De Salinas y Fidel, a Calderón y Chávez
Columna JFM

De Salinas y Fidel, a Calderón y Chávez

Sin duda Carlos Salinas sabe cómo aparecer. En este sentido, el artículo que publicó el ex presidente en Milenio Semanal sobre las relaciones entre México y Cuba es un buen pretexto para, entre otras cosas, buscar ejercer una legítima influencia en el futuro de las relaciones entre los dos países y, también, demostrar que en su gestión pudo construir, simultáneamente, un TLC con Estados Unidos y Canadá y mantener una relación especialmente estrecha con el régimen de Castro.

Sin duda Carlos Salinas sabe cómo aparecer. En este sentido, el artículo que publicó el ex presidente en Milenio Semanal sobre las relaciones entre México y Cuba es un buen pretexto para, entre otras cosas, buscar ejercer una legítima influencia en el futuro de las relaciones entre los dos países y, también, demostrar que en su gestión pudo construir, simultáneamente, un TLC con Estados Unidos y Canadá y mantener una relación especialmente estrecha con el régimen de Castro.

Es verdad. En un momento de mucha confusión política en la región, luego de la caída del muro de Berlín, la administración Salinas supo sorprender con la propuesta del Tratado de Libre Comercio y relanzar una serie de iniciativas regionales importantes. Hay que recordar, también, que era un momento en el cual Argentina venía saliendo, apenas, de los años difíciles de la transición postdictadura; Brasil tenía en Collor de Melo un presidente débil; Colombia estaba atenazada por el narcotráfico; en Venezuela iniciaba el deterioro institucional que terminaría provocando la irrupción de un personaje como Hugo Chávez; en Perú gobernaba un Fujimori que, en el mejor de los casos, podía calificarse como autoritario; Chile aparecía como la única democracia en vías de consolidación y Centroamérica quería recuperarse de las décadas de dictaduras y guerra civil. En ese contexto, México era algo más que una alternativa, que se acrecentaba por lo inédito del TLC en la post guerra fría, mientras que en Cuba el único debate era cuánto tardaría en caer Castro luego de la caída del muro de Berlín.

Por eso sería difícil contradecir las tesis fundamentales del texto del ex presidente. El problema está en el paso del tiempo y los cambios que se han producido desde entonces. Primero, porque la guerra fría concluyó definitivamente y dio paso a una potencia hegemónica única, que, además, se involucró de lleno en la guerra antiterrorista después del 11-S. Y aquella relación especial con Cuba se alimentaba de la historia pero mucho más de la guerra fría y de los espacios que ésta generaba. Segundo, porque el propio régimen de Castro se ha endurecido en forma notable en los últimos años, como consecuencia del periodo especial y del propio anquilosamiento del sistema. Tercero, porque la economía cubana ha encontrado a otro patrocinador, la Venezuela de Chávez, que la financia en un porcentaje más alto aún de lo que lo hacía la ex Unión Soviética. Y Chávez está decidido a ser el sucesor de Castro.

Con todo, quizás la reflexión más importante de ese texto del ex presidente, es recordarnos que la confrontación, prácticamente inevitable con Venezuela mientras Chávez no cambie su estrategia, no tiene porqué repetirse con esa Cuba post Fidel que ya es una realidad, más aún si la administración republicana en Estados Unidos continúa deteriorándose. Mientras que el gobierno venezolano busca y buscará la confrontación con México por razones incluso de política interna, en la relación con Cuba existen otras oportunidades porque el gobierno de Raúl Castro tendrá que buscar cómo equilibrar la relación con un Chávez que, como lo ha hecho o intentado hacer en casi todos los países de la región, quiere tener influencia en la sucesión cubana. Y Raúl no tendrá el carisma de Fidel pero, sin duda, es un político que sabe que, en ese sentido, no puede compartir o delegar el poder. Allí existe una oportunidad, como lo señala implícitamente el artículo de Salinas de Gortari, para influir en una relación que la administración Calderón comenzó a tratar de reconstruir con algunos pasos sensatos. Un capítulo central será la designación del nuevo representante de México en Cuba y sería una buena señal que se recuperara la posibilidad de que ese lugar lo ocupara un diplomático de la dimensión de Jorge Montaño, como se había señalado hace unas semanas.

Pero la visión idílica de unas relaciones sin conflicto con América latina es falsa. No lo dice Salinas de Gortari, pero habría que recordar que esa política que resultó exitosa en lo internacional no fue tan tersa como lo señala el artículo. En esa cena previa al traspaso del poder el 30 de noviembre del 88, Fidel Castro y el presidente Azcona de Honduras casi terminan a los golpes. En la cumbre Iberoamericana de Madrid, a Castro le fue fatal: abucheado en cualquier lugar que se parara, con fuertes cuestionamientos de casi todos los mandatarios. La posición de México tampoco fue fácil en aquellos años: Carlos Menem, Collor de Melo, Fujimori y otros mandatarios estaban confrontados con México, mientras que desde la izquierda se acusaba a nuestro país, como consecuencia del TLC, de estar sirviendo a los Estados Unidos. Había mayor liderazgo porque buena parte de los países de la región competían con el nuestro en ser el hijo dilecto de Estados Unidos y ese papel lo jugaba, sin duda, México, además del hecho de que Washington tenía una política para América Latina de la que carece la actual Casa Blanca.  

No era tampoco la primera vez en que México se enfrentaba abiertamente con la mayoría de las naciones de la región. En los primeros años 60, Cuba provocó un enorme distanciamiento con la región. En los 70 y principios de los 80, México escribió una de sus mejores páginas olvidando la doctrina Estrada y rechazando las dictaduras militares, rompiendo relaciones con el Chile de Pinochet, reconociendo como fuerza beligerante al FMLN o apoyando al sandinismo. ¿Si era válido y legítimo criticar a Pinochet o a los dictadores de Argentina, Uruguay o El Salvador, porque no se pueden criticar las posiciones antidemocráticas de un Chávez o un Morales o buscar consolidar la relación con Uribe o Bachelet?¿por qué no es legítimo tratar de destacar las ventajas comparativas, políticas y económicas, de nuestro país? Partiendo de ello, quizás el artículo de Carlos Salinas podría leerse con mejor perspectiva.

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