Andrés Manuel: el verdadero rostro
Columna JFM

Andrés Manuel: el verdadero rostro

Hasta el 2003 el jefe de gobierno navegaba en varias aguas: adoptaba medidas controvertidas, caía en algunos exabruptos, pero trataba de tender lazos a otros sectores, trataba de no romper con otros poderes. Pero todo cambió desde las elecciones de medio término del 2003, cuando se quedó con la mayoría absoluta de la ciudad y decidió que había llegado la hora de iniciar el asalto final no sólo hacia la candidatura sino también hacia el control, sin oposición, de su partido.

Nada me ha sorprendido más en este 2004 que la forma en que se ha descubierto la verdadera personalidad política de Andrés Manuel López Obrador. Hasta el 2003 el jefe de gobierno navegaba en varias aguas: adoptaba medidas controvertidas, era notorio que no le gustaba que lo controlaran otros poderes, caía en algunos exabruptos, pero al mismo tiempo trataba de tender lazos a otros sectores, trataba de no romper con otros poderes, se notaba relativamente respetuoso de las críticas, aunque ese nunca haya sido su fuerte. Pero todo cambio desde las elecciones de medio término del 2003, cuando se quedó con la mayoría absoluta en la ciudad, estaba en el cenit de las encuestas electorales para el 2006 y decidió que había llegado la hora de iniciar el asalto final no sólo hacia la candidatura sino también hacia el control, sin oposición, de su partido. Desde entonces López Obrador ha comenzado a mostrar su verdadera cara: la de un político intolerante, necio, quizás sí comprometido socialmente pero que subordina todo a un objetivo: la obtención del poder, un poder que concibe no como una forma de superación de las taras actuales que exhibe nuestro sistema, sino como un regreso a un afortunadamente lejano ya pasado lopezportillista.

Es verdad que durante el 2004 López Obrador ha sufrido un ataque tras otro y que existen adversarios decididos a utilizar todas las armas políticas a su alcance para evitar que llegue al poder en el 2006, pero también es verdad que todas esas armas se las ha proporcionado el propio López Obrador. En apenas un año, el jefe de gobierno ha perdido a su principal operador financiero, Gustavo Ponce Meléndez, preso por corrupción, a su principal operador político, René Bejarano, también preso por corrupción, y acaba de perder a su principal carta para reemplazarlo en el 2006, Marcelo Ebrard derivado de los hechos de Tláhuac. En el camino, ha roto con el poder judicial (el miércoles, demostrando una vez más cómo actúa López Obrador, prefirió reunirse con su equipo de campaña para el 2006, en horario de oficinas por cierto, en lugar de ir, como prácticamente todo el mundo político, al informe de labores del presidente de la Corte, Mariano Azuela); se ha distanciado del legislativo (desde sus oficinas, por ejemplo, se instrumentó la toma de la tribuna para tratar de evitar el desafuero de Bejarano); ha roto con todo un sector del PRD, representado por Cuauhtémoc Cárdenas que tiene más peso del que estima el propio López Obrador; se ha distanciado y enfrentado con los principales miembros del empresariado nacional; ha hecho muchas declaraciones que han lastimado a las fuerzas armadas; se ha burlado de las organizaciones de la sociedad civil que organizaron la mayor marcha de la historia reciente del país exigiendo acabar con la inseguridad. Y obviamente, sigue estando ahí en las encuestas, pero ya ha comenzando el declive, persistente, punto a punto pero constante en las encuestas, mientras que ha logrado que la opinión en torno suyo se haya polarizado hasta tener aproximadamente una mitad del electorado que jamás votaría por él para el 2006.

El mayor de los defectos que ha mostrado López Obrador es la falta de oficio político para aceptar errores, lo que lo ha llevado a entramparse con su propios dichos una y otra vez. Cuando se divulgó el salario de su chofer Nico, que era prácticamente igual al suyo, salió con que se trataba de su jefe de logística, seguridad y casi asesor político que además conducía su automóvil. Mucho más grave cuando se dieron a conocer los videos de Ponce Meléndez jugando en las Vegas, y de Bejarano e Imaz embolsándose literalmente el dinero que les entregaba Carlos Ahumada: inició una persecución feroz contra éste, pero nunca se deslindó de sus colaboradores e inventó la tesis del complot, en los que fue colocando de acuerdo al momento y la circunstancia a todo mundo, desde el departamento de Estado de los Estados Unidos hasta los medios que no le son afines, encabezado nada menos que por "el Innombrable", Carlos Salinas de Gortari (a pesar de que después formó su equipo de campaña, en un 90 por ciento, por políticos que fueron, todos, cercanísimos colaboradores durante años del propio Salinas) identificado como el responsable de todos los males del país.

