07-03-2014 La secretaría de Hacienda fijó en poco más de 15 millones de dólares el valor comercial del enorme decomiso de 119 mil toneladas de mineral de hierro que el cártel de los Templarios había acumulado en el puerto de Lázaro Cárdenas y en varios predios, dentro y fuera del puerto, para ser exportados a China. Pero esa es sólo la punta del iceberg de este negocio: a eso se deben sumar más de 200 equipos, camiones de transporte, los propios predios y comprender, para ver el total de la operación, que en realidad la carga anual que enviaba este grupo criminal a Asia era de cerca de un millón de toneladas anuales, según dijo Alonso Ancira, presidente de la cámara de productores de acero. Y que desde hacía por lo menos cinco años que se llevaba a cabo sin contratiempos. Vale la pena preguntarlo, ¿nadie lo vio durante cinco años?. Pero ese es otro tema.
Imaginemos la magnitud del negocio agregando, además, otro componente. Parte de estos acuerdos consistían en que como contraparte de la venta del mineral, se enviaban a Lázaro Cárdenas precursores para la producción de drogas sintéticas, el negocio más rentable, hoy, en el mundo de los estupefacientes. Entonces el círculo de operación ilegal era casi perfecto: los delincuentes robaban, extorsionaban, se apropian de minas y permisos para exportar un mineral en el que para obtenerlo, no invierten, obviamente, ni un solo peso. Lo exportan con ganancias multimillonarias a China. Pero de allí, en muchas ocasiones como una especie de trueque, reciben precursores químicos para producir drogas que a su vez exportan con ganancias también millonarias a los Estados Unidos y al propio mercado interno en México. Un negocio casi perfecto.
Estamos hablando de una operación que entonces superaba los varios cientos de millones de dólares de utilidad para los grupos criminales. Desde que fue intervenido el puerto de Lázaro Cárdenas, la entrada de precursores químicos, dicen las autoridades, se había detenido, pero como era mucho más complejo, con la utilización de papeles falsos y en ocasiones, vía coerción, complicidad o extorsión, con papeles legales de verdaderos exportadores, la venta de mineral de hierro continuaba o intentaba hacerlo.
Ahora los Templarios se han encontrado con un contexto en el cual se les cerró la principal vía para la llegada de precursores químicos y por lo tanto la fabricación de drogas sintéticas (su principal negocio); se cerró también el negocio de la exportación de minerales (una de sus mejores y más limpias vías de financiamiento), al tiempo que con la recuperación de territorios dejaron de recibir los recursos provenientes de la extorsión, el secuestro y el robo. La forma en la que operaban estos grupos, lo pone de manifiesto la fosa común encontrada en Apatzingán, donde fueron hallados trece cuerpos, incluyendo dos niños, de una familia que fue secuestrada y asesinada hace un año. Toda una familia en una fosa común: de ese tamaño es el salvajismo y el desafío.
El hecho es que en este contexto, el cerco sobre la operación de los Templarios se cierra cada día más. La prácticamente oficial confirmación de que Nazario Moreno, El Chayo, fundador de La Familia y de los Templarios, está vivo (aunque por lo que se dice sus facultades mentales distan de estar intactas) constituye, en última instancia, la confirmación de que ese círculo ya prácticamente se ha cerrado.
Mientras tanto, el tema de los aviones y los aeropuertos puede estar detrás, también, del tema Oceanografía, más allá de contratos petroleros falseados, deudas sin pagar, barcos desaparecidos, equipos de futbol, fraude, lavado de dinero y otros detalles. Dicen, habrá que confirmarlo, que el tema Oceanografía, o mejor dicho las relaciones de esa empresa con círculos de poder federales en los dos pasados sexenios, tuvieron fuerte repercusión también en Toluca, no sólo porque ignoraron y agredieron políticamente, cuando quiso evitar esas operaciones, a un joven secretario de administración del estado, allá por el año 2002 (un joven ahora con responsabilidades mucho más importantes), sino también porque, reflejo de ello, ahí mismo, en el aeropuerto de Toluca, iniciaron muchos de los buenos negocios de aquellos años con personajes del gobierno federal, expulsando incluso a empresas locales que tenían años de operación en el aeropuerto para allanarse el camino. El negocio de los aviones en Oceanografía no es nuevo, pero hay cuentas que siempre se terminan pagando. Por cierto, si como dice Gustavo Madero, él viajó en un avión de esa empresa porque fue rentado por el diputado Jorge Rosiñol, ¿dónde está la factura de la renta que nadie ha mostrado hasta ahora?.
Jorge Fernández Menéndez