Brasil, dividido y aturdido
Columna JFM

Brasil, dividido y aturdido

28-10-2014 Menos de tres puntos separaron a Dilma Roussef del socialdemócrata Aecio Neves en la segunda vuelta de Brasil. Tres puntos que se explican por la insistencia de Dilma y de su protector y antecesor, Luis Inácio Lula da Silva, de que la llegada del partido de Fernando Henrique Cardoso a la presidencia de Brasil acabaría o reduciría los programas sociales que han sacado a millones de brasileños de la pobreza, aunque eso nunca estuviera en el programa ni las intenciones de Neves. 

 

El gran éxito de Lula que heredó y no pudo capitalizar Dilma es precisamente ese: haber sacado a millones de la pobreza, haber creado lo que se llama en Brasil la nueva clase media pero el reto, el límite que ha encontrado el gobierno del PT, es cómo aprovisionar ahora a esa clase media de los servicios indispensables: no tiene sentido ser considerado clase media pero seguir viviendo en una favela, no tener transporte o tenerlo a precios exhobitantes, no tener acceso a la salud, la seguridad, la educación. Hoy los brasileños son menos desiguales por sus ingresos, pero más cuando se comparan los servicios y la calidad de vida de sus minoría respecto a esa enorme masa de nueva clase media que tiene ya para comer pero no para transportarse, estudiar o curarse de enfermedades.

Ese fue el centro del debate en la elección de Brasil y esa fue la respuesta que Neves estuvo más cerca de dar que Dilma que finalmente ganó, pero mucho más por el miedo a perder lo obtenido, sobre todo en el norte empobrecido y en las zonas rurales, que en un centro y un sur del país que ven cómo todos los índices económicos de Dilma son, hoy, peores a los que tenía el país cuando Lula le dejó el gobierno.

Los mercados apostaron por Neves por razones muy concretas: el país no crece, la inversión disminuye y los índices de corrupción son espantosos. Si Dilma estuvo a punto de perder las elecciones fue, sobre todo por las revelaciones de un proceso de corrupción en Petrobras (Dilma presidió el consejo de la empresa petrolera y fue ministra de energía antes de presidenta) donde sus directores, encarcelados, reconocieron que entre el uno y el tres por ciento de cada contrato otorgado terminaba en manos del PT o sus aliados. Estamos hablando de miles de millones de dólares en estos 12 años que lleva gobernando el PT. No fueron los únicos escándalos. La mitad de los gabinetes de Lula o de Dilma han tenido que renunciar por distintos casos de corrupción.

Y si en el pasado se consideraba que la corrupción aceitaba los negocios y era un instrumento para el crecimiento (lo que coincidía con los precios altos del petróleo y las materias primas) ahora se ha descubierto que, en realidad, es uno de las principales causas de que la economía no crezca, esté prácticamente en recesión y, además, lo que hace inalcanzables los precios de los servicios.

El país terminó polarizado y dividido en este proceso electoral (otra demostración de que las segundas vueltas no garantizan mayorías que en última instancia donde se dan es en los congresos) aunque ha tenido una elección calificada como limpia y con resultados que, pese a lo cerrados, no han sido discutidos o impugnados por ninguno de sus protagonistas.

Pero no puede Brasil seguir transitando la misma ruta. Dilma tendrá que hacer rectificaciones económicas urgentes porque la actual no llevaba al país hacia la potencia y la competitividad que tanto presumió Lula (acompañado por los grandes empresarios creados y crecidos a su vera) sino simplemente hacia el populismo. Y ahora, algo que no ocurrió nunca en los doce años de gobierno, tendrá frente a sí a un líder de la oposición, legitimo y legitimado, con un congreso dividido y con una opinión pública muy sensibilizada en los principales temas de campaña: el crecimiento económico estancado y la corrupción.

Los problemas de Brasil no son muy distintos a los de  México. Los dos países y sus culturas, pese a lo que digan las leyendas urbanas, lo son: por historia, por construcción social, por idiosincracia, por geopolítica. Pero muchos de sus problemas son comunes: romper los círculos de crecimiento económico insuficiente sin acabar con la disciplina financiera; luchar contra la pobreza sin caer en un asistencialismo populista; acabar con la corrupción que cierra el caminos a la competitividad; quitarle poder a los caciques locales, del partido que sean; mejorar los servicios de salud, educación y transporte; reducir la inseguridad y la violencia (muchas de las ciudades de Brasil tienen más muertes violentas per cápita que las de México), son todos capítulos similares, que unen en la búsqueda de soluciones a las dos mayores potencias económicas de América Latina, una enfocada en consolidar su región al sur del continente y abrirse sobre todo a mercados que van desde China a Africa, la otra que es parte indiscutible del mercado y el grupo económico de América del Norte, la región con mayores posibilidades en la postcrisis. Destinos diferentes ante desafíos similares.

 

Jorge Fernández Menéndez

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