Davos: seguridad y desregulación
Columna JFM

Davos: seguridad y desregulación

Recuerdo tres momentos importantes en los recientes viajes de los presidentes mexicanos al foro económico internacional de Davos, que se realiza año con año en esa pequeña y sofisticada localidad Suiza. En el 2001, el presidente Fox llegó convertido en la gran novedad de América latina y con expectativas muy altas respecto al futuro de México y el suyo propio. Seis años antes, Ernesto Zedillo tuvo que explicar la catastrófica crisis de diciembre del 94. Pero sin suda la visita más interesante fue la de febrero del 90, el presidente Salinas de Gortari llegó con la convicción de presentar a Europa una propuesta económica abierta que permitiera, con las inversiones del Viejo Continente, equilibrar la presencia estadounidense.

Recuerdo tres momentos importantes en los recientes viajes de los presidentes mexicanos al foro económico internacional de Davos, que se realiza año con año en esa pequeña y sofisticada localidad suiza. En el 2001, el presidente Fox llegó a Davos convertido en la gran novedad de América latina y con expectativas muy altas respecto al futuro de México y el suyo propio. Hizo grandes promesas y dio como hechas las reformas hacendaria, fiscal, laboral, que aún no habían sido siquiera presentadas al congreso, y finalmente no se concretaron en todo el sexenio. Hubo un momento peculiar, al inicio de su discurso ante el foro, en el cual el presidente Fox, al dirigirse a varios de los empresarios más importantes y ricos del mundo, comenzó su intervención llamándolos “jóvenes”, lo que hizo dudar de su seriedad y no le permitió precisamente aumentar sus bonos. Desde entonces, los mismos no subieron, por la sencilla razón de que lo dicho en aquel primer encuentro nunca se cumplió.

Seis años antes, Ernesto Zedillo, acompañado por Guillermo Ortiz, tuvo que ir en otras condiciones a Davos. Tuvo que explicar la catastrófica crisis de diciembre del 94, cuando muchos de los principales inversionistas vieron derrumbarse una economía que consideraban el ejemplo para el mundo en desarrollo, luego de la firma y entrada en vigor del TLC. Zedillo tuvo que explicar qué había sucedido y cómo saldría adelante. Tardó mucho su gobierno en recuperar la confianza de los inversionistas y nunca México volvió a ser apreciado de la misma manera.

Pero sin duda la visita más interesante a Davos, cuando ese foro era muy poco conocido en México, fue la de febrero del 90. El presidente Salinas de Gortari llegó a Davos con la convicción de presentar a Europa una propuesta de economía abierta que permitiera, con las inversiones del Viejo Continente, equilibrar la presencia estadounidense. En pocas horas, Salinas de Gortari descubrió que la novedad de la apertura comercial mexicana no estaba en la agenda de los europeos, fascinados con la caída del Muro de Berlín y las enormes perspectivas que se abrían con la posible unificación alemana y la desaparición del llamado campo socialista. Salinas comprendió y así se lo dijeron con toda claridad en Davos, que no habría recursos europeos para México, que los mismos se concentrarían en la reconstrucción de un continente que requería, como fue, de montos enormes para equiparar las economías industrializadas con el caos en que se había convertido toda Europa del Este. Hubo una larga reunión nocturna del staff del presidente Salinas y desde Ginebra, cuando aún el resto de la comitiva presidencial seguía en Europa, partió un vuelo en el que iba el jefe de la oficina presidencial, José Córdoba, directo a Washington para proponerle, aún en forma secreta, al gobierno de George Bush padre, un acuerdo de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. La lógica era que si Europa estaba concentrada en sí misma y daría unos pasos decisivos en su propia integración, América del Norte estaba destinada a buscar un esquema similar. La propuesta había sido analizada en el ámbito académico y en los contactos diplomáticos en muchas oportunidades, pero nunca había avanzado en el terreno de la realidad. Por ello terminó sorprendiendo a los propios estadounidenses, pero en unas semanas ya habían comenzado las negociaciones que terminaron años después con la firma del TLC.

El presidente Calderón llega a Davos en un momento diferente. Conoce bien el foro, ha estado allí en diez ocasiones, y tiene ante sí una oportunidad interesante: ofrecer seguridad jurídica y reglas claras en la economía más grande de América latina en un momento en el cual muchas de las economías de la región no sólo se están cerrando sino incluso entrando en la anacrónica vía de las nacionalizaciones. Pero entonces deberá ofrecer más: no puede, como lo hizo Vicente Fox, prometer reformas que aún no se han siquiera presentado a su debate en el congreso. Pero puede definir políticas públicas claves para propiciar la inversión y puede, como lo adelantó en la entrevista con el Financial Times, avanzar en la lucha contra los monopolios que atenazan tantos aspectos de la vida económica, social, incluso política del país. Para liberalizar la economía se necesita la desregulación (o mejor dicho la re-regulación, una nueva regulación, como dice María Amparo Casar) de la estructura productiva, que abriría el mercado a las inversiones y propiciaría un crecimiento mucho más sólido, con la consiguiente generación de empleos.

Pero tampoco es una decisión fácil. No sólo porque cualquier gobierno tiene una cantidad determina de frentes que puede abrir, sino también porque ese proceso no puede realizarse como un golpe de fuerza, debe ser parte de una reestructuración del aparato productivo en el que se deberán combinar la política, la presión, la competencia y los acuerdos. Quizás el punto más importante en esto pasa por una palabra: la seguridad. Hasta ahora el acento de la misma estaba puesto en la seguridad en sí, en sus formas más primarias. Pero ella puede entenderse desde muchos otros aspectos: la seguridad jurídica, la seguridad en las inversiones, la seguridad personal de los inversionistas y de los consumidores. En última instancia de lo que se trata es de romper los círculos viciosos que, en todos los ámbitos, propician la impunidad.

Eso es lo que puede ofrecer el presidente Calderón en Davos y puede, con ello, trascender ese foro: la liberalización económica y la articulación de un aparato productivo más competitivo, en un  marco de seguridad pública y jurídica que abarque a todos. Se trata de restablecer, de recrear, las reglas del juego. Y esa, en buena medida, es una decisión que sólo depende del talento, la imaginación política y las políticas públicas.

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