Cuatro años más de Bush, ¿cuatro años más sin definiciones?
Columna JFM

Cuatro años más de Bush, ¿cuatro años más sin definiciones?

El mundo hace ya varios años que está, desde la terminación de la guerra fría, dividido en distintos bloques regionales. La Unión Europea con sus sucesivas extensiones, es la mejor demostración de ello, pero también el conglomerado de naciones organizadas en torno a China y Japón; en las últimas fechas, sobre todo, los intentos de consolidación del MERCOSUR, incluyendo las naciones de la región andina. México, para todos los efectos, forma parte de un bloque regional: el de América del Norte, donde la integración con Estados Unidos y Canadá es algo más que una realidad.

El mundo hace ya varios años que está, desde la terminación de la guerra fría, dividido en distintos bloques regionales. La Unión Europea con sus sucesivas extensiones, es la mejor demostración de ello, pero también el conglomerado de naciones organizadas en torno a China y Japón; en las últimas fechas, sobre todo, los intentos de consolidación del MERCOSUR, incluyendo las naciones de la región andina. México, para todos los efectos, forma parte de un bloque regional: el de América del Norte, donde la integración con Estados Unidos y Canadá es algo más que una realidad.

Para muchos esto resulta casi obvio, sin embargo, para el mundo político ello parece ser, todavía, algo por definir. Hoy, cuando George Bush asume su segundo periodo al frente de la presidencia estadounidense, no estaría de más preguntarle a buena parte de nuestros políticos qué piensan de la relación México-Estados Unidos-Canadá, y veremos cómo, muchos de ellos, apenas si comprenden que vaya mucho más allá de la agenda migratoria o de las relaciones comerciales. La visión de Estados Unidos como un ente imperial (“que nos robó la mitad de nuestro territorio”, aunque las investigaciones serias, como la emprendida por Francisco Martín Moreno, en su libro México Mutilado confirman que en realidad, fueron nuestros políticos corruptos los que terminaron abandonando primero y entregando después esas tierras) y la de Canadá como un vecino gentil pero lejano, no nos permiten comprender plenamente que formamos, los tres países, parte de un bloque regional con necesidades mutuas, lo que debería ser objeto de una estrategia de relación mucho más sólida y de largo plazo, que implica asumir, también, mayores compromisos y responsabilidades comunes.

Claro que es difícil hacerlo con unos Estados Unidos que en la administración Bush se muestran más cerrados que casi nunca en las últimas décadas, atenazado por la guerra contra el terrorismo y por una lógica política que parece alejarlo del mundo. Pero incluso así, hasta por las propias necesidades de seguridad, económicas y sociales, Washington no puede ignorar o alejarse de México o de Canadá. Estos lo han comprendido muy bien y saben de los alcances de su alianza estratégica con Estados Unidos, saben hasta dónde debe llegar y hasta donde no, sin falsos prejuicios ni complejos de inferioridad. Han realizado varios intentos, además, de que México comprenda, también, que un acuerdo más sólido de nuestro país con Canadá redundará, inevitablemente, en beneficios para ambas naciones. Pero el hecho es que desde 1994, incluso después de episodios que deberían haber estado tan presentes como la actitud del presidente Clinton ante la crisis financiera de 1995, no estamos avanzando en las definiciones de nuestras relaciones internacionales y, todavía, se sigue hablando de éstas con los mismos parámetros e instrumentos de la guerra fría, aunque la realidad cotidiana nos demuestre que la misma ya ha sido superada por la historia. Paradójicamente, ello ha ayudado, y mucho, a las administraciones estadounidenses y sobre todo a la última, la de George Bush, a manejarse con un margen más amplio de maniobra en relación con México. Y ello porque nosotros, como país, no terminamos de asumir, en toda su dimensión, el grado de asociación que tenemos con Estados Unidos y Canadá. Y eso le facilita las cosas a Washington.

Algo de eso tendremos que recordarlo hoy, cuando Bush asuma su segundo periodo de gobierno. Muchos políticos y empresarios mexicanos estarán hoy en la capital estadounidense tratando de demostrar su cercanía con el mandatario reelecto, pero la delegación oficial de nuestro país estará encabezada por el embajador Carlos de Icaza. Aclaremos, De Icaza es un muy buen funcionario de carrera del servicio diplomático, es un muy buen embajador, pero lo menos que se hubiera esperado es una delegación de más alto nivel del gobierno mexicano. El hecho es que Luis Ernesto Derbez no irá porque está en plena campaña para la OEA; que no se envió a otros miembros del gabinete para no opacar al canciller ni enviar mensajes futuristas (Santiago Creel se reunió con Tom Ridge esta semana, aunque el ex gobernador de Pennsilvania dejará su cargo apenas en unas horas en manos del mucho más duro ex juez federal de apelaciones Michael Chertoff) ; que tampoco irá algún representante directo de Los Pinos o personal del presidente Fox (ni siquiera Marta Sahagún de Fox, enviada en otras oportunidades por el presidente). Es, una vez más, un grave error, porque en política, aunque no parezca, las formas siguen siendo fondo y seguimos sin darle la importancia que tiene a esa relación.

¿Cambiará en este segundo periodo la administración Bush? Probablemente lo hará menos de lo que muchos piensan. Quizás, por el contrario, lo que tendremos será una administración mucho más homogénea: ya no estará, por ejemplo, Colin Powell (un hombre evidentemente alejado de la forma de entender y hacer la política del presidente Bush, con el que nunca se tuvieron plena confianza recíproca) y su lugar será ocupado por una mujer que no sólo debe ser considerada en la lista de los halcones, sino también de los halcones inteligentes, influyentes y de toda la confianza de Bush: probablemente ningún otro funcionario de la Casa Blanca tiene la cercanía de Condolezza Rice con el presidente Bush, incluyendo el también muy influyente vicepresidente Dick Cheney. Con Rice en el departamento de Estado, nadie podrá decir que en la política exterior de la Casa Blanca hay líneas encontradas o divergentes.

Esa línea más dura y más homogénea de ejercicio del poder se sentirá en muchos ámbitos. Uno de ellos, evidentemente, será la guerra contra el terrorismo y la intervención en Irak. Esa guerra y esa ocupación le es cada día más costosa a Estados Unidos (y recordemos que uno de los grandes temas de la nueva administración, aunque ello no se esté llevando los titulares estos días, es el monumental déficit presupuestal combinado con el déficit de cuenta corriente del gobierno estadounidense, que demandará tomar medidas duras en el ámbito económico) y exigirá al mundo mayor participación en su solución. La reforma de la ONU será una de los instrumentos para ello y ahí México tiene un papel importante que jugar. Si Derbez llega a la secretaria general de la OEA (e incluso aunque no alcance esa responsabilidad) nos encontraremos con otra historia que nos es muy cercana y en la que tampoco existe ni claridad política ni un diseño estratégico claro, posterior al fin de la guerra fría. Durante su confirmación ante el senado de los EU, Condolezza Rice amplió el llamado eje del mal, que integraban el Irak de Husein, Irán y Corea del Norte, a otras cuatro naciones: Bielorrusia, Birmania, Zimbabwe y Cuba.

La presión sobre Cuba en este segundo periodo de Bush será muy intensa y México difícilmente podrá escaparse de esa lógica. Cuando no podemos aún, siquiera, asumir el hecho de que el de Castro es un gobierno totalitario, dictatorial, ilegítimo, difícilmente vamos a saber qué hacer cuando vengan esos momentos de mayores presiones hacia la isla por parte de unos Estados Unidos. Y ello en plena campaña electoral del 2006 será más difícil de definir aún.

Habrá, seguramente, algunos avances en materia migratoria pero no los que espera el gobierno y sobre todo ciertos sectores de la sociedad mexicana. El voto republicano, fue de sectores que no están viendo con buenos ojos la migración; en la guerra contra el terrorismo, el “otro”, por definición, es o potencialmente puede llegar a serlo, un enemigo. Pero puede haber avances sobre todo si nuestro país no equivoca la estrategia. Concentrar nuestros esfuerzos y recursos en lograr el voto de nuestros migrantes en Estados Unidos en las elecciones mexicanas es, exactamente, el sentido contrario del que tendría que llevar una estrategia eficiente de integración: los mayores esfuerzos tendrían que estar localizados en que el mayor número posible de los migrantes mexicanos voten, pero en las elecciones estadounidenses, a todos los niveles. Eso es lo que les daría mayor peso y generaría mayores márgenes de negociación con Bush o quien vaya a sucederlo dentro de cuatro años. Pero ello debe ser parte de una visión de mucho más largo plazo que pasa, inevitablemente, por asumir que el norte de América es el bloque regional al que pertenecemos y que no tenemos en el mundo, dos socios más importantes que Estados Unidos y Canadá. Nada más, nada menos.

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