Las tres Américas
Columna JFM

Las tres Américas

En su libro Cuentos Chinos, Andrés Oppenheimer habla de una plática con el embajador de Brasil en Washington, Rubens Barbosa, en la cual éste insistía en lo que es el centro de la política de su país para el hemisferio: decía Barbosa que el concepto de América Latina es algo superado, que en realidad nunca había existido como tal y que había respondido a necesidades más políticas que geográficas. Para Brasil está Sudamérica por una parte, América Central y América del Norte. Y cada una de esas regiones tiene su especificidad y su propio proyecto político y económico.

En su magnífico libro Cuentos Chinos, Andrés Oppenheimer habla de una plática con el embajador de Brasil en Washington, Rubens Barbosa, un hombre muy influyente en la política exterior de su país (tanto que fue designado por Fernando Henrique Cardoso y ratificado por Luis Inácio Da Silva Lula, en esa posición) en la cual éste insistía en lo que es el centro de la política de su país para el hemisferio: decía Barbosa que el concepto de América Latina es algo superado, que en realidad nunca había existido como tal y que había respondido a necesidades más políticas que geográficas, generadas para justificar en el siglo XIX la intervención francesa en México. Para Brasil, le decía Barbosa a Oppenheimer, está Sudamérica por una parte, por la otra América Central y finalmente América del Norte, integrada por Estados Unidos, Canadá y México. Y cada una de esas regiones tiene su especificidad y su propio proyecto político y económico. Brasil, en este contexto, se asume (y es) el líder de Sudamérica, una región, insistía el poderoso embajador, donde sus países “comparten valores y el compromiso de construir un futuro mejor mediante la consolidación de las instituciones democráticas, el crecimiento económico sostenido y la lucha por combatir la injusticia social”. ¿Qué sucede con México o América Central?. Esa parte de América latina, le contestaba el ex canciller brasileño Lafer, “está cada vez más vinculado con lo que ocurre en los Estados Unidos, América del Sur, en contraste, tiene una especificidad propia”.

En realidad, el diagnóstico es muy realista, aunque puedan discutirse muchos aspectos. Y el hecho real es que desde tiempo atrás, la diplomacia brasileña trabaja en esta lógica, imponiéndose como el país líder a nivel de América del Sur. Pese a las diferencias que pueden existir entre Lula y Hugo Chávez, el hecho es que si bien muchas de las primeras planas y las declaraciones tronantes, se las lleva el ex golpista que gobierna Venezuela, la hegemonía regional la tiene Brasil: por el tamaño del país y de su economía, por la fortaleza de sus instituciones, por su capacidad diplomática. Los demás países, comenzando por Argentina y Uruguay, sus vecinos y socios más cercanos, están plenamente integrados a la economía de Brasil y a muchas de sus iniciativas políticas. Las dos únicas excepciones son Chile, donde el proyecto nacional y del partido socialista en el poder va por otras vías diferentes a la impuesta por Brasil, y Colombia, que con el gobierno de Alvaro Uribe libra su propia lucha, con una intensa ayuda de Estados Unidos, contra las FARC y el narcotráfico.

Desde la cumbre de las Américas en Mar del Plata, la administración Fox ha estado bajo un fuego diplomático cruzado de parte de varios de los principales exponentes de esa nueva corriente de izquierda nacionalista-populista que recorre América del Sur. En Mar del Plata, el presidente Fox tuvo desencuentros con el mandatario argentino, Néstor Kirchner, con el mandatario venezolano Hugo Chávez y con el entonces candidato, ahora presidente electo de Bolivia, Evo Morales. Algunos fueron causados por la ligereza del lenguaje presidencial, otros fueron provocados y amplificados por sus adversarios regionales. Ahora, en Bolivia, a unos días de la toma de posesión de Evo Morales, se ha iniciado otro conflicto porque un grupo de legisladores del MAS (el partido de Morales) encabezados por el senador Antonio Peredo, calificaron como un insulto a su país el que el presidente Fox haya dicho que si no querían venderle gas a México, que lo industrialicen o “se lo coman”. La expresión es poco diplomática, pero en el contexto en que fue dicha resulta mucho menos dura de lo que parece. De todas formas, la reacción de Peredo (que calificó a Fox de un “mal charro mexicano”) y los dirigentes del MAS, resulta exagerada pero está marcada por el interés evidente de consolidar aquella idea de la que hablaban Barbosa y otros diplomáticos de Brasil, de que México y los países de América Central, son de un bloque regional diferente a América del Sur, que tiene su propia especificidad y que no está tan relacionada con Estados Unidos como las naciones del norte del continente.

