¿Por mi raza hablarán los vándalos?
Columna JFM

¿Por mi raza hablarán los vándalos?

Cuando el rector Francisco Barnés quiso implementar en la Universidad Nacional Autónoma de México una serie de reformas, que incluían adecuaciones y actualizaciones al sistema de pagos de la principal casa de estudios del país (hasta hoy para estudios de licenciatura se pagan literalmente algunos centavos al mes), se topó con un movimiento minoritario pero que paralizó casi un año las labores de la UNAM, encabezado por un denominado Consejo General de Huelga, encabezado por un grupo de líderes que, en la mayoría de los casos, no tenían representatividad alguna, pero que tuvieron la suerte de hacer acompañar su radicalismo, con la falta de un trabajo sólido de Barnés en la preparación de sus propuestas de reforma y de un relativo conformismo, ante una huelga irracional, de buena parte de la comunidad universitaria y de un gobierno mucho más preocupado por el proceso electoral del año 2000 que por lo que sucedía en la UNAM.

 

Años atrás, el rector Jorge Carpizo, también había querido reformar la Universidad y también con la excusa de las cuotas, un movimiento estudiantil, encabezado por lo que se denominó el CEU, logró frenarlas. Era 1987 y estábamos ante una elección federal compleja y una ciudad de México agrietada social y físicamente por los terremotos de 1985. Más tarde hubo un importante congreso universitario que impidió retrocesos pero que no concretó reformas importantes para una Universidad urgida de ellas. Pero si en esos años se discutió y debatió, con mayor o menor acierto, sobre el futuro de la Universidad, la huelga de 1999-2000, pudo acabar con la UNAM, en medio de un discurso irracional, minoritario y violento.

Desde que se recuperaron las instalaciones de la Universidad Nacional, el 5 de febrero del 2000, un espacio quedó en manos de personajes ligados al CGH: el auditorio Ché Guevara (en realidad Justo Sierra) de la facultad de Filosofía y Letras. Han pasado desde entonces casi 15 años, esos dirigentes hace mucho que no son estudiantes, el país es otro y la sociedad también, pero el Ché Guevara se convirtió en una suerte de zona liberada, sin más ley que la que dictaran sus ocupantes. Y con el paso de los años se convirtió en una mezcla de hotel de paso, cantina, centro de reuniones y adiestramiento, refugio temporal de algunos personajes prófugos, un espacio para guardar y almacenar de todo, de bombas molotovs hasta un poco de droga. Incluso los del CGH se fueron transformando en algunos de los actuales anarquistas. Pero nadie decidió recuperar ese espacio que alguna vez fue un auditorio porque se pensó que los costos podían ser mayores que los beneficios. Y así se fue perpetuando una ilegalidad manifiesta.

En estos días, por lo menos dos grupos, igual de impresentables, se están disputando el Ché Guevara. Lo hacen con los argumentos que conocen y utilizan: violencia, golpes, insultos, fuerza sin ideas, lucha sin ideales. Unos y otros son grupos minoritarios, sin representatividad alguna. La enorme mayoría no son siquiera estudiantes, y mucho menos de la UNAM. Uno de los que se presentó como dirigente resultó que era un fósil de una normal rural de Veracruz. Algunos fueron los que tomaron los CCH hace unos meses, otros tomaron la rectoría, unos más han convertido a una parte de la porra de los Pumas en algo muy alejado de lo que alguna vez fue, violenta y hasta racista.

La Universidad Nacional, a la que muchos le debemos algo de lo mejor de nuestras vidas, no tiene nada que ver con esos personajes que se disputan el Ché Guevara. No son parte de la comunidad universitaria, no son estudiantes, en el mejor de los casos son fósiles y no tienen, ninguno de los grupos en disputa, derecho alguno de seguir ocupando instalaciones universitarias que deberían ser parte, como lo fue ese auditorio durante muchos años, de sus estudiantes y profesores.

Es probable que no existan condiciones para realizar todos los cambios que la Universidad requiere, cambios que en su momento plantearon, con matices y puntos de vista diferentes pero no antagónicos, con mayor o menor talento político, desde Jorge Carpizo hasta José Sarukhán, desde Francisco Barnés hasta Juan Ramón de la Fuente, y que quizás como síntesis de todos ellos, encarna el rector José Narro Robles. No creo que nadie conozca a la UNAM mejor que su rector, que ha trabajado casi toda su vida profesional en ella. Pero hay cosas que deben cambiar: no se puede seguir tolerando que vándalos se disputen lo que debería ser un auditorio universitario como si fuera un predio sin dueño. No puede ser que grupos tan violentos y ajenos a la comunidad actúen como si fueran propietarios de la misma. No son parte de la Universidad, por lo tanto no tienen nada que hacer en ella. La autonomía universitaria es válida como parte de la vida académica, nunca puede ser sinónimo de violencia e impunidad.

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