Iguala: doble confesión
Columna JFM

Iguala: doble confesión

27-09-2017 Ayer se cumplieron tres años de la desaparición y muerte de los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa. El sábado pasado, en medio de las labores de rescate por los sismos del 7 y 19 de septiembre, cuando la enorme mayoría de los soldados del cuartel de Iguala estaban fuera del mismo trabajando en las tareas de rescate, en el contexto del plan DNIII, sobre todo en las zonas afectadas de Morelos, devastadas por el terremoto, un grupo de “estudiantes” de Ayotzinapa, quienes por supuesto no realizan labor solidaria alguna con las víctimas de los sismos, atacaron y vandalizaron el cuartel. Fue, una vez más una acción cobarde y mentirosa, de un grupo que no sabe de solidaridad pero sí de violencia y vandalismo.

    El año pasado escribimos aquí que no es verdad que no se supiera cuál fue  el destino de los jóvenes de Ayotzinapa. Se sabe cuál fue el fin de esos jóvenes y porqué ocurrió, como se sabe quiénes fueron los asesinos. Vamos a contar nuevamente esa historia, según la relatan los propios criminales.
    ¿Qué sucedió esa noche en Cocula? Las autoridades y los familiares de las víctimas lo saben desde fines del 2014 con toda claridad. Hay testimonios, algunos se han hecho públicos y otros no, de lo sucedido. Tenemos copia de los principales, con detalles que hasta ahora no se conocían públicamente. Pero son materiales que están en poder de las autoridades y de los familiares y sus abogados. El relato es largo, excede en decenas de páginas este espacio, pero terriblemente contundente.
    El 16 de enero del 2015 Felipe Rodríguez Salgado, alias El Cepillo o El Terco, uno de los jefes de sicarios de Guerreros Unidos, contó cómo, la noche del 26 de septiembre le avisaron a las nueve y media de la noche que les llevarían unos “paquetes” (así le dicen a las víctimas). Iban ocho patrullas municipales, con entre 30 y 35 policías y entre 38 y 41 “paquetes detenidos amarrados con mecates, algunos con esposas y otros ensangrentados”. Se fueron con todos ellos en un camión de tres y media toneladas al basurero de Cocula. “Antes del llegar al basurero pateé a uno de los estudiantes que iba debajo de mí y le pregunté que quién los había mandado y me dijo que los mandó El Carrete (jefe del cártel de Los Rojos) de Cuernavaca y en ese momento le marqué un X en la espalda con pintura en aerosol”.
    Dice el Terco que cuando llegaron al basurero los de abajo (iban todos apilados) estaban muertos por asfixia y que quedaban vivos unos 18 jóvenes.
    Agustín García Reyes, El Chereje, detenido desde octubre del 2014, cuenta que “al llegar al basurero El Jimy estacionó la camioneta y ambos empezamos a bajar a los estudiantes que traíamos atrás, los jalamos de los pies y los arrojamos al piso boca abajo y los cuatro (que iban en la camioneta pequeña) estaban vivos”. Enseguida, dice el Chereje, “llegó la camioneta grande y el Cepillo (el Terco), el Jona, el Pato, el Chequel, el Güereque y el Primo, así como el Bimbo y el Pajarraco empiezan a bajar a los estudiantes que iban amontonados y estaban acostados a lo largo unos sobre otros, boca abajo. No iban amarrados y los comienzan a bajar  los dejan a todos acostados boca abajo y los amontonan… les empiezan a preguntar a qué venían a Iguala. Y los estudiantes, dice, al principio no respondían nada, pero los mismos estudiantes nombraron a una persona apodada el Cochiloco…el Terco y el Pato le empiezan a preguntar al Cochiloco a qué habían venido. Y él respondió que por la esposa de Abarca…le disparan en la cabeza a unos veinte o veinticinco. El Terco nos dice a mí y al Bimbo que empecemos a jalar los cuerpos que ya estaban muertos y los ponemos a la orilla del basurero…el primo del Bimbo y la Rana los agarran de pies y manos y los arrojan al basurero… a los que quedaban vivos los bajaron caminando al fondo del basurero, unos veinte aproximadamente”. Distintos testimonios de los sicarios detenidos, coinciden en que éstos fueron muertos a palazos.
“Comenzamos a amontonar muchas piedras y empezamos entre todos a acarrear los cuerpos hacia el círculo y los vamos acomodando. El Terco les echa diésel o gasolina de un galón de veinte litros, les prende fuego con un encendedor y les vamos echando leña y plástico…comienzan a arder y yo, dice el Chereje, sigo juntando botellas, llantas, cualquier plástico para que no se apagara el fuego”.
Cuando los están quemando, cuenta otro sicario, Salvador Reza Jacobo, El Lucas que “le echaron relajo a El Jona y que le dijeron “a que te rajas Jona a comerte un pedazo de carne humana” y el Jona agarró un pedazo de carne y se lo comió. Dijo el Jona, cuenta El Lucas, que sabía bueno y El Pato dijo que cuando se están quemando huele mejor que la carne asada”.
Cuenta el Chereje y coinciden los demás sicarios que “permanecimos cerca de quince horas, hasta que nos dieron las cinco de la tarde…esperamos que se enfriaran las cenizas y los recogimos con la mano y unas botellas. Sólo había una pala. Ocupamos cerca de ocho bolsas de basura…llegamos al río San Juan como a las seis de la tarde y empezamos a arrojar las bolsas completas al río y de ahí nos regresamos”.
Esa es la terrible historia, relatada por los victimarios, confirmada por pruebas y peritajes, de lo ocurrido la noche del 26 de septiembre del 2014. Lo saben las autoridades, los padres y sus representantes. Los testimonios están filmados, a ninguno de los asesinos se los ve bajo presión alguna, esa es la realidad. Pero los jóvenes de Ayotzinapa que se olvidan de las víctimas de los sismos, que atacan un cuartel cuyos elementos están trabajando para rescatar gente de los escombros eso no les importa. Lo realmente importante para ellos es seguir viviendo en la impunidad, ejerciendo la violencia y contar con los recursos que le permiten hacerlo.

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