El domingo los priistas decidirán en buena medida su futuro. Unos veinte mil delegados estatales y nacionales elegirán a la nueva dirigencia del partido que se definirá, en los hechos, entre Beatriz Paredes y Enrique Jackson, las demás candidaturas pueden ser muy respetables pero serán testimoniales.
El domingo los priistas decidirán en buena medida su futuro. Unos veinte mil delegados estatales y nacionales elegirán a la nueva dirigencia del partido que se definirá, en los hechos, entre Beatriz Paredes y Enrique Jackson, las demás candidaturas pueden ser muy respetables pero serán testimoniales.
Durante mucho tiempo Paredes y Jackson fueron vistos como aliados, pero sería un error considerar que representan lo mismo. La ex gobernadora de Tlaxcala asume una forma de hacer política más tradicional, más dura y con una agenda más concreta, más específica. Sin temor a equivocarnos, se puede decir que Beatriz será, si gana la contienda como lo muestran la mayoría de las encuestas (mismas que por el propio método de la elección tienen un grado de confiabilidad relativo), una presidenta del partido apegada a los manejos tradicionales del partido. Beatriz, en ese sentido, tiene un gran disciplina política y sabe ejercer las formas y los usos del poder. Su discurso, buscará inclinarse un poco más hacia el nacionalismo revolucionario manteniendo los toques de modernidad que le han dado prestigio fuera de su partido. Pero en los hechos, con Beatriz como presidenta, el PRI le disputará espacios al lopezobradorismo, en ese terreno es donde se sentirá más cómoda. La diferencia con López Obrador es que Paredes es una mujer con más sentido político que el tabasqueño, con una visión más amplia y, cuando quiere, muy pragmática. En relación con el gobierno federal, Beatriz tendrá, seguramente, menos acuerdos que los que podría obtener Jackson, pero los acuerdos a los que llegue los hará cumplir escrupulosamente. Su relación con el presidente Calderón es buena, respetuosa, sobre todo después del tiempo en que compartieron la legislatura en la primera mitad del gobierno de Vicente Fox. Se ha dicho que cuenta con el respaldo, dentro del PRI, de sectores muy poderosos que van desde Enrique Peña Nieto hasta Carlos Salinas, pasando por su ex rival, Roberto Madrazo: en realidad, Beatriz puede abarcar un espectro amplio de apoyos porque sabe presentar un discurso específico para cada auditorio. Y en parte también porque algunos sectores tradicionalistas del PRI, siguen viendo a su rival, Enrique Jackson, como demasiado dispuesto a mover a su partido hacia el centro, a de alguna manera ciudadanizarlo. Y eso que podría ser positivo en una elección abierta, puede resultar contraproducente en una elección cerrada como será la priista.
Por eso Jackson tendrá más dificultades para ganar la elección. En los hechos Enrique representa sobre todo el priismo del norte del país: más liberal, más incorporado a la globalización, a un discurso moderno y con mayores vínculos con las exigencias económicas del país. Si Jackson fuera el presidente del PRI, el partido tricolor tendría una imagen un poco más moderna, se movería hacia el centro y trataría de disputar sobre todo ese espacio, dejando que se polaricen el PAN y el PRD, aunque tendría mayores acercamientos con los primeros (algo, esto último, que también ocurriría con Paredes, la diferencia estaría en el grado y la agenda de los mismos), y buscando una imagen del PRI más ciudadano que en la actualidad. Como decíamos, esa propuesta puede ser atractiva en una elección abierta pero se ha convertido en un lastre en un proceso cerrado como el que ha emprendido el PRI, porque hay sectores priistas cuyo espacio de poder depende, precisamente, de que el partido no se ciudadanice. Jackson representa el priismo norteño porque ese proceso ya se ha dado en esos estados, pero está lejos de concretarse en otros puntos de la república. Si gana la elección será un presidente partidario con buen manejo y popularidad en las clases medias, que podrá llegar a acuerdos con el poder en temas claves, en una agenda amplia, pero que no siempre podrá imponer en su propio partido, sobre todo entre los sectores más duros. Sus principales apoyos están en Nuevo León, Sonora, Coahuila. Se dice que cuenta con el apoyo del SNTE, que podría ser decisivo en una elección abierta pero no tanto en una cerrada. En última instancia mucho se ha hablado de los gobernadores que apoyan a Jackson y a Beatriz, pero muy probablemente la elección se terminará decidiendo en los estados en los que el PRI no gobierna.
Sin embargo, el análisis estaría incompleto si pensáramos que la nueva correlación de fuerzas dependerá exclusivamente de la elección de la dirigencia. Hay personajes que deberán ser tomados en cuenta para cualquier decisión. Por una parte los coordinadores parlamentarios, Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa Patrón, tienen un margen de maniobra muy amplio, espacios de poder y recursos y quien sea el que queda al frente del PRI deberá no sólo contar sino también acordar con ellos. Lo mismo sucede con varios gobernadores de peso e incluso con personajes cercanos al priismo, que pueden ya no estar en él, pero que conservan su influencia en el partido.
Con todo, para el priismo la del domingo es una oportunidad que no puede perder. Es verdad que, por lo menos desde 1987 hay analistas y políticos que firman el acta de defunción del PRI año con año, y éste, como el dinosaurio de Monterroso, cuando despertaban seguía allí. Pero lo que sucedió con el PRI en las últimas elecciones es algo más que un llamado de alerta. Si no tiene respuestas ahora sí el priismo puede irse desintegrando. Ha tenido suerte en dos sentidos y con ello ha ganado tiempo: López Obrador no ganó las elecciones y la desastrosa estrategia poselectoral de éste, le ha abierto un espacio muy amplio para negociar en el terreno político y legislativo, mayor, incluso, al de sus propias fuerzas en las cámaras. Y hasta ahora lo ha utilizado bien. Pero los espacios, en política, siempre son finitos.