La carta de Calderón
Columna JFM

La carta de Calderón

La carta que envió el viernes pasado Felipe Calderón a los coordinadores parlamentarios del Frente Amplio Progresista, ha sido, muy probablemente, la mejor jugada política del presidente electo previa a su toma de posesión. Y la respuesta del perredismo es la mejor demostración de cómo el partido del sol azteca ha decidido optar por el suicidio colectivo.

La carta que envió el viernes pasado Felipe Calderón a los coordinadores parlamentarios del Frente Amplio Progresista, ha sido, muy probablemente, la mejor jugada política del presidente electo previa a su toma de posesión. Y la respuesta del perredismo es la mejor demostración de cómo el partido del sol azteca ha decidido optar por el suicidio colectivo.

La carta de Calderón le plantea a los coordinadores del PRD, del PT y de Convergencia, en un tono respetuoso y sin ningún eufemismo, que está de acuerdo con doce puntos de su plataforma legislativa y les propone trabajar juntos en ello. No son temas menores: acepta avanzar en la instauración de un sistema único de protección de la salud para todos los mexicanos; otorgar sustentabilidad y fortaleza al sistema de pensiones; crear un sistema nacional de becas en un sistema educativo laico; ampliar los beneficios de los programas de vivienda; fortalecer y transparentar los programas sociales de combate a la pobreza; explorar la viabilidad de un programa nacional de pensiones para adultos mayores en régimen de pobreza extrema; reformar el régimen jurídico de las empresas del Estado, preservando la propiedad de la nación sobre el petróleo y otros recursos estratégicos; una reforma que otorgue autonomía de gestión y fortaleza operativa y operativa a la CFE y PEMEX; una reforma laboral con respeto a la autonomía laboral; la reforma integral del sistema de justicia y seguridad pública; combate a la corrupción y políticas de austeridad en los tres niveles de gobierno; impulso al federalismo y fortalecimiento de los municipios. Además, rechaza explícitamente la privatización de PEMEX y la CFE, realza la necesidad de elevar los ingresos públicos y le propone a esos tres partidos “la búsqueda compartida de soluciones” en esos y otros temas. Incluso en el ámbito político, admitiendo las discrepancias, les propone una reforma electoral de tercera generación de muy amplio espectro, incluyendo la reelección de legisladores y presidentes municipales y la reducción del número de diputados y senadores.

El texto es revelador porque, primero, deja en una situación difícil a un perredismo que no tiene otra respuesta que la necedad de seguir el camino al precipicio, sin proponer nada, ni a la ciudadanía en general, ni al electorado que votó por él y ni a sus propios militantes. López Obrador les exige disciplina y no da nada, mientras que nadie puede ignorar que pese al acto ridículo de hoy en la tarde (o mejor dicho por esa misma razón), los índices de popularidad del partido se están derrumbando. Mientras Calderón les propone un plan de trabajo conjunto que atiende buena parte de su plataforma programática y que les permitiría tener un notable protagonismo en el futuro de la vida política nacional, López Obrador los arrastra a una aventura solitaria, a un gira de meses por dos mil 500 municipios, que es una suerte de campaña electoral de seis años. Si a eso sumamos la declaración de López Obrador de poner “a disposición” de una organización regional y radical como la APPO, ya no sólo a su partido sino también a Convergencia y el PT, como si fueran de su propiedad, tenemos un escenario que, ni en la peor de sus pesadillas, la izquierda mexicana hubiera podido imaginar.

Dice Jesús Ortega que la propuesta de Calderón es “propaganda”. Se equivoca: la carta nos muestra el programa que aplicará Calderón en su gobierno y confirma que lo dicho por el propio presidente electo de que rebasaría por la izquierda a sus pasados adversarios es verdad. Con un agravante que el perredismo debería contemplar: muchas de estas medidas no necesitan de su apoyo para implementarse. Son políticas públicas que entran en el marco de atribuciones de la presidencia de la república: si los perredistas quieren acompañarla en ese camino, en la aplicación de las que han sido por mucho tiempo sus propuestas, si quieren sacar un rédito político de ello, bien, sino se quedarán recorriendo municipios con el “presidente itinerante”.

Me imagino que para la sociedad y para muchos de quienes votaron por López Obrador será más atractivo tener un sistema nacional de salud, una pensión garantizada, becas para estudiantes, inversiones muy altas en infraestructura y energía o un mejor sistema de justicia y seguridad pública, que apoyar una campaña interminable. Me gustaría imaginar que la bancada perredista en el Congreso y sobre todo los gobernadores de ese partido estarán más interesados en ser parte de ese proceso que seguir a un ex candidato que, para colmo, sistemáticamente los ha desplazado en la toma de decisiones.

Lo que ha hecho Calderón, es lo que Dick Morris, aquel famoso asesor de Clinton denominó como “triangulación”, que no es más que adoptar como propias (y llevarlas a cabo) buena parte de las propuestas de sus principales adversarios. En su libro Juegos de Poder, Morris pone los ejemplos de cómo desde el propio Clinton hasta Tony Blair, desde Ronald Reagan hasta Margaret Thatcher han aplicado esas políticas con éxito. Lo que se requiere es claridad política y decisión para hacer suyas las propuestas de los adversarios al mismo tiempo que se cumplen los compromisos adquiridos con los propios electores. Clinton y Blair lo lograron adoptando varias de las banderas de los republicanos y los conservadores respectivamente al mismo tiempo que conservaban sus propuestas liberales esenciales. Unos y otros, republicanos y conservadores, se cerraron en la oposición y perdieron casi todo.

Sobre advertencia no hay engaño y ese que está plasmado en la carta del viernes pasado será el programa de la administración Calderón. Lo llevará a cabo con o sin la cooperación del perredismo. Este deberá decidir si participa en el proceso o decide excluirse y continuar su ruta por el desierto, mientras ve cómo sus propuestas son ejecutadas por otros.

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