Lo paradójico es que tienen razón. Errores diplomáticos aparte que pueda cometer el gobierno de México, la realidad nos muestra que nuestro país está integrado económica, social y culturalmente mucho más a Estados Unidos y a las naciones Centroamericanas, conformando una región con su propia “especificidad”, que a las de América del Sur. No se trata de rasgarse vestiduras y reclamar una unidad continental que no es tal: México comercia, por cientos de miles de millones de dólares anuales con Estados Unidos y Canadá; viven en esos países millones de mexicanos; el intercambio social, cultural, educativo es intensísimo a pesar de las taras xenófobas que sufren algunos gobernantes y lesgisladores del otro lado de la frontera y la ceguera de muchos de nuestros políticos. En México viven cientos de miles de centroamericanos y buena parte de las economías de esos países están integradas con la de México. Con América del Sur, con Argentina, con Brasil, con Uruguay, Bolivia o Venezuela, con todas esas naciones, nos unen el idioma; parte (sólo una parte) de la historia, porque el proceso de colonización e independencia de México fue muy diferente al de esas naciones que tuvieron incluso libertadores comunes como San Martín y Bolívar; la cultura, el deporte, la amistad, los exilios que México recogió con tanta generosidad. Pero poco más: desde el terreno geográfico hasta el económico, la distancia es enorme. Casi no comerciamos con las naciones del MERCOSUR, no somos parte ni de ese sistema económico ni podemos ser parte de la lógica que lo mueve, como no somos parte de la Unión Europea aunque tengamos un tratado de libre comercio con ella. O como España y Portugal por supuesto que tienen muchos más lazos históricos y culturales con América Latina que con Alemania o Polonia, pero sus socios comerciales son éstos últimos y forman parte, están integrados, en la comunidad europea en el terreno económico, institucional, incluso militar, y no son parte de una comunidad iberomaricana que vaya más allá de esa historia, amistad, cultura y cada vez mayores negocios bilaterales.

El caso de España y Portugal debemos asumirlo como propio: esos países no dudaron cuando salieron de sus dictaduras en decidir cuál era su lugar en el mundo y exigir un espacio en él: era en la Europa comunitaria, todos sus demás lazos con América Latina, con las ex colonias africanas podían ser importantes, pero lo serían sólo si consolidaban su integración regional con el bloque de naciones a las que objetivamente pertenecían, que eran las de Europa. Nosotros, como país, somos parte, en todos los sentidos, de América del Norte, tenemos lazos muy estrechos, de integración económica y social con América Central, las circunstancias propician una relación muy especial con Chile y Colombia, además de algunas naciones del Caribe. Pero no somos parte de América del Sur. Nada debería dar a entender que ello implica que debemos enfrentarnos y mucho menos romper relaciones con esas naciones amigas, hermanas, pero si como país no asumimos que nuestros intereses y nuestra realidad (mejor o peor) es diferente a la de las naciones de América del Sur (como es diferente a las de la Europa comunitaria), estaremos cometiendo un error histórico irreparable. Lo preocupante es que públicamente no se asuma ni se explicite algo que todos nuestros dirigentes políticos saben; que se critique, como es justo, muchos aspectos de la política exterior de la administración Fox pero no basándose en esta realidad, sino en un discurso decimonónico que ya no tiene nada que ver con la realidad. Vamos, que no utilicemos ni siquiera éste, que es el más importante de todos nuestros argumentos, para exigir un trato más justo de Estaods Unidos a nuestros migrantes.

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