Una emboscada que pretendía ser secuestro
Columna JFM

Una emboscada que pretendía ser secuestro

La historia que relaciona a las emboscada y persecuciones con Morelos y en la mayoría de las ocasiones con el cártel de los Beltrán Leyva y sus sucesores, parecen ser interminables. Los datos que surgen de los hechos del viernes pasado en torno a la persecución y ataque a una camioneta con personal de la embajada de Estados Unidos y de la Marina, no hace más que confirmar la permanencia de esas historias y la forma de operar de ciertos grupos criminales.

La historia que relaciona a las emboscada y persecuciones con Morelos y en la mayoría de las ocasiones con el cártel de los Beltrán Leyva y sus sucesores, parecen ser interminables. Los datos que surgen de los hechos del viernes pasado en torno a la persecución y ataque a una camioneta con personal de la embajada de Estados Unidos y de la Marina, no hace más que confirmar la permanencia de esas historias y la forma de operar de ciertos grupos criminales.

Hace ya algunos años, en plena carretera de cuota, pasando Cuernavaca, el que fue perseguido por sicarios de los Beltrán Leyva fue el propio secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, aunque nunca se informó claramente de lo sucedido. Poco después, en la ciudad de Cuernavaca, fue secuestrada, por el mismo grupo criminal, parte de la custodia del propio funcionario. El coordinador de la Policía Federal, Edgar Millán fue asesinado al llegar a su casa por sicarios que trabajaban para los Beltrán cuando regresaba de una persecución contra integrantes de esa organización, se aseguró que contra el propio Arturo Beltrán, también en Morelos. Los generales que están siendo procesados, en particular Ricardo Escorcia Vargas, están acusados de proteger a ese grupo criminal y en el caso del general Escorcia, incluso de permitir operar el aeropuerto de Temixco, para ese cártel. Para los Beltrán se supone que trabajaban Noé Ramírez Mandujano, hasta poco antes de su detención jefe de la SIEDO. Y muchos más, desde altos mandos de la PF, como de la PGR, militares, y no hablemos de la policía local de Morelos, que parece haber trabajado para esa organización desde mucho antes, cuando apenas eran un brazo del cártel de Sinaloa (desde las épocas de Carrillo Olea, no hay un solo jefe de la policía de Morelos, con excepción del actualmente en funciones, que no haya terminado detenido o acusado de ser cómplice de este cártel).

Todo indica que lo ocurrido el viernes tiene relación con estas historias. Las versiones que circulan en distintos ámbitos, ninguna confirmada oficialmente, es que hubo un intento de secuestro de los funcionarios estadounidenses (que tampoco se sabe quiénes son exactamente, más que sus nombres, que tampoco han sido confirmados, y a qué se dedican) que serían funcionarios antidrogas que estaban asesorando a la Marina en una operación contra Héctor Beltrán Leyva, el sucesor de su hermano Arturo y actual jefe de ese grupo criminal, aliado a su vez al cártel de los Zetas.

Si así fuera (y el que los doce policías federales que presuntamente  participaron en los hechos estén consignados y no presentados para declarar parece confirmarlo) de algún lado tuvo que filtrarse información muy precisa sobre la presencia de esos asesores y su agenda. No es una filtración menor.

No parece posible pensar que estamos ante una confusión. Son demasiadas coincidencias, demasiados datos obviados: el principal el de las placas diplomáticas de la camioneta, lo mismo que el tipo de persecución que se realizó que no parecía tener como objeto acabar con la vida de los pasajeros de esa camioneta sino tenerlos bajo control. Se parece al ataque que recibieron agentes estadounidenses en San Luis Potosí, pero el hecho parece aún más complejo, con más involucrados.

Todo ello es lo que hace tan preocupante estos hechos y lo que transforma la falta de información en incertidumbre y genera desconfianza entre la sociedad, desde ellas hacia las instituciones y de las instituciones entre sí.

Dijimos hace algunas semanas en este mismo espacio que la división y la lucha interna entre los Zetas obligaría a un realineamiento de todos los grupos criminales y generaría un fuerte incremento de la violencia. Exactamente eso es lo que ha sucedido, y la emboscada de Morelos se combina con los bloqueos en Jalisco y Colima, tras la detención de operadores de Nemesio Escárcega, El Mencho, uno de los principales colaboradores de Joaquín El Chapo Guzmán, que buscaban acabar, se supone, con los grupos de los Zetas que comanda Miguel Treviño, EL Z40. Con El Mencho no se sabe qué ocurrió, porque lo de Guadalajara tampoco tiene una explicación clara hasta ahora.

El fin de semana, sin que exista información oficial, se asegura que en el municipio de Luvianos, en un enfrentamietno entre La Familia Michoacana y los Caballeros Templarios, cada uno de esos grupos ligados a uno de los contendientes de los Zetas, hubo más de 30 muertos. Y la semana pasada, el líder de los Caballeros Templarios, Servando Gómez, La Tuta, llamó a “la unidad” de todos los cárteles para acabar con el grupo de Treviño. Y ayer mismo aparecieron once cuerpos en una carretera de Guerrero.

Es demasiada violencia, demasiados ataques, demasiados sucesos sin una explicación, que no pueden quedar en las zonas de grises, en la incertidumbre. Son demasiados graves para que no pase nada.

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