jarrones chinos. Decía el ex mandatario español que los ex presidentes y los políticos que ocuparon posiciones muy relevantes en otras épocas se parecían a “enormes jarrones chinos en pequeños departamentos”. Algunos creen, decía, que son o fueron valiosos y apreciaban su diseño estético, pero nadie sabe dónde ponerlos ni como tratarlos. Los grandes jarrones chinos acaban, por lo tanto, en los museos. Por eso, continuaba González, el ejercicio más difícil de un ex presidente o de un político que fue y ya no es relevante, es el silencio, que a la vez es lo que resulta, para el país y para su persona, lo más valioso y benéfico.
Felipe González, por cierto, está cosechando ahora, el fruto de más de una década de silencio en la política interna de España, con encuestas que lo colocan muy por encima de los niveles de aceptación que tenía al momento de abandonar el gobierno en manos de José María Aznar.
Para Manuel Espino y Vicente Fox debería venir una época similar: grandes o pequeños, los jarrones chinos deben estar en los museos y, como decía un antiguo slogan publicitario, en su caso, el silencio es salud. ¿Aceptarán ese consejo los foxistas o en realidad lo cambiarán por un griterío feroz que los lleve a buscar una opción político-partidaria propia? Ellos tendrán que decidirlo. Por lo pronto, pareciera que ya nada queda frente a Germán Martínez para que pueda dar un golpe de timón en el PAN. Bueno, algo falta en realidad: la posibilidad de dolorosas derrotas en las cuatro elecciones del próximo 11 de noviembre. Será la despedida de una corriente que estuvo a punto de destruir al PAN. ¿Tendrá Germán Martínez la capacidad de diálogo y reconstrucción que mostró De la Fuente en la UNAM?