El gordito Marcos está enojado
Columna JFM

El gordito Marcos está enojado

Pocas cosas resultan más desalentadoras que un supuesto guerrillero que no solamente no combate y desaparece de la escena política durante muchos meses, incluso años, sino que, aunque haya basado su fama en la imagen, regrese no sólo con un discurso extraño, sino también pasado de peso y utilizando la misma parafernalia de siempre.

Pocas cosas resultan más desalentadoras que un supuesto guerrillero que no solamente no combate y desaparece de la escena política durante muchos meses, incluso años, sino que, aunque haya basado su fama en la imagen, regrese no sólo con un discurso extraño, sino también pasado de peso y utilizando la misma parafernalia de siempre. El subcomandante parece haberse convertido sencillamente en una versión local de Maradona, en un gordito Marcos enojado porque ya no tiene el protagonismo de antes. Y el sobrepeso no nos diría nada si no fuera una demostración palpable de que hace mucho tiempo que Rafael Sebastián Guillén no está en Chiapas y que no sólo se ha casado y tenido una hija, una familia pues, sino también que se ha dedicado a una vida bastante sedentaria en los últimos años.

Por eso Marcos, como sea, lo que quiere es ya salir de Chiapas y jugar en otras ligas: quiere regresar a aquella primera declaración de la selva Lacandona que añoraba el viejo discurso del socialismo duro, de tomar el poder, de considerar a toda la izquierda “parlamentaria” como parte de la traición y marionetas del capitalismo. Por eso Marcos llamó a una “alerta roja” que nunca explicó a qué se debía; luego convocó a una “consulta” para decidir el futuro del movimiento que dio unos resultados tan homogéneos que son dignos de las elecciones chiapanecas de 20 o 30 años atrás; informó que esa consulta había decidido el inicio de una nueva iniciativa política que nunca ha definido; ahora convoca a un nuevo zapatour con el nombre de la anticampaña con la que en realidad busca construir una nueva fuerza de izquierda ultra que presione desde ese espacio al perredismo, por si éste llega al poder y que lo pueda ir reemplazando paulatinamente con sus desprendimientos si no lo alcanza, aprovechando así la radicalización que sufrirán algunos grupos que ante lo que suceda, calificarán el resultado del 2006 como un fraude electoral producto del complot. Se puede decir, también, que de esa forma Marcos le ayuda a López Obrador, que no tenía a nadie a su izquierda, a mostrarse en el centro y enarbolar la estrategia del miedo si no llegara a ganar las elecciones. Y probablemente la verdad es una combinación de todos estos elementos.

En realidad, han sido el propio PRD y en particular López Obrador, los que han generado el terreno propicio para que Marcos-Guillén los pueda zarandear a gusto y colocarlos a la defensiva: cuando surgió públicamente el movimiento zapatista, trataron de treparse a ese carro; en lugar de condenar como una cuestión de principios la utilización de la violencia, la vieron con buenos ojos. En lugar de descalificar a un hombre que ocultaba su rostro y decía hablar por los indígenas a pesar de que en realidad no era uno de ellos ni los representaba, lo mitificaron. Cada capricho de Marcos se lo cumplieron, desde tomarse la foto bailando en el “Aguascalientes” del 94 hasta aceptar un conflicto interno, echándose para atrás, una vez que habían aprobado en el senado la ley de derechos y cultura indígenas en el 2001. Ni el PRD ni López Obrador le han hecho un solo reproche a Marcos en todos estos años: no han criticado ni sus formas de lucha, ni sus cuestionables métodos de financiamiento, ni su intolerancia, ni sus relaciones no aclaradas con muchos sectores y grupos extraños, incluyendo un sector de la iglesia católica y su compromiso con algunas de las medidas más conservadoras de ésta (¿no es una detalle que se debe ameritar que el mismo día que Marcos llamaba traidores y sinvergüenzas a López Obrador y los perredistas, el mentor del subcomandante, el obispo Samuel Ruiz, presentara junto con el cardenal Sandoval Iñiguez un amparo en contra de la llamada píldora del día después?). Si nunca lo cuestionaron, si nunca asumieron que la forma de lucha y de interpretar la política de Marcos es incompatible con un proyecto democrático, si lo máximo que dijeron era que tenían formas diferentes de lucha, ¿por qué se quejan ahora de que con la misma intolerancia artera e ignorante con que Marcos ha atacado a otros en el pasado, ahora los ataque a ellos? El oportunismo de ese PRD que no tiene identidad, que lo mismo puede candidatear a Yaidckol Polevsky o García Zalvidea que dejar la campaña de López Obrador en manos de Manuel Camacho, no permitió, no permite, que con las convicciones democráticas de cualquier izquierda moderna, ajustaran, desde un inicio, cuentas políticas con Marcos, como éste promete ahora ajustarlas con los perredistas, con la diferencia, que se debe aceptar de que Marcos, aunque esté errado por completo, siempre ha tenido convicción sobre el destino que quiere darle a su nave.

