No me caben dudas de que una de las áreas que mejor funcionan en la administración de Peña es la cancillería que encabeza José Antonio Meade. La suma de aciertos es difícil de encontrar en muchas otras áreas, y la eficiencia y discreción de Meade hacen que todo sea aún mejor valorado. Pero no me gustó el contenido, la forma y el fondo de la visita presidencial a Cuba.
Como ayer decíamos, por supuesto que el presidente Peña tenía que ir a Cuba a la reunión de la Celac: es un organismo internacional del que México es miembro y Cuba una nación limítrofe (el mar también es límite geográfico) con la que tenemos relaciones y una comunidad cultural y social de alta intensidad. Es también verdad que más tarde o más temprano tendrá que haber algún tipo de apertura en Cuba y que precisamente por esas relaciones y esa cercanía México tiene que estar presente en ese proceso. Pero nada más. La mejor descripción de lo que debería haber sido la visita la dio Pablo Hiriart, debería ser algo así como “hola y adiós”.
No había necesidad de escribir un texto para Granma o de ponderar el liderazgo de Cuba en la comunidad internacional (¿?) o de buscar a como dé lugar una cita con Fidel Castro, que éste no parecía muy dispuesto a otorgar. Tampoco de participar en el juego de alabanzas a Hugo Chávez. No es verdad que la relación con Cuba se deterioró desde el “comes y te vas”. Ese fue, sin duda, un punto de inflexión, una ingenuidad del presidente Fox y del canciller Jorge Castañeda, pensando que Fidel no iba a divulgar esa plática privada, y constituyó el momento más bajo de la relación, pero las cosas habían comenzando antes. En realidad cuando en la administración de Zedillo hubo una primera reunión con disidentes o cuando se comenzó a darle voz en México a los mismos, cuando dejaron de ser ignorados o de ser llamados simples “gusanos” y se les vio como lo que son: disidentes, opositores a una dictadura que lleva en el poder más de 50 años, encabezada por los dos mismos personajes, Fidel y Raúl. En realidad, el distanciamiento con Cuba comenzó cuando México empezó a convertirse en una verdadera democracia y el gobierno de la isla siguió siendo una dictadura.
Una dictadura que, hay que recordarlo, no permite ni la más mínima oposición, donde no se publica ni un periódico ni una revista, donde no hay más radio o televisión que la que controla estrictamente el Estado, donde hay centenares de presos políticos, detenidos simplemente por ser parte de esa oposición, viviendo en condiciones lamentables. Y una dictadura que todavía es admirada por algunos personajes en nuestro país que llegaron a agredir en su reciente visita a México a la bloguera Joani Sánchez, premio Ortega y Gasset de Periodismo, por el sólo hecho de ser una de las pocas voces que difiere del discurso oficial cubano.
Hay quien dice que Raúl Castro es diferente a Fidel, que quiere construir un sistema al estilo chino, con apertura económica. En medio siglo esa diferencia nunca se vio, pero puede ser, el mundo ha cambiado y el gobierno cubano tiene una economía que vive al límite y que depende en mucho del petróleo que prácticamente le regala Venezuela. Pero la apertura económica que ha habido hasta ahora es ridículamente pequeña y no alcanza a la mayoría de los cubanos. La diferencia en el terreno económico con lo realizado por los chinos es abismal. Incluso China tiene en zonas como Hong Kong una apertura, no sólo económica sino política y social, inimaginable en Cuba.
En síntesis, no era necesario ir más allá de lo estrictamente diplomático. En contraportada, sí fue un acierto el condecorar al presidente uruguayo José Mujica. Es un personaje extraordinario de la vida política en América Latina. Si tuviéramos que buscar en nuestro continente alguien que pudiera equipararse a un Nelson Mandela inevitablemente tendríamos que pensar en Mujica. Fue guerrillero, fue detenido y torturado durante años, estuvo en la cárcel en las condiciones más inhumanas posibles, al salir de prisión renunció a la lucha armada y convenció a muchos de sus compañeros a seguir el camino democrático y no lo abandonó hasta llegar a la Presidencia. Vive casi sin seguridad en su casa de siempre, humilde, en un barrio popular y ha logrado establecer un gobierno que garantiza la buena calidad de vida para su gente, con educación, seguridad y sin abandonar ni un ápice la ortodoxia económica, pero apostando a toda una amplia gama de libertades. Pueden tener historias comunes, pero la distancia de un Mujica y de su forma de hacer y entender la política respecto a las anacrónicas y autoritarias que privan en la Cuba de los Castro es sencillamente enorme. Ese hombre, Mujica, y ese régimen democrático, plural, abierto, el de Uruguay, sí son encomiables y deben ser reconocidos. Poco o nada tenemos que aprender de la Cuba de los Castro.