El presidente y el ejército: de la subordinación al involucramiento
Columna JFM

El presidente y el ejército: de la subordinación al involucramiento

Cuando hoy el secretario de la Defensa, el general Guillermo Galván Galván pronuncie su discurso en el tradicional desayuno del Día del Ejército, estaremos ante un momento particularmente especial en la relación entre las fuerzas armadas y el gobierno federal. Como el propio presidente Calderón ha dicho, la designación de su gabinete de seguridad y en particular la de los mandos militares, fue una de las labores más difíciles del proceso de transición. El presidente quería combinar la lealtad con una capacidad de operación de las fuerzas armadas en el respaldo institucional y el combate a la delincuencia organizada que diera una verdadera vuelta de tuerca a lo ocurrido en los años anteriores.

Cuando hoy el secretario de la Defensa, el general Guillermo Galván Galván pronuncie su discurso en el tradicional desayuno del Día del Ejército, estaremos ante un momento particularmente especial en la relación entre las fuerzas armadas y el gobierno federal. Como el propio presidente Calderón ha dicho, la designación de su gabinete de seguridad y en particular la de los mandos militares, fue una de las labores más difíciles del proceso de transición. El presidente quería combinar la lealtad con una capacidad de operación de las fuerzas armadas en el respaldo institucional y el combate a la delincuencia organizada que diera una verdadera vuelta de tuerca a lo ocurrido en los años anteriores.

Previo a la designación del general Galván pasaron por las manos del presidente currículums, informes, fueron necesarias muchas horas de pláticas con todo tipo de interlocutores. El propio presidente fue cambiando su percepción de lo que necesitaba y de qué tipo de general secretario requería. Y finalmente encontró un mecanismo que le permitió tener un mando firme y leal y recuperar a muchos de los principales operadores del ejército en puestos claves de la institución.

Sin duda, aquella aparición del presidente Calderón con chaqueta militar fue, en términos de opinión pública, desafortunada en la forma  (el uniforme le quedaba grande, el resto del vestuario parecía, lo que no era verdad, que el gesto hubiera sido improvisado) pero en el fondo envió un mensaje que se supo apreciar en el ejército y fuera de él. Hacia muchos años que un presidente no portaba un uniforme militar, y también hacia mucho tiempo que un mandatario no se apoyaba tan expresamente en la fortaleza de esa institución. Es verdad que todos los presidentes contemporáneos de nuestro país han tenido un respaldo mayor o menor pero siempre eficiente y leal de sus mandos militares, pero en pocas ocasiones hemos visto sincronía en el mando político con el militar. El presidente De la Madrid no tuvo ninguna relación especial con el ejército. El presidente Salinas cultivó la relación pero puso en reserva temas claves como la información de la inteligencia militar sobre lo que estaba sucediendo en Chiapas, al grade de que prácticamente se ocultó el asesinato de soldados y oficiales por parte de lo que después conocimos como el EZLN para no entorpecer el juego político que se estaba desarrollando. Con Ernesto Zedillo, el general Enrique Cervantes tuvo un papel protagónico, pero el primer mandatario nunca quiso involucrarse en el proceso de toma de decisiones, la dejó en manos de su general secretario e incluso éste tuvo que soportar la embestida que, desde sectores del propio gobierno, se realizaron contra mandos de las fuerzas armadas para involucrarlos, injustamente, en el asesinato de Luis Donaldo Colosio: el caso más representativo fue el del general Domiro García Reyes. Pero al mismo tiempo, le tocó al general Cervantes Aguirre realizar una labor de ajuste y limpieza de la institución, en un momento de muchos desafíos, tanto internos como externos y representados por la presencia del narcotráfico, que llegó a infiltrar a la fuerza en la persona del tristemente célebre Jesús Gutiérrez Rebollo. Con el presidente Fox las cosas fueron más complicadas porque el primer presidente surgido de la oposición simplemente no conocía al ejército, ni su historia, ni sus tradiciones, ni sus valores. Poco antes de la elección recuerdo una entrevista con el entonces candidato Fox en la cual me dijo que no aceptaría la custodia del estado mayor presidencial porque eso sería como “poner la iglesia en manos de Lutero”. Es verdad que con el tiempo y sobre todo después de la elección, su percepción cambió radicalmente, pero nunca terminó de entender el presidente Fox cuál era la relación del ejecutivo con su ejército. Por eso la relación con el general Vega García fue tan compleja, ya que al tiempo que se encomendaba a las fuerzas armadas tareas que no entraban estrictamente en su ámbito de atribuciones, se destacaba su lealtad y colaboración, pero existían presiones muy fuertes, desde el propio gobierno, para adoptar una serie de medidas que debilitarían a la institución militar. En otras palabras, mientras en un ámbito se quería que las fuerzas armadas fueran el soporte institucional del gobierno, por la otra se la debilitada. Fue tan compleja la situación que al final del sexenio, el general Vega García, ante una indicación para enviar tropas a un punto del país, solicitó al presidente que la orden le fuera entregada por escrito. La situación se reflejó, también, en otras decisiones, como la idea de que el secretario de la Defensa tuviera que comparecer no ante su jefe natural, sino ante un Consejo de Seguridad que encabezó en su momento Adolfo Aguilar Zinser y que jamás funcionó porque simplemente su diseño impedía que pudiera hacerlo. Quizás el corolario fue que, durante seis años, nunca aumentó el presupuesto para mejorar la calidad de vida de las tropas, presentándose una tasa de deserción muy alta, casi 46 mil al año, ante las magras condiciones económicas en las que tenían que cumplir su función.

El presidente Calderón fue variando su visión de las fuerzas armadas, sobre todo durante la transición. Comprendió cuáles eran los principales desafíos, ha enviado la señal de que realmente se siente como el comandante en jefe y ha actuado en consecuencia. Con  ello ha trabajado para recuperar la confianza y la capacidad de operación conjunta, se ha mejorado la calidad de vida de los soldados. No es estrictamente verdad que el presidente Calderón se ha apoyado en el ejército como nunca antes; lo que es verdad, y eso le da un tono diferente a su gestión, es que ha comprendido su funcionamiento, se ha involucrado con él y ha armado un equipo al frente del ejército capaz de trabajar en su misma lógica.

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