Los videoescándalos demostraron el talante, la personalidad política del jefe de gobierno. En lugar de aceptar el error, de deslindarse de sus colaboradores que habían, evidentemente cometido delitos, en lugar de realizar una reestructuración de todo su gabinete para limpiarlo, se atrincheró en él, inventó el complot, no movió a nadie, ni siquiera los evidentemente involucrados o conocedores de lo que estaba sucediendo. Todo la saña fue para sus adversarios, internos o externos. Fue juarista, por lo menos en un sentido: "a los amigos justicia y gracia, a los enemigos la justicia a secas".

Vino después la historia del desacato y su posible desafuero. Paradójicamente, y pese a lo que ha dicho el propio López Obrador, ese episodio lo ayudó porque le permitió colocarse como víctima. Pero eso no puede ocultar que en reiteradas ocasiones, mucho más allá de lo sucedido con el predio El Encino, el jefe de gobierno había ignorado órdenes judiciales y había decidido tratar de jugar políticamente dentro de la propia Corte. Y el poder judicial se cansó. El jefe de gobierno, en lugar de haber aceptado ese fallo desde meses atrás, simplemente, como demostración de poder, lo ignoró y entró en una nueva crisis política.

Argumenta que eso lo han utilizado sus adversarios para golpearlo: es verdad ¿acaso esperaba que fuera de otra manera?. Cuando un político comete errores y se exhibe, siempre sus adversarios tratan de sacar partido de ello.

Vino luego la marcha contra la inseguridad y se escribió una de las páginas de mayor intolerancia y falta de autocrítica de López Obrador. Las organizaciones sociales convocantes se convirtieron en agentes de la ultraderecha y en un capítulo más del complot, calificó a los manifestantes, millones que marcharon por las calles de la ciudad, de "pirruris" e ignoró públicamente todas las demandas. Terminó tratando de gestar, al estilo Chávez, contramarchas de autodefensa que terminaron siendo un nuevo ejercicio de acarreo y manipulación. Nunca aceptó que la seguridad debía mejorar.

Vinieron los hechos de Tláhuac. Es evidente que si ocurre un linchamiento de una persona, sea policía federal o el más simple ciudadano en algún lugar de la ciudad, la responsabilidad original de los hechos es de las autoridades locales que están encargadas de garantizar la seguridad de la gente y evitar que se haga justicia por propia mano. La lista de mentiras que han dicho las autoridades capitalinas para justificar su inacción en Tláhuac es increíble y van desde su afirmación de que no habían podido llegar al lugar de los hechos por la "orografía" hasta el cinismo de decir, cuando se exhibió el video que demostraba que desde el principio esas fuerzas policiales estuvieron allí sin hacer absolutamente nada, que efectivamente habían estado, festinar que sí habían llegado y decir que habían hecho lo "humanamente posible" por evitar los linchamientos, cuando las imágenes están demostrando exactamente lo contrario. Una vez más en lugar de aceptar que hubo errores y castigar a los responsables, López Obrador ha tratado de protegerlos, de justificar lo injustificable, con un costo político cada vez más alto en su propia credibilidad.

Finalmente este domingo próximo se iba a volver a inaugurar su principal obra pública: el segundo piso del Periférico. Sería la tercera inauguración pero el retraso esta vez tan evidente en las obras no le permitió hacerlo. Lo cierto es que, pese a toda la faramalla, sólo se construyó, finalmente, la mitad de la obra, la que va de norte a sur y se dejó a medias la vía de sur a norte, se comprometió el GDF a entregarla en julio y no pudo hacerlo, luego en diciembre y tampoco terminó, y ahora no se sabe para cuando se terminará. La responsable de la obra, Claudia Sheimbaum, continúa en su puesto y nadie aparece como el responsable de los retrasos, de la conclusión a medias de la misma, ni del aumento de los costos, que por cierto no se conocen a detalle ni pueden ser auditados. Una vez más, nadie es responsable de lo sucedido. En todo caso, dijo, es culpa del aumento del precio del acero (sic).

¿Cuál es el temor que genera López Obrador de cara al 2006?¿no hay acaso muchos otros políticos tan buenos o tan malos como él?. Por supuesto que sí, hay mejores y hay peores, pero el rasgo de su personalidad política que se exhibió en toda esta historia del 2004 es el preocupante: el de la intolerancia y la no aceptación ni de errores ni de hechos cuando no le son favorables. Y muchos se preguntan ya no si ganará el 2006, sino si será capaz, si no gana porque sus números van en declive, de aceptar su derrota.

PD: nos tomaremos unos días de vacaciones en este periodo navideño. Regresaremos a este espacio el lunes 3 de enero. Gracias y muy felices fiestas para todos ustedes.

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