No todas las víctimas son iguales
Columna JFM

No todas las víctimas son iguales

No deja de asombrar que, luego de que la revista Time designó personaje del año 2011 a los manifestantes, muchos han seguido la línea en México, y han colocado en esa categoría al movimiento de Javier Sicilia. La revista Time se refería a los llamados Indignados pero sobre todo alos manifestantes de Túnez, Egipto y Libia (se suelen olvidar a los que están siendo masacrados en Siria desde hace semanas) que cambiaron la fisonomía del mundo árabe. Aquí se equipara al movimiento de Javier Sicilia y a otros similares y se dice que lograron que se pusiera atención en las víctimas de la lucha contra el narcotráfico.

No deja de asombrar que, luego de que la revista Time designó personaje del año 2011 a los manifestantes, muchos han seguido la línea en México, y han colocado en esa categoría al movimiento de Javier Sicilia. La revista Time se refería a los llamados Indignados pero sobre todo alos manifestantes de Túnez, Egipto y Libia (se suelen olvidar a los que están siendo masacrados en Siria desde hace semanas) que cambiaron la fisonomía del mundo árabe. Aquí se equipara al movimiento de Javier Sicilia y a otros similares y se dice que lograron que se pusiera atención en las víctimas de la lucha contra el narcotráfico.

De la misma forma que habrá que esperar aún por los resultados reales en el mundo árabe, o de movimientos como el de los indignados en España y otros países, también habrá que ver qué resulta del movimiento de Sicilia. Muchas veces hemos dicho que no coincidimos con la visión que tiene ese movimiento sobre el tema de la violencia y sus orígenes, sobre todo respecto a su visión de las víctimas de este proceso. Tampoco creo que desde Sicilia se haya logrado visualizar a las víctimas de la violencia: desde años atrás, miles de activistas han trabajado con éxito e insistencia en ese tema: Fernando Martí, Isabel Miranda, María Elena Morera, entre muchos otros, tuvieron y tienen una participación inocultable. En todo caso, lo que hace diferente para algunos al movimiento de Sicilia es el sentido político, el tratmiento, que se les da al tema de las víctimas: son víctimas, se dice, del gobierno.

El caso de los normalistas de Ayotzinapa es paradigmático al respecto. Nadie puede justificar (y debe ser castigada con todo el peso de la ley) la muerte de los dos manifestantes en el desalojo de la autopista del Sol en diciembre pasado. Pero tampoco se puede obviar que los propios normalistas de Ayotzinapa (y hay que recordar que de todos los detenidos en aquel desalojo sólo un puñado eran estudiantes) se han cansado de cometer todo tipo de delitos, siempre gozando de impunidad: desde robo de camiones y autobuses hasta de negocios y gasolineras, como la que incendiaron en Chilpancingo, el día de los hechos violentos. Lo cierto es que ese día, para evitar que con el incendio provocado por los manifestantes estallaran los tanques de combustible de la gasolinera, un trabajador, Gonzalo Rivas, cerró, a costa de graves quemaduras, las válvulas de conducción y evitó una tragedia.

Gonzalo Rivas murió luego de una larga agonía y nadie parece estar interesado en buscar a los responsables. Las autoridades se reúnen con los líderes de Ayotzinapa, también la Comisión Nacional de Derechos Humanos está investigando y busca castigar a los responsables de la muerte de los dos jóvenes pero nadie se ha preocupado por castigar la muerte de Gonzalo Rivas. Para él no hay justicia, no hay movilizaciones, su muerte no es objeto de negociación política. Hay de víctimas a víctimas: se cotizan diferentes, valen distinto.

Ayer en el programa Todo Personal, que hacemos con Bibiana Belsasso en Proyecto 40, presentamos un amplio reportaje sobre los soldados que en distintos puntos del país son secuestrados y asesinados por grupos criminales en forma sistemática. Normalmente lo hacen cuando los soldados, en algunas ocasiones también los policías federales, están fuera de servicio y van a un bar o a algún antro. En muchas ocasiones aparecen muertos, en otras simplemente desaparecen. Nadie se preocupa por ellos ni por sus familias. No hay una condena de ninguna organización, ellos sí son contemplados más como estadística que como víctimas reales de este proceso.

Hace algunos años fui a hacer una serie de reportajes a Tamaulipas, me acompañó quien era entonces el jefe de la división antidrogas del la Policía Federal y para todos los efectos prácticos uno de los más importantes colaboradores de Genaro García Luna, se trataba de Edgar Millán Gómez. Me pareció un policía y funcionario excelente, intachable. Unos días después intentó detener a los hermanos Beltrán Leyva en Cuernavaca. No pudo hacerlo porque los narcotraficantes tuvieron protección de policías locales. Al llegar en la madrugada a su casa, dentro de la vivienda, lo esperaba un asesino contratado para acabar con su vida. Edgar Millán murió esa noche, al llegar al hospital, luego de recibir varios disparos. Fuera de la ceremonia que se realizó con motivo de su fallecimiento, nadie, en el plano público lo recuerda, como sucede con muchos otros que murieron cumpliendo con su deber. Y el de Millán es sólo un ejemplo.

Desde los soldados que son secuestrados y no conocemos, pasando por el empleado heroico de una gasolinera, hasta el jefe de una corporación policial, tenemos una larga lista de víctimas que no se reconocen ni se valoran igual que las que tienen, por alguna razón, una suerte de fuero político. Dice mucho, y habla muy mal, de todos nosotros.

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