Un México, aún, con sed de justicia
Columna JFM

Un México, aún, con sed de justicia

Hace veinte años Luis Donaldo Colosio pronunció el discurso más importante de su vida, un discurso que, para muchos, marcó su destino. No porque, como se ha especulado, hubiera puesto, pronunciándolo, una distancia tan amplia con el presidente Carlos Salinas de Gortari que implicaría, menos de tres semanas después, su asesinato. Es absurdo. Tampoco porque fuera una intervención que marcara un antes y un después en la política nacional. Marcó su destino porque fue la ocasión en la cual quedó en claro, de forma transparente, qué quería Colosio para México, cómo veía su futura presidencia, cuáles eran sus ideales, su forma de hacer y entender la política. Porque mostraba, por primera vez en una campaña que estuvo asolada por el levantamiento zapatista, el rechazo a su candidatura por el camachismo, el proceso de negociación en Chiapas, la violencia, los secuestros de Alfredo Harp y Carlos Losada, su personalidad, su visión.

 

Hoy aquel discurso se lee de otra manera, con otras tonalidades, pero en aquel caótico 1994, fuera de su propio círculo cercano, el discurso fue recibido como uno más. Le sucedió lo que pasó con Colosio a lo largo de buena parte de su campaña: fue concientemente ignorado. Simplemente recorriendo las páginas de los periódicos del 7 de marzo de aquel año, se verá que no muchos apreciaron en su justa dimensión lo que acababa de decir Colosio en el Monumento a la Revolución. Sin embargo, aquel discurso podría haber cambiado muchas cosas, sobre todo porque dejaba un amplio espacio para la esperanza y lo ofrecía, también, para la autocrítica.

Para elaborar aquel discurso (que terminó, como casi todo su material en esos meses, siendo escrito por Samuel Palma, Javier Treviño y Cesáreo Morales), Colosio le pidió asesoría a mucha gente, desde periodistas hasta intelectuales, incluyendo políticos del PRI y de otros partidos. Lo concibió como comenzaba a concebir su gobierno, con un esquema de apertura e inclusión de diferentes ideas y personalidades. El discurso, entonces, fue armado casi como un puzzle, con la línea argumental que había decidido el candidato con su equipo (inspirado en el célebre discurso de Martin Luther King), pero incorporando las ideas, las propuestas, los temas que había recogido en los escasos dos meses que llevaba de campaña.

Era, fue, un gesto de independencia. En alguna ocasión hemos recordado en este espacio que ello también trascendió en otro sentido. Antes de pronunciar el discurso, Colosio tuvo un gesto que a posteriori fue magnificado: no enviar el texto, como cortesía, a Los Pinos hasta la misma mañana en que lo pronunció. Para muchos eso era el signo de la ruptura con Carlos Salinas. En realidad era otra cosa: era un gesto, imprescindible en aquellos días, para demostrar un margen de autonomía respecto a la Presidencia que posiblemente Colosio se demandaba a sí mismo, en el curso de la inédita campaña que le tocó vivir. Un gesto que le permitiera asumir corresponsabilidades y autocrítica, algo que necesitaba en términos personales y políticos. Quería mostrar independencia.

Pero no hubo una ruptura con Los Pinos, no podía haberla, esa no era opción ni para Colosio ni para Salinas. Han pasado 20 años y el PRI, que ganó con Ernesto Zedillo aquella elección (donde participó el 78 por ciento del padrón electoral), se desdibujó durante los seis años posteriores. Quedó sin rumbo. Perdió la elección del 2000 porque antes había perdido sus propias referencias. Sólo como dato adicional: en ese sexenio, 1994-2000, el PRI tuvo siete presidentes nacionales y un presidente de la república, más allá de sus méritos y errores, con el que no se identificaba, que no sentía suyo.

Tuvieron que pasar otros dos sexenios para que el PRI regresara a Los Pinos sin haber terminado aún de digerir plenamente todo lo sucedido en 1994, pero en ocasiones también sin querer asumirlo por completo. Parecería un regreso al pasado, pero en realidad, retomando aquel discurso de hace 20 años, adaptándolo a la actualidad y asumiéndolo como compromiso, el PRI puede construir buena parte de su futuro. Porque todavía somos muchos los que vemos “un México con hambre y sed de justicia.

Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen la ley a quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por el abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales”, diría Coloisio aquel 6 de marzo. Un México que aún está por construir.

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