28-05-2014 Era 1992 y nada parecía indicar que el presidente George Bush fuera a perder su reelección. Tanto que los demócratas tuvieron serios problemas para encontrar un candidato idóneo. Finalmente llegó como candidato de la oposición un joven y desconocido, para buena parte del país, gobernador de Arkansas, Bill Clinton. Estados Unidos que había tenido una temporada de fuerte crecimiento económico con Ronald Reagan, se tropezó con los propios límites del mismo, basado en parte en la deuda, que se triplicó, en parte en un desarrollo especulativo del sector financiero. La crisis no fue brutal, duró seis meses, pero se notó, sobre todo, en los bolsillos. Y Bush se equivocó al enfrentarla, rompió su mayor promesa electoral y subió los impuestos.
De poco sirvieron sus éxitos en el terreno internacional: llevó a cabo campañas militares en Panamá y en Irak; vio caer el Muro de Berlín y el campo socialista, firmó el TLC con México y Canadá. Pero su gobierno se derrumbó ante los nuevos impuestos, sobre todo para la clase media. El alza de impuestos acabó con su popularidad y en noviembre de 1992 perdió ante Clinton, que en su campaña había dejado todos los demás temas de lado para concentrarse en un punto: “es la economía, estúpido” se leía en sus cuarteles de campaña y la economía fallida de Bush, aunado a los impuestos que impuso a la clase media, le dieron la razón y ocho años en la Casa Blanca, donde por cierto, logró que los Estados Unidos tuvieran el mejor desempeño económico de toda la post guerra, entre otras cosas porque redujo en forma notable, hasta convertirle en superávit, el déficit fiscal (que el hijo de Bush, George W, sucesor de Clinton, lanzó a la estratósfera, hasta convertirlo en una amenaza económica global, pero los países, en ocasiones, no aprenden de sus errores pasados).
Vayamos a otro escenario, otra época. Apenas este fin de semana, en Francia, las elecciones europeas dieron otra sorpresa. El ultraderechista Frente Nacional, ganó los comicios y se puso por delante de las fuerzas de centro de derecha y del partido socialista en el gobierno. ¿Por qué perdió el socialismo de Hollande?. Porque la economía no está funcionando, porque los ajustes han sido demasiado duros, porque la gente no tiene dinero en sus bolsillos y porque para paliar la crisis, el gobierno decidió endeudarse y, sobre todo, subir los impuestos, particularmente el impuesto sobre la renta. La primera medida que anunció el mismo lunes, el primer ministro socialista, Manuel Valls, apenas se conoció el resultado, fue que reducirá los impuestos que ellos mismos habían aumentado, sobre todo el ISR, en forma inmediata.
Aumentar impuestos en época de bajo crecimiento y de endeudamiento fiscal, ha demostrado ser una mala fórmula para reactivar las economías y pésima para encarar desafíos políticos y sobre todo electorales. México no está en recesión, tampoco lo estaban, en términos reales, la Unión Americana de Bush o la Francia de Hollande. Es más, las medidas económicas de Bush padre le permitieron a la economía comenzar a recuperarse pocos meses después de la elección, pero el que ya despachaba en la Casa Blanca era Clinton. Y si no se apresuran Hollande y Valls verán como por primera vez en el Eliseo se sienta la ultraderecha de Le Pen.
El costo político que puede tener para la administración Peña los pobres resultados económicos obtenidos hasta ahora y sobre todo el fuerte aumento de impuestos decretado desde enero, no se reflejará políticamente en estos días, sino en los comicios del año próximo. Es verdad que el PRI es muy potente, que la izquierda está dividida y que el PAN no pasa por sus mejores horas, pero el país necesita crecer más y mejor y lo debe hacer conservando la ortodoxia económica.
Hoy hay tres capítulos que son los que crean incertidumbre: por una parte, no terminan de salir las leyes secundarias en materia de telecomunicaciones y energía, que probablemente tengamos aprobadas antes de agosto próximo pero cuyos resultados no se verán en lo inmediato. Se asegura también que no se está ejerciendo adecuadamente el gasto público, aunque las autoridades de Hacienda insisten en que el mismo se ha ejercido en tiempo y forma. Pero el crecimiento real de un país lo determina la inversión privada. Y existe descontento marcado por el tema fiscal. Se siente que se concedió demasiado en ese capítulo al PRD a cambio de nada y que se impulsó una reforma que no era la esperada: el esquema IVA generalizado y menos ISR sigue siendo la principal propuesta empresarial. Hoy se percibe que los contribuyentes cautivos tienen más carga y ese enorme porcentaje que vive en la informalidad sigue fuera del régimen fiscal.
No es estrictamente así, pero en política, decía Jesús Reyes Heroles, lo que parece es. Y cambiar esa percepción es, junto con la seguridad cotidiana, el mayor desafío de la actual administración.
Jorge Fernández Menéndez