La mitología de la violencia
Columna JFM

La mitología de la violencia

En nuestras celebraciones de la independencia y la revolución siempre existe una suerte de apología de las grandes o pequeñas gestas militares, de los caudillos, de la violencia aunque se considere justa, por encima de la política en sí, de la posibilidad de acuerdos, de la creación de instituciones. Y en estos días es anticlimática y políticamente incorrecto recordarlo pero la violencia en la independencia y la revolución tuvo costos altísimos para el país. La nuestra fue la guerra de independencia más violenta y cruda de la América hispana. La revolución fue uno de los eventos más cruentos de la historia. Los costos de ambos procesos fueron altísimos.

En nuestras celebraciones de la independencia y la revolución siempre existe una suerte de apología de las grandes o pequeñas gestas militares, de los caudillos, de la violencia aunque se considere justa, por encima de la política en sí, de la posibilidad de acuerdos, de la creación de instituciones. Y en estos días es anticlimática y políticamente incorrecto recordarlo pero la violencia en la independencia y la revolución tuvo costos altísimos para el país. La nuestra fue la guerra de independencia más violenta y cruda de la América hispana. La revolución fue uno de los eventos más cruentos de la historia. Los costos de ambos procesos fueron altísimos.

La violencia ha estado presente a lo largo de toda la historia de México. Desde la conquista, la colonización y las epidemias que las acompañaron, hasta la guerra de independencia y la revolución, su secuela de muerte, destrucción y atraso ha sido una constante. Y en estos días en los que nuevamente estamos viviendo una etapa marcada por la violencia, aunque tenga orígenes y razones muy diferentes a las de entonces, debemos recordarlo. Lo cierto es que la Independencia y la Revolución son dos de los momentos más violentos, con mayor número de víctimas, de la historia contemporánea, no de México, sino del mundo.

El evento que provocó mayor número de muertos en la historia fue la segunda guerra mundial: en total murieron en esa conflagración unas 70 millones de personas. La Independencia de México en las luchas que se libraron entre 1810 y 1821 generó unas 600 mil víctimas, mientras que la Revolución dejó cerca de un millón de muertos aunque algunos historiadores elevan la cifra hasta los tres millones.

En la Independencia, como ocurriría después con la Revolución, la mayor parte de las muertes no se dieron en grandes batallas, porque sencillamente no las hubo. Existieron innumerables luchas regionales, guerra de guerrillas y bajas de todo tipo, pero la mayoría correspondieron a la población civil, sea por actos de represión como simplemente por hambruna o enfermedades. Lo mismo ocurrió pero en un contexto mucho más grave durante la Revolución.

Si se consideran las 25 guerras con mayor cantidad de bajas de la historia moderna, la revolución mexicana, con todas sus secuelas, más aún si se suma a ella la guerra cristera, ocupa el noveno lugar en la historia, con el mismo número de bajas que la guerra civil española y sólo superada por las dos guerras mundiales, por la revolución rusa, las guerras de Corea y Vietnam, las guerras napoleónicas, la guerra chino-japonesa y la invasión rusa a Afganistán.

Y sin embargo, quizás por la mitología oficial que a lo largo de décadas se construyó en torno a la revolución, no se termina de explicar cómo se dieron esas bajas ni los costos que tuvo esa violencia para la historia del país. No hubo en la revolución grandes batallas: las dos más importantes fueron la toma de Ciudad Juárez y sobre todo la de Celaya. En la primera se estima que hubo cerca de once mil muertos, en la segunda se dice que hubo unos 35 mil. Pero entonces ¿cómo explicar que hayan perdido la vida entre un millón y tres millones de personas?

Si nos quedamos con la cifra del millón de víctimas en la Revolución eso implica que murieron ocho de cada cien mexicanos de aquella época. Pero la mayor parte de las muertes se dieron por hambre, por desnutrición y enfermedades, no en los campos de batalla. Lo que sucedió es que la revolución desarticuló por completo el esquema productivo del país, que no se comenzó a recuperar hasta bien entrados los años 40. La Revolución tuvo un costo económico y social elevadísimo, superior al de los costos eminentemente militares.

Independientemente de la gesta política el costo social que generó la revolución se puede medir en cifras. La violencia no deja progreso sino rezago y pobreza. Al inicio de la revolución el ingreso promedio de un estadounidense era el doble del de un mexicano. Actualmente es unas seis veces superior. Y no es porque Estados Unidos no haya estado en guerras o escapado de la violencia. En las primera y segunda guerra mundial tuvieron cientos de miles de muertos, lo mismo que en Corea y Vietnam o ahora en Irak o Afganistán. La diferencia básica es que su sistema productivo y su sociedad no terminaron, como con la revolución o la independencia, desarticuladas.

Las guerras no fueron en su territorio y tampoco se generaron, desde la guerra de secesión de 1861, guerras civiles tan prolongadas y sangrientas como las nuestras.

Y ahí reside precisamente el peligro de la violencia que enfrentamos ahora, un siglo o dos siglos después de aquellos hechos históricos. No tiene paralelo la actual con aquella pero el hecho es que la violencia vuelve a estar entre nosotros como un enemigo interior provocando miles de víctimas pero afectando, una vez más la calidad de vida.

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