Es verdad que el PRD ha traicionado sus principios y que en muchas ocasiones a perdido el rumbo. Tampoco creo que López Obrador sea un hombre de izquierda, ni siquiera progresista: es profundamente conservador, restaurador, y lo demuestra en todas sus decisiones políticas y en su forma de entender y ejercer el poder. Es verdad también que, en buena medida, está rodeado por sinvergüenzas como dijo Marcos. Pero no puedo compartir ni festinar las ocurrencias de Marcos en contra del perredismo, porque esas críticas están realizadas desde el ángulo exactamente contrario al que podría ayudar al perredismo a convertirse en la izquierda moderna que el país requiere.

Lo que Marcos le exige al PRD y a López Obrador es que éste sea más intolerante que ahora; que sea más duro; que no sólo desprecie las instituciones democráticas sino que las ignore, que las reemplace; que sea, como el propio Marcos en Chiapas, inmisericorde con las oposiciones y los adversarios; que no juegue a ganar las elecciones sino a hacerse con el poder. Que no añore, como hace López Obrador, el modelo económico de los 70 sino que apueste a un modelo de socialismo real, que ya no subsiste en prácticamente ninguna parte del mundo. No hay nada para celebrar en las declaraciones del sábado de Marcos: dijo verdades, como casi siempre, a medias y las aderezó con muchas mentiras. Que ahora el objeto de sus devaneos ideológicos hayan sido López Obrador y el perredismo, no los hacen ni más lógicos ni más justos ni más adecuados a las exigencias del país y la sociedad. Son democráticamente tan poco legítimos como cuando en su momento le declaró la guerra al Estado mexicano, como cuando descalificó las elecciones del 94 y del 2000, como cuando desconoció los acuerdos que el mismo había firmado en las negociaciones de San Cristóbal o cuando descalificaba y se mofaba de priistas y panistas sin excepción alguna, o incluso de los perredistas con los que no estaba de acuerdo, sin que ese partido los defendiera (como sucedió una y otra vez con Jesús Ortega). Hoy el PRD está cosechando las tempestades que sembró al identificar a Marcos y al EZLN como unos aprovechables compañeros de ruta y no distanciarse con convicción de una alternativa que no era legítima desde cualquier concepción democrática. Ahora que el nuevo Marcos se ha vuelto contra el PRD y López Obrador no hay nada que lo haga más democrático y legítimo que en 1994. No se le debe seguir el juego.

Por cierto ¿en qué se basa la presidencia de la república para celebrar el supuesto tránsito del EZLN y Marcos hacia posiciones políticas, abandonando la opción armada como estrategia de lucha? Por ejemplo ¿la reaparición del EPR (que ayer hizo estallar una granada en una instalación policial en Puerto Marqués) en Guerrero, no tiene nada que ver con las posiciones de Marcos?

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