Contra el narco, amor y familia
Columna

Contra el narco, amor y familia

En la cumbre realizada sobre temas de narcotráfico en Cali, el sábado pasado, tanto el presidente López Obrador como su homólogo colombiano, Gustavo Petro, pusieron el acento en el amor y la familia como una suerte de antídoto contra los traficantes de drogas. La cumbre en sí misma fue una suma de lugares comunes que no sirven para nada si no se enmarcan en una estrategia seria, profunda y de largo plazo en la lucha contra el crimen organizado.

El amor y la familia sirven para todo, y vaya que son necesarios en la vida cotidiana, pero para enfrentar a los grupos del narcotráfico se necesita mucho más. No existe una estrategia común en esa lucha: las organizaciones criminales de Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, buena parte de Centroamérica y México tienen lazos comunes, trabajan con sus respectivas redes como unas grandes empresas transnacionales. 

Nuestros gobiernos exhiben contradicciones absurdas y en lugar de tener objetivos comunes están profundamente divididos: ¿cómo vamos a tener una estrategia común con Perú, cuyo espacio aéreo no quiso ser sobrevolado por el presidente López Obrador en su viaje a Chile, para que no le hicieran una “majadería” (como si le fueran a prohibir cruzar por su espacio aéreo) y con Ecuador, cuando el propio mandatario desmintió la información del gobierno de ese país respecto a que el asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio había sido cometido por las organizaciones locales aliadas con el cártel de Sinaloa?. 

Petro, quizás el más cercano en posiciones políticas a López Obrador, en un discurso extraño sostuvo que en su país ya no había organizaciones locales sino transnacionales (se insiste en Colombia que los cárteles actuales son parte ya de los de Sinaloa y Jalisco)  ignorando el elefante que estuvo en la sala durante toda esa reunión: el reconocimiento del hijo de Petro, Nicolás, de que el dinero del narcotráfico financió parte de la campaña de Petro para llegar a la presidencia de Colombia. Nicolás está detenido por la fiscalía de Colombia, ha aceptado su participación en esos hechos y esa fue su declaración pública.

Con amor y familia se obtienen muchas cosas, pero no se combate al crimen organizado que sigue permeando cada vez más no sólo los entornos familiares sino también los institucionales, en medio de una tendencia de los gobiernos de nuestra región de hacer declaraciones muy enfáticas y tomar medidas cada vez más endebles en su contra. O en el otro extremo, como en El Salvador donde se toman medias extremas pero sacrificando, al mismo tiempo, libertades individuales básicas. En ese péndulo nos estamos moviendo y los riesgos de que los países de la región pasen sucesivamente de uno a otro extremo es una posibilidad que vemos todos los días, consecuencia también de la política consciente de polarización que la mayoría de los líderes regionales implementan en sus propios países.

Se puede combatir el crimen organizado con firmeza y objetivos muy concretos sin darle abrazos y sin violentar derechos. No se va a acabar con este fenómeno, eso lo sabemos todos, seguirá existiendo, no sólo en su vertiente del narcotráfico, que es sólo una de ellas. Pero sí se puede romper redes, acabar con cabecillas, no permitir que el crimen organizado controle territorios y comunidades. 

Los éxitos que se han logrado en el pasado se han revertido en todos nuestros países porque no ha habido continuidad en las políticas y porque éstas se ponen al servicio del gobierno en turno. En México se logró desmembrar organizaciones que ahora están de regreso, desde los Zetas hasta los Templarios o los Beltrán Leyva; en Colombia en su momento se logró desarticular los cárteles de Cali y Medellín, pero en ambos países los nuevos o viejos grupos no sólo han resurgido o renacieron de sus cenizas, sino que están cada día más empoderados y extienden su influencia hacia otros países, absorbiendo grupos locales y haciéndoles formar parte de un conglomerado global.

Y ante eso no tenemos más respuestas que fortalecer el amor, los abrazos, los lazos familiares, ir a las causas profundas de la violencia, mientras en el día a día esos grupos criminales nos demuestran que no entienden de amor, familia, abrazos o causas profundas y se hacen cada vez más poderosos.

De los diez quedan nueve

Hace dos semanas la DEA dio a conocer la lista de los diez más buscados por esa agencia estadounidense. Destacó esa lista por concentrarse particularmente en traficantes de fentanilo. La lista exhibió la red de los operadores más cercanos a Iván Archivaldo Guzmán, el hijo de El Chapo, que lidera a los Chapitos. 

Uno de sus lugartenientes principales, por el que se ofrecía un millón de dólares de recompensa, era Luis Benítez apodado el 14. Una semana después de que se dio a conocer esa lista, el 7 de septiembre, fue dejado un cuerpo frente a un hospital del IMSS en Culiacán con dos disparos que habían acabado con su vida. Eran los restos de El 14, de Luis Benítez, uno de los diez narcotraficantes más buscados por la DEA, no se sabe quién lo mató ni porqué. La información prácticamente pasó desapercibida en los medios